La “unidad de destino” que Podemos y buena parte de la izquierda del Estado español establecieron con el modelo Syriza amenaza con hacer entrar en barrena a estos proyectos antes de las generales. Como en Grecia, en el Estado español se plantea el reto de transformar este desencanto en una alternativa revolucionaria.

Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Miércoles 15 de julio de 2015
Fotografía: EFE
Hace cinco meses en la plaza Sintagma y la puerta del Sol se podía escuchar un cántico coreado por miles: “Syriza, Podemos, venceremos”. Era enero. El domingo 25 Syriza ganaba las elecciones griegas. Una semana más tarde Podemos celebraba la “marcha del cambio” por las calles de Madrid. Desde un primer momento Pablo Iglesias ha buscado ligarse al éxito electoral de Tsipras. Era para él un ejemplo vivo de que los pueblos del sur de Europa podían cambiar el gobierno. Como ha repetido en estos cinco meses. Para que dejaran de gobernar los lacayos de Merkel y hubiera un “gobierno patriota” para la gente.
En un principio el “efecto Syriza” se expresó con contundencia en las encuestas del Estado español. Podemos llegaba a rozar el 30% y superaba a los dos principales partidos de la “casta”, el PP y el PSOE. Sin embargo la última encuesta le da un 13% y las pasadas elecciones autonómicas le ubicaron en una horquilla de entre el 13% y el 20%. ¿Está pinchando Podemos? ¿Cuáles son las causas?
Es interesante discernir entre el fuego amigo y el enemigo. El segundo era previsible. Todos los resortes del Régimen iban a actuar para intentar socavar el apoyo electoral a la nueva formación. Sin embargo interesa más indagar en el primero: los límites de un proyecto político signado por propuestas de cada vez más moderadas reformas sociales y medidas superficiales de regeneración democrática. Límites que se vienen expresando en estos cinco meses aquí, pero también y sobre todo en la experiencia de su homólogo heleno. La “unidad de destino” que Iglesias quiso marcarse con un Tsipras triunfante hace que la claudicación de Syriza le golpee de lleno.
Como decía en otro artículo la semana pasada, los dos principales partidos del régimen buscaban que el fracaso de Tsipras fuera un golpe para Podemos. Tras la victoria del “OXI” la línea del PP y el PSOE era ayudar a forzar la claudicación más humillante. Mucho más que el “fantasma” del caos y el corralito, que Tsipras bajara la cabeza y asumiera la política de austericidio era la mejor baza contra Podemos. De hecho esto explica que desde la firma del acuerdo ningún dirigente de Podemos haya salido a defender a Tsipras. Si durante las dos últimas semanas el perfil ha sido el de defensa del gobierno griego -aunque sin impulsar ninguna movilización seria-, la estrategia ahora es la del avestruz y esperar que pase la tormenta.
Para Iglesias, como para Tsipras, toda medida que usurpase, incluso mínimamente, el derecho de propiedad de los grandes capitalistas y las leyes de mercado debía ser sacada del discurso. Eso era parte de la izquierda “vieja” y “gris”. Como alternativa se planteó algo tan poco novedoso como “volver a la socialdemocracia”. El mejor ejemplo de esta deriva lo vimos en la demanda sobre la deuda. Podemos nunca habló de no pago, sino de auditoria ciudadana para no pagar la parte ilegítima, como si hubiera alguna porción legítima. Se pasó después a la re-estructuración y una posible quita. Más tarde ya sólo hablabann de una mera re-estructuración. Y ahora acaban de renunciar hasta a eso. Los dirigentes de Podemos se han cansado de repetir que su intención es pagarla. Errejón incluso también aclaró que también querrían cobrar la porción que Grecia debe al Estado español.
Este era el único programa “posible” y “realista”. Era consecuente con su estrategia de cambio. Ganar las elecciones, constituir un gobierno decente y “de la ley a la ley” ir creando un nuevo marco legal y “constituyente” que restaurase el pacto social de la Transición quebrado con la ofensiva “de los de arriba” desde que comenzó la crisis. Errejón lo presentó incluso como un proyecto de “revolución pasiva”, es decir un proyecto de restauración del Estado capitalista y creación de una nueva élite con parte de la vieja reciclada y los recién llegados -ellos-, con la que polemicé en su día.
Los gestos hacia el Rey, las Fuerzas Armadas, las grandes empresas, la embajada de EEUU, los pactos de investidura con el PSOE... son parte de esta hoja de ruta, que incluso puede parecer imitación de los de Carrillo o González del ‘75 en adelante.
