“Cuando un hombre quiere matar a un tigre, lo llama deporte; cuando es el tigre quien quiere matarle a él, lo llama ferocidad.”
Viernes 16 de agosto de 2019 16:27
Elegí esta frase porque siempre existen por lo menos dos puntos de vista opuestos ante una misma situación, y me sirve como puntapié inicial para hablar de la necesidad de evolucionar como personas para poder hacerlo como sociedad, y así, que todos podamos acceder a una mejor calidad de vida partiendo de bases similares.
Si el ser humano se quedara siempre con lo impuesto por la sociedad a la que pertenece, aceptando solamente lo que la ley permite, sin siquiera cuestionarse si dicha ley es digna o indigna, sin ponderar que toda ley puede ser cambiada… ese ser humano se estancaría como el agua del aljibe que en el fondo va criando microorganismos que producen la fiebre tifoidea.
Si las personas nos hubiéramos conformado siempre con lo ya establecido, como si fuese obligación acatar sin quejarse, y como si la queja fuera necesariamente un defecto, yo como mujer, no estaría escribiendo una nota para un periódico usando mi nombre real, sino que tendría que emplear un alias, tal y como fuera el caso de Amandine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, a quien conocemos como George Sand.
Si alguna vez no hubieran comenzado las huelgas, si no se hubieran creado y organizado los sindicatos, las jornadas laborales de 8 horas no existirían, ni tampoco las vacaciones pagas, el salario familiar y el aguinaldo.
Si bien en la actualidad el trabajo está cada vez más precarizado y la mayoría de la gente sufre sus consecuencias, existe la conciencia colectiva de que hay algo que está funcionando mal. Y si aún existen personas a quienes les importa poco y nada lo que suceda con el resto—mientras a ellas les vaya bien—coexiste el saber que tenemos derechos como seres humanos a vivir una vida que no sea un mero sobrevivir.
A donde quiero llegar es a que todo está en movimiento permanente y que, para evolucionar, no sólo es necesario trabajar y estudiar, sino tener conciencia de que el trabajo no debe significar un sacrificio sino un medio para acceder a los recursos, y que dicho trabajo no debería exceder las ocho horas diarias; de ese modo, todo el mundo podría disfrutar del ocio que es parte de la vida humana, y que en gran parte de la población mundial, no existe.
Porque el ocio es necesario para que la mente y el cuerpo descansen y disfruten, y no es vagancia la exigencia de ese tiempo libre para ir al teatro, al cine, a un parque o dormir la siesta. El ocio y la cantidad de horas de sueño son fundamentales para lograr un grado de felicidad que parece escaparse de las manos de la mayor parte de las personas.
Una persona crónicamente cansada, se avejenta prontamente y si está mal nutrida, no puede pensar con claridad. La fatiga enferma y la enfermedad, provoca tristeza. La tristeza, si es persistente, llega a depresión y un día, esa persona descubre que es vieja y no sabe cómo pasó tanto tiempo en que vio la vida (que habría querido tener) pasar a un costado.
A lo largo de la historia, siempre hicieron falta revueltas para llegar a resultados más justos, y esos movimientos sociales que a tantos molestan, no habrían sido posibles si todas las personas fuesen cómodas y pusilánimes. Es que, en ocasiones, hay que jugar el rol incómodo y antipático de provocar reacciones en los demás para que al menos, se ponga en duda el modelo de sociedad en el que vivimos.
Si se quiere una sociedad conservadora, basta con mirar hacia atrás dentro de nuestro país para que emerja el espanto. Pongo a modo de ejemplo, el aviso publicado en La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, el 10 de abril de 1835, en donde se pone en venta a una niña de 13 años, como quien vende un objeto. Eso era lo aceptado y usual en el siglo XIX, pero ahora tal aviso no tendría cabida en una publicación periódica (porque la esclavitud continúa, pero solapada, no legalmente). Esto indica que alguna vez, las cosas fueron cambiadas, así como también obtuvimos la independencia de España y se evitó ser colonia británica mediante la lucha, no sentados alrededor de una mesa tomando un café.
Nada que valga la pena será fácil de obtener, lamentablemente; sin embargo, no por difícil hay que abandonar la persecución de nuestros anhelos de una sociedad más justa e igualitaria, en donde se traiga a la memoria de los que olvidan fácilmente, que ningún inmigrante del pasado llegaba a otros países con papeles que le dieran un marco de legalidad a su llegada, sino con sus pertenencias… y un pasado ya vivido en su lugar de origen.
