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Red Internacional
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Mujer Trabajadora. Pobreza y precariedad: 40 % de las jefas de hogar asalariadas no alcanza los $ 10.000

Además, el 55,2 % está en condiciones de precariedad extrema. Por otro lado, el promedio de ingresos entre las jefas de hogar asalariadas es un 32 % más bajo que el de los hombres.

Miércoles 12 de septiembre de 2018

En las últimas tres décadas las mujeres aumentaron su nivel de participación laboral. A las tareas reproductivas que realizan dentro del hogar se suma una mayor intervención fuera del ámbito doméstico. Cuando la crisis del neoliberalismo de fines de los 70 golpea fuerte y se reconfiguran las ramas de la economía con la consecuente desindustrialización, predominio del sector servicios, flexibilización y desocupación masivas las mujeres se vuelcan al trabajo asalariado en condiciones muy adversas.

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La inserción laboral femenina se explica en parte por los avances obtenidos por las mujeres en el plano educativo y por la reducción del tamaño de las familias, pero también por la necesidad y decisión de muchas mujeres de enfrentar situaciones de crisis laborales y de ingresos. La migración masiva del campo a las ciudades que se produce en la mayoría de los países de América Latina, muchas veces es motorizada por mujeres pobres que migran en busca de mejores condiciones de vida para sus hijos y que enfrentan las consecuencias del ajuste que se impone al conjunto de la clase trabajadora.

Pero su inserción se caracteriza por estar signada por la precariedad y la desigualdad y por estar confinada a ciertos sectores productivos caracterizados por la baja especialización y calificación profesional, ligado a menores niveles de productividad y bajos salarios. Cuando se insertan en la industria lo hacen mayoritariamente en las ramas textiles y alimentación y la gran mayoría se concentra en escuelas, hospitales, servicios de cuidados, limpieza y comercio.

Irrupción de hogares encabezados por mujeres

Esta salida masiva al mundo del trabajo asalariado sucede mientras que en la esfera doméstica se produce una transformación. La casi exclusividad de las tareas reproductivas de “cuidados” en un rol subordinado se complementa con un fenómeno relativamente nuevo que se viene profundizando desde la década del 80, que es la tendencia al incremento de mujeres a la cabeza de los hogares.

Las estadísticas públicas indagan en la conformación de los hogares a partir de preguntar si las personas comparten la olla y viven bajo un mismo techo. Eso basta para asumir que componen un hogar, independientemente de que existan lazos de parentesco entre sus miembros. La definición de un jefe de hogar y los lazos del resto de los miembros con este se utiliza como forma de delimitar y caracterizar los distintos tipos de hogares.

Tradicionalmente el lugar de jefe fue exclusivo del varón, en tanto proveedor y en concordancia con el mandato eclesial y patriarcal que lo ubicó como tal y que es parte integral de la sociedad capitalista donde el patriarcado es un aliado indispensable para la explotación y mantenimiento del status quo.

Un fenómeno nuevo que empieza a delinearse es que se ha roto ese esquema y aparecen las jefas de hogar expresando una nueva dinámica en las relaciones y los roles en el seno de los hogares. Independientemente de que no siempre el cambio vendría a estar dado por un reposicionamiento consciente de la mujer ya que existen motivos de distinta índole que explican el aumento de la jefatura femenina en los hogares (sociales, económicos, demográficos y culturales); lo cierto es que en los últimos 30 años viene destacándose un notable aumento de los hogares encabezados por mujeres.

Entre 1980 y 2010 los hogares de Argentina se incrementan en un 71%, de 7.103.000 hogares ascienden a 12.171.000. Pero mientras los hogares con jefatura masculina ascienden un 40% los de jefatura femenina ascienden un 204%, operándose una profunda reconfiguración del sexo de las jefaturas de los hogares del país.

Otro fenómeno que viene creciendo en las últimas décadas es el aumento de los hogares de mujeres que viven solas (unipersonales), que se observa más en las jóvenes de clase media y alta y en las adultas mayores que sobreviven más que los varones. Este tipo de hogar aumenta 223 % en el período. Pero también crecieron mucho los hogares encabezados por mujeres que viven solas con sus hijos o con otros miembros del hogar que pueden ser familiares y no familiares, sobre las que recae el sostenimiento económico del hogar, y que enfrentan situaciones de mayor de vulnerabilidad.

Los hogares con mujeres jefas de familia que no residen con su pareja y están solas con sus hijos crecieron un 200% en el período 1980-2010. En 30 años se triplicaron pasando de 392.000 en 1980, 612.000 en 1991; 848.000 en 2001 hasta 1.181.000 en 2010. Faltan dos años para que se actualicen estos datos con el nuevo censo de población, pero es esperable un nuevo salto en este tipo de hogar.

Situación laboral de las jefas de hogar

Acorde a una estimación realizada por La Izquierda Diario en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares correspondientes al primer trimestre del 2018, al menos el 55,2 % de las jefas de hogar ocupadas (asalariadas, trabajadoras familiares y cuenta propia sin patrones) sufren condiciones de precariedad extrema, en tanto que en el caso de los varones esta proporción es del 41,7%. Hay que tener en cuenta que para toda la población estos porcentajes son mayores ya que se calculan sobre toda la población económicamente activa, mientras que acá se está tomando solamente a los jefes de hogar y se está excluyendo otros posibles miembros que trabajen.