Las limitaciones en el programa de Podemos tuvieron su reflejo municipal y autonómico en los presentados el 25M. Las nuevas candidaturas ciudadanas, que acaban de acceder al gobierno en las principales capitales, asumen con una lógica de no meterse con los grandes intereses de los capitalistas. Contra los desahucios se busca el acuerdo con los bancos. Carmena ha retirado hasta la mínima medida de cobrarles una tasa. Colau por su parte aplaude el Congreso Mundial de Móviles y sigue usando a la Guardia Urbana como los piquetes patronales que persiguen a los inmigrantes dedicados a la venta ambulante que tanto molestan a El Corte Inglés y las grandes firmas.
El historiador y activista catalán Xavier Domenech analizaba en pleno 15M la crisis de la izquierda institucional. Entonces señalaba “la convicción de la izquierda gobernante de que no se podía hacer nada más allá del diktat (de la dictadura) de los mercados” y cómo a lo sumo se proponían “renovar el discurso de la izquierda mirando hacia los movimientos sociales, pero solo !en términos teóricos!, ya que en realidad todo el mundo “sabía” que nada de lo que aquellos pedían se podía hacer”. La nueva izquierda parece estar transitando este mismo camino a velocidad de crucero, incluida Barcelona en Comú de la que el mismo historiador es parte. No obstante lo “nuevo” ha nacido en gran parte en alianza con esa izquierda institucional, como pasa en las candidaturas municipales, o nutriéndose de gran parte de sus cuadros, como ocurre en Podemos.
Pero donde esta bancarrota estratégica se ha plasmado de una forma brutal ha sido en Grecia. El ya limitado programa de Tesalónica quedó aparcado. Se formó gobierno con un partido populista de derechas y xenófobo. En cinco meses Tsipras se ha dedicado a evitar toda medida que pudiera ofender a los grandes capitalistas griegos, el régimen heleno -empezando por las fuerzas armadas y policiales-, la Troika rebautizada como “instituciones” y los acreedores imperialistas. La situación de emergencia social se ha seguido agravando y las “ilusiones” en la “vía electoral” de cambio han sido un obstáculo para desarrollar la organización y capacidad de lucha de los trabajadores y el pueblo en contra de la ofensiva imperialista que hemos visto en estas últimas semanas. Finalmente, y desobedeciendo el resultado del OXI de hace poco más de una semana, Tsipras ha firmado una tercer memorándum que muchos equiparan con el Tratado de Versalles.
La experiencia con este nuevo tipo de reformismo del Siglo XXI ha tenido en Grecia una velocidad sorprendente. El marco de la crisis capitalista mundial y las crecientes tensiones inter-estatales que analiza Juan Chingo en este artículo, son la base del carácter utópico de todo proyecto reformista que espera desarrollarse por medio de la negociación con los grandes capitalistas y sus representantes estatales y supraestatales.
Iglesias reconocía hace unos meses en su programa “Otra vuelta de Tuerka” que llegar al gobierno no era tomar el poder, pero era lo único que quedaba. En consecuencia el programa, lo “posible”, tiene que asumir los límites que imponen “los poderosos”. La recuperación de la democracia y la soberanía de la que hablan parte de reconocer que es algo que sólo se podrá hacer a medias.
El problema es que “a medias” no es posible resolver los grandes problemas sociales que azotan a los trabajadores y sectores populares en Grecia o en el Estado español. Si algo demuestran los cinco meses de Syriza en el gobierno es que respetando a los grandes capitalistas nacionales y extranjeros es imposible avanzar en una solución progresiva a la grave crisis social. La utopía de una “Europa social” constituida por los Estados capitalistas se desnuda ante millones. La vuelta al Estado nacional, y su moneda, sin nacionalizar el sistema financiero, las grandes empresas y fortunas y estableciendo el control y monopolio del comercio exterior -entre otras medidas mínimas contra los ataques y “golpes financieros”- también conduciría a un nuevo pico de hundimiento.
Iglesias o Errejón no han desperdiciado ningún momento para intentar ridiculizar toda alternativa de cambio que no saliera de la conquista electoral del gobierno. Su compañera Carolina Bescansa incluso despreció la movilización social con su defensa del Podemos para ganar y no para protestar. Sin embargo lo que está haciendo aguas de forma fugaz es la utopía de dar una salida para “los de abajo” a esta crisis desde la conquista electoral de las instituciones y detrás de un programa de tibias reformas.