Nadie es una tabla rasa; no obstante, hay quienes piensan que el otro es una tabula rasa sin sentimientos, sin sensibilidad, sin humanidad.
Los inmigrantes han existido siempre, desde la noche de los tiempos. La naturaleza humana y animal lleva a los individuos a migrar cuando las condiciones de vida se tornan insoportables; sucede que, en las últimas décadas, la migración se está tomando como algo antinatural y sí se ve como natural lo que debería ser al revés: la xenofobia, cuando no el racismo.
Lo natural y humano es ver al otro como un igual que tiene que comer, dormir, bañarse, vivir en paz y no ser juzgado como si fuese un esclavo de antaño. Por alguna razón—para mí perversa—hay gente que hoy, año 2019, cree que cada cual tendría que quedarse en el lugar en donde nació, como si para acceder a vivir en otro país tuviera que cumplir requisitos extraordinarios.
El miedo a que el otro nos invada y nos cambie es el problema de quien lo siente así, no de quien dejando sus afectos atrás, su desarraigo y sus amores, tiene que moverse de país para poder trabajar y mejorar su calidad de vida. Y para que esa calidad de vida sea completa, la persona que se encuentra entre extraños necesita afecto, empatía y cooperación. Todo gesto de rechazo y desprecio va minando a la persona que además de encontrarse ante lo nuevo, tiene que escuchar comentarios abusivos y peyorativos.
Si nos hubiéramos quedado en la época en la que se vendía gente como ganado usando los diarios de Buenos Aires para la publicidad, las mujeres tendrían que pedirles permiso a sus maridos para trabajar, olvidarse de poder emitir el voto en las elecciones, y también olvidarse de poder acceder a cargos de jerarquía en escuelas, empresas, partidos políticos, clubes y todo tipo de entidades.
Para seguir en la línea del conservadurismo, si nos hubiéramos quedado con lo que se nos había dado, seguiríamos bajo el gobierno militar que diezmó la población argentina y que rompió a tantas familias, amén de sesgar los derechos de los civiles. No habríamos recuperado las libertades políticas que hoy tenemos.
No es verdad que no podamos estar bien; sí podríamos eventualmente estarlo si cambiáramos el orden de las prioridades y desaparecieran los privilegios de esos pocos que se llevan sus fortunas a los paraísos fiscales y poseen mucho más de lo que podrían llegar a usar en varias vidas.
El cáncer que llevó a que gran parte de la población africana se viera sumida en la esclavitud, fue precisamente la creencia de que hay gente superior a otra. Y cuando uno se cree superior, existe el peligro de empezar a tratar a los demás como si fuesen cosas, y con las cosas, uno hace lo que quiere: puede tomarle cariño a la cosa, protegerla y cuidarla, o romperla y destruirla. Las cosas son para ser usadas; las personas, no.
Insisto en este tema porque suelo escuchar a personas coetáneas añorando un pasado que en realidad no fue mejor, pero la memoria falla y se idealizan situaciones personales que no son las de todo un pueblo. Porque los recuerdos son fragmentados, personales y para poder evolucionar como sociedad, no hay que ser autorreferencial sino poner el bien mayor por encima del bien individual.
Todos hemos vivido circunstancias distintas, y no existe una realidad sino tantas como personas habitan este mundo tan variado, en donde coexisten Ibiza, Montecarlo, las Islas Caimán, la villa 31, las favelas, el Bronx, Nueva Delhi y Dubai. Nada se parece y a la vez, todo tiene algo en común con otro lugar en cuanto a lo humano.
Hay tal confusión en la manera de ver al otro, viniendo todos de hogares diferentes, con distintos poderes adquisitivos, pasados opuestos, presentes que se cruzan, futuros inciertos… lo único que pienso cuando escucho a personas allegadas a mí hablando de “gente como uno”, es que ciertos seres humanos no evolucionan; algunos porque no quieren, ya que están cómodos en su lugar, y otros, porque no les da la inteligencia ni la sensibilidad para darse cuenta de que la desigualdad social viene quedando obsoleta, y que si hemos de diferenciarnos los unos de los otros, será por nuestra personalidad. Eso es algo que siempre nos hará únicos y será lo que nos haga establecer un vínculo afectivo con algunas personas y con otras no.