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Cultura. Para leer en tiempos de pandemia: “Las intermitencias de la muerte” de José Saramago

Su “Ensayo sobre la ceguera” corrió como reguero de pólvora durante los primeros días de la pandemia por cuanto portal informativo, canal de televisión o red social que buscara razones literarias para explicar tamaña pandemia. En esta oportunidad recomendamos otra de sus obras cumbres que nos muestra, con su dosis crítica de los tiempos que corren, qué pasaría si al día siguiente de un año cualquiera, la gente dejara de morir.

Martes 5 de mayo de 2020 11:27

Foto: CONSUELO BAUTISTA | EL PAÍS

“Al día siguiente no murió nadie”. Un país sin nombre, un primero de Enero de un año cualquiera, espera con certeza que el ciclo de la vida continúe invariable. Sin embargo, con el devenir de las horas, no se registran muertes, de ningún tipo. Ni accidentes automovilísticos, ni decesos naturales, ni suicidios, nada. Así comienza este libro del reconocido autor portugués que a lo largo de su prolífica carrera como literato recorre con ánimo crítico las vicisitudes de los tiempos que corren.

Para quienes desean adentrarse en el desafío literario de las obras del autor luso, debe advertirse que no sólo su mirada volcada en un papel recrea un universo lleno de contradicciones, miserias humanas y mundos alternativos sino que su propia prosa acompaña esas inflexiones de un tiempo que no para de andar. Es una prosa abigarrada de pensamientos, ideas y sentimientos: allí hay reflexiones dentro de reflexiones, diálogos que rompen los códigos de escritura y párrafos interminables que retratan la propia complejidad del mundo que nos toca vivir.

Esta obra trasunta los singulares sucesos que provoca en una sociedad la ausencia de la muerte. Gente que, por inexorable destino estaba a punto de morir, continúa viviendo. Lo que parecía un acto irreversible se convierte en una aporía de la vida en donde el mayor sueño de la humanidad desde el principio de los tiempos, la vida eterna, se materializa. El júbilo provocado por aquellos seres queridos que veían a sus familiares vencer a la muerte lentamente empieza a generar preocupación en las autoridades. Y tal como vemos hoy, ante una pandemia, en que la muerte se ha cobrado miles de vidas, en “Las intermitencias…” vemos como gobierno, estado, iglesia y otras instituciones sucumben ante la administración de la vida y la muerte, provocando el caos colectivo.

“Señor ministro, permítame que le recuerde que todavía ayer había personas que morían y a nadie se le pasaba por la cabeza que eso fuera alarmante, Es lógico, lo habitual es morir, y morir sólo es alarmante cuando las muertes se multiplican, una guerra, una epidemia, por ejemplo, Es decir, cuando se salen de la rutina”. Con esta frase inquiría una periodista al ministro de sanidad quien era la voz oficial que debía salir a dar explicaciones al respecto. Efectivamente, la finitud del ser humano -salvo en esta pieza literaria- es de orden biológico, sin embargo, entre líneas, este pasaje posa su mirada sobre el carácter alarmante de unas muertes y no de otras. Poco a poco la obra penetra en las aristas más áridas del tratamiento aséptico de las instituciones respecto a la muerte. La alarma se activa cuando las muertes se multiplican, cuando ya no son de orden lógico o presumible. Cuando la muerte asume un matiz político e ideológico.

Como si fuera una metáfora del futuro, hoy vemos como los sistemas de salud colapsan y como avanza la precarización de la vida de grandes grupos poblacionales que, en situaciones excepcionales y no excepcionales, ponen su vida en riesgo a cada momento.

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Sin embargo, no es sólo el estado quien arrecia, en el relato de Saramago, el caos colectivo durante esta situación inédita, dando explicaciones a la ciudadanía que van desde una fortuita casualidad de los hechos hasta una alteración cósmica meramente accidental y sin continuidad. “Aceptaremos el reto de la inmortalidad del cuerpo, exclamó con tono arrebatado, si es ésa la voluntad de dios”. Con esas palabras el jefe de gobierno no avizora la gravedad de su sentencia. La suspensión de la muerte por tiempo indeterminado no sólo significaba una serie de complejos problemas económicos, políticos y sociales, sino también morales.

La iglesia, con la mayor de sus preocupaciones, y no precisamente por la celebración de una eterna vida terrenal, observa como la administración de la muerte y de “la vida en el más allá” se le escurriría de las manos. “Sin muerte, óigame bien, señor primer ministro, sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia”. Admitir la inmortalidad del cuerpo como voluntad de dios significaba la única muerte posible: la de dios.

En definitiva, el libro avanza sobre una serie de eventos humanos inimaginables, en el que la sobrevivencia de los ciudadanos recrudece los costados más hostiles de sus propias subjetividades las cuales no hacen más que corresponderse con los valores y costumbres de un mundo social en el que las reglas del individualismo, la mercantilización y la competencia están a la orden del día. Mientras tanto, la muerte ausculta, observa y analiza esos comportamientos, desnuda la verdadera naturaleza de las instituciones y las fallas sistémicas. En “las Intermitencias…”, Saramago logra llevar al límite de los sentidos, las paradojas de un ordenamiento social que implosiona cuando debe administrar, redistribuir y asegurar beneficios para la vida de las mayorías sociales y mira impávido cuando la muerte silenciosa del día a día se transforma en mera rutina burocrática.

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