En Grecia está por verse qué produce el “desencanto” con Tsipras. El miércoles se desarrollará la primera huelga general del sector público contra el memorándum de Syriza. El pueblo y los trabajadores griegos han dado las mayores muestras de combatividad y resistencia contra los ajustes. Este es el camino que hay que retomar y en el que la izquierda anticapitalista griega deberá abrir una profunda discusión sobre el fracaso de la estrategia de Syriza y la necesidad de retomar una estrategia que apueste por la lucha de clases y por constituir un verdadero gobierno de los trabajadores y el pueblo, que imponga un programa para que la crisis la paguen los capitalistas helenos y extranjeros.
Que la izquierda griega esté o no la altura de los retos que exige la situación, es un factor clave del cual dependerá que este nuevo Tratado de Versalles abra el camino a una salida revolucionaria o se lo allane a salidas reaccionarias como la que representa Aurora Dorada. Las soluciones “a medias” de “la izquierda de Syriza”, que se han ubicado ya bien como “consejeros” o como “críticos leales” de Tsipras, junto al sectarismo de los estalinistas del KKE, vuelven a ser la peor preparación para enfrentar un posible crecimiento del fascismo.
Volviendo al Estado español, la amarga experiencia que está haciendo el pueblo griego con el nuevo reformismo es muy posible que tenga efectos en parte de los millones que veían en Podemos una herramienta para resolver sus problemas. La situación de crisis social aquí, aunque gravísima y en deterioro, no es todavía tan aguda como la helena. No obstante hay un peligro real de que el desinfle de Podemos se pueda traducir en el fortalecimiento de actores reaccionarios como el eje bipartidista, la política de desmovilización de la burocracia sindical o el rol de desvío de CDC en el proceso catalán. Si bien no hay una Aurora Dorada en el horizonte inmediato, el “desencanto” ibérico puede abrir un periodo de estabilidad reaccionaria que será utilizado para pasar el resto del ajuste pendiente que demanda la Troika.
Por ello, aquí también la izquierda tiene el reto de ir construyendo una alternativa al nuevo reformismo.
Lamentablemente buena parte de la izquierda que se dice anticapitalista está en unas coordenadas bien diferentes, que prometen repetir los mismos errores de la izquierda griega que ha venido dando apoyo al gobierno de Tsipras y hoy está en muy malas condiciones para presentarse como alternativa.
El caso más evidente es el grupo Anticapitalistas. Su disolución como partido para integrarse en los órganos de dirección de Podemos fue el aspecto organizativo de una disolución política y programática con la línea de Iglesias. El ejemplo más claro han sido las declaraciones de su eurodiputado Miguel Urbán en las últimas semanas, de apoyo explícito a Tsipras, sus propuestas de acuerdo y el proceso de negociación. Desde la firma del nuevo memorándum tanto Urbán como otras figuras públicas como Teresa Rodríguez están reproduciendo la estrategia del avestruz del resto de dirigentes de Podemos.
Lo mismo sucede con muchos de los impulsores de la nueva propuesta de confluencia electoral “Ahora en Común”. Sus ejes de discusión con Podemos son en torno a la propuesta organizativa para conformar una candidatura del cambio para las generales, pero contando con sectores de la izquierda reformista del régimen como IU o Equo y reproduciendo el mismo discurso, propuestas y estrategia que está fracasando en Grecia.
El efecto Syriza de enero de 2015 amenaza con convertirse en una dura resaca para el nuevo reformismo y gran parte de la izquierda que optaron por establecer una “unidad de destino” con el modelo Tsipras. Aquí como en Grecia está también planteado levantar una estrategia revolucionaria que pueda servir para agrupar a aquellos sectores provenientes de la izquierda y los movimientos sociales que rompan con esta lógica de “unidad de destino” y a lo mejor de los jóvenes y trabajadores “desencantados” con Podemos, como una vía para seguir fortaleciendo la organización y movilización social y avanzar en la construcción de un partido revolucionario.
Esta tarea es despreciada por el “nuevo” reformismo como “vieja” y “caduca”. Pero su fugaz “envejecimiento” muestra que lo realmente “viejo” y “gris” es el retorno a partidos y programas de la “izquierda institucional” que, como decía Domenech, se subordinan a los límites de la “dictadura de los capitalistas”. Contra este revival de corto recorrido, hace falta avanzar en la construcción de un partido que pelee por un programa anticapitalista y de ruptura con el régimen, que apueste por el desarrollo de la movilización y organización obrera y popular, para abrir un proceso constituyente en la perspectiva de conquistar un gobierno de los trabajadores.

Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.