Entre quienes sufren cotidianamente la precariedad más extrema medida como la falta de derechos laborales, seguridad laboral (aportes jubilatorios, obra social, vacaciones pagas, aguinaldo, días por enfermedad y continuidad laboral) y salarios por debajo del salario mínimo vital y móvil, se encuentran las mujeres.

Si se analizan los niveles de desocupación de los jefes de hogar en conjunto, las jefas registran un 5,5% de desocupación y los jefes un 4,1%. A lo que hay que sumar la subocupación que alcanza el 13,8% de las jefas, más del doble que el 6,3% que arrojan los jefes varones.

El promedio de ingreso en las jefas asalariadas es de $ 13.407 y en los varones es de $ 19.877. Las mujeres están un 32% por debajo. El 40% de las jefas asalariadas no alcanzan el salario mínimo vital y móvil, que a la fecha asciende a 10.000 pesos, mientras que esta relación en los jefes varones llega al 17%, menos de la mitad que en las mujeres.

Hay notorias diferencias en los ingresos per cápita familiar en las distintas regiones del país, las regiones del noreste y noroeste muestran para el conjunto de los jefes los niveles más bajos, lo que coincide con las malas condiciones de vida y padecimientos que sufren los trabajadores de esas regiones. En el ingreso per cápita familiar de los hogares se observan brechas siempre en detrimento de los hogares con jefas mujeres y son más altas en el Gran Buenos Aires, Noroeste y en la Patagonia, donde el ingreso promedio por miembro es un 8% menor.

Si se contrasta los ingresos de los hogares con jefas del GBA con las del nordeste las primeras se ubican un 45% por arriba. Estos datos hablan de las extremas condiciones de pobreza que padece la población del norte del país, particularmente las jefas que están solas a cargo del sostenimiento económico del hogar.

Al analizar la precariedad laboral extrema de la jefatura femenina para las regiones del país, se observa que en la región de Cuyo y en el noroeste del país arroja un 67%. Los datos no pueden más que indignar. Son provincias en situación de alta vulnerabilidad y condiciones de pobreza estructural. ¿Hasta cuándo estas mujeres pobres y rotas de tanto trabajar, que hacen malabares para criar a sus hijos y paliar la pobreza en un sistema que las explota doblemente y las precariza mientras se destruye la salud y educación pública, van a seguir soportando que le nieguen sus derechos? Cómo el derecho al aborto, el derecho a un trabajo digno donde no dobleguen sus cuerpos.

Con la crisis actual donde el brutal ajuste se descarga sobre los trabajadores y sectores oprimidos, la mentira del saneamiento de las cuentas fiscales resulta funcional al gobierno para avanzar sobre conquistas históricas de los trabajadores y para atacar la salud y educación públicas.

Los dadores de gobernabilidad, léase gobernadores de distinto signo que aplican el ajuste, oposición que mira el 2019 y burocracias sindicales que boicotean la lucha unificada, no dan ninguna respuesta a los padecimientos de la población y mucho menos a las necesidades de las mujeres.

A la par de dinamitar el Estado y expulsar a grandes contingentes de trabajadores en su mayoría precarizados, esta ofensiva repercute fundamentalmente en muchas mujeres que son sostén exclusivo del hogar que, además de perder su fuente de ingresos, ven como se desmorona toda la red de servicios esenciales que en otro momento fueron pilares que posibilitaron el acceso a mejores condiciones de vida, como la educación pública para sus hijos y la salud pública.

No hay que perder de vista que estas mujeres en su gran mayoría están precarizadas y no cuentan con una obra social y el tener que salir a enfrentar esta situación crítica hace que tengan que pagar por esos servicios que antes, más mal que bien, garantizaba el Estado. Y para la mujer trabajadora que no puede tercerizar ese trabajo en el cuerpo de otras mujeres implicará una sobrecarga aún mayor.

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Las mujeres son sujetos protagónicos en la esfera del trabajo asalariado y en las tareas reproductivas que realizan en sus casas. Esa doble participación les otorga una especificidad que en el actual contexto recesivo y de profunda crisis donde ritmo y tiempo de trabajo se vuelven insostenibles puede transformarse en potencial fuerza social. En un contexto donde se avizora más ajuste económico y opresión la alternativa para las mujeres que son la enorme mayoría de los explotados del mundo no es otra que organizarse, resistir y enfrentar el saqueo que están llevando adelante el Gobierno con la complicidad del PJ y la burocracia sindical.

En los últimos años las mujeres dieron un gran salto en la lucha por sus derechos lo expresan las multitudinarias manifestaciones como las de #NIUNAMENOS y la marea verde por el derecho al aborto, que está latente y ahora incorpora el pañuelo naranja promoviendo la separación de la Iglesia del Estado. Una abrumadora mayoría de jóvenes expresó su firme decisión de seguir luchando. Este es un ámbito propicio para pelear firmemente por el conjunto de nuestros derechos, contra la precarización laboral, la extensión de la jornada laboral, por el no al pago de la deuda externa fraudulenta, para que ese dinero se destine a la trabajo, vivienda, educación y salud.