El fútbol como espectáculo de masas, cada día se entrelaza más a la tecnología. Así nos hacemos parte de una experiencia simultánea entre millones, a través de las pantallas. En el reverso de la alegría, que es el sufrimiento, también está el reverso del espectáculo que es la ilusión.
Viernes 16 de diciembre de 2022 17:12
Foto: Kresta Pepe / Ig: @krestapepe
El fútbol es un deporte, pero también es un arte, un espectáculo de masas y un multimillonario negocio capitalista. Y, como es tendencia en ésta época para todo consumo de masas: mundial a mundial vemos a la tecnología entrelazarse un poco más al arte futbolístico.
La tecnología hoy nos permite ver un partido de fútbol, con una variedad de recursos que exaltan nuestros sentidos de diversos modos. El zoom de las cámaras provoca en nuestra imaginación la sensación de estar dentro de la cancha. La cámara lenta o la fotografía de alta resolución, nos permiten ver con suma nitidez lo que para el ojo humano denudo sería una ráfaga de formas y colores -como antes hizo la pintura barroca por pura aproximación del artista.
Con la tecnología se capturan imágenes plásticas de los cuerpos en posiciones que resultan imposibles en la vida cotidiana, colisionando entre sí sin romperse, volando en zancadas y acrobacias involuntarias, estirando una pierna hasta el máximo de sus capacidades físicas para colocar un gol.
Sobre todo, la tecnología nos hace partícipes de una experiencia simultánea entre millones de seres humanos, a través de las pantallas -de televisión, de computadoras, de celulares- a lo largo y ancho de la Argentina; y en todas direcciones del globo terráqueo. La inmensa mayoría no estamos en Qatar, pero agitamos desde el comedor de casa, en el transporte público, en un bar, transformamos en tribuna cualquier lugar donde la vida urbana y suburbana nos encuentre (trabajando o no) al momento de esta unión popular frente al espectáculo de masas que es el fútbol, con el tecnología que tenemos al alcance.
Luego del partido, las redes sociales y los medios de comunicación diseminan fragmentos del espectáculo, lo reproducen y recrean, exaltando algún sentido o significado. Al decir de Guy Debord, “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes” (La sociedad del espectáculo: 1967).
Los usuarios populares se apropian de estos fragmentos, a su vez los reproducen o los transforman en memes con sus medios técnicos. Así, esos 90 minutos y pico que dura un partido, se prolongan en el tiempo, en un diálogo social diverso y masivo que, por lo menos para los hinchas de Argentina, está cargada de alegrías, ironías, descansos al rival, admiración por los jugadores y también sufrimiento.
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Pero ¿por qué se sufre? Seguramente se sufre por todo lo que ocurre en la vida cotidiana de nuestro pueblo, durante el tiempo profano, ajeno al tiempo sagrado del ritual futbolístico.
La ilusión
“Mandame una del cielo, por favor mandanos una alegría”, grita en un desgarro de su voz, una señora captada en un video de Gente Rota. Millones de gritos son lanzados a D10s que desde el cielo lo podemos ver, alentando a Lionel, a su hijo cristo redentor de las miserias.
En el espectáculo de masas del fútbol aún se conserva de manera secularizada, la experiencia religiosa que implicó al arte y al espectáculo desde sus inicios como manifestación cultural humana. Las olimpíadas griegas eran un espectáculo de los hombres libres para los dioses; el juego de pelota Azteca, en su mito fundacional, fue una contienda de hermanos con los dioses del Sol y la Luna para ocupar su lugar.
Si quitamos del mito al misticismo, quedan las pasiones. Y esa ilusión que nos mantiene en vilo, pero que también nos da aliento. La ilusión se alimenta de la alegría por las batallas ganadas y en su reverso, el sufrimiento ante la posibilidad de que la victoria se nos escurra entre las manos.
Pero no son nuestras manos las que atajan la pelota, no son nuestros pies los que la pasean entre las piernas del adversario, ni son nuestros ojos desnudos los que ven el espectáculo -al menos para la inmensa mayoría alegre y sufriente.
En el reverso de la alegría (que es el sufrimiento), también se encuentra el reverso del espectáculo que es la ilusión. No la de llegar a ser campeones del mundo. Si no la ilusión de que todo aquello que ocurre en la cancha, tiene una existencia palpable en nuestra propia existencia, una consecuencia directa y bienhechora sobre nuestras angustias y padecimientos. Y claro que las tiene, pero a modo de ilusión.
¿Por qué sufrimos entonces?
Otro fragmento de Gente rota, resume el sentimiento popular del momento. “Sufrimos la política, sufrimos la economía, sufrimos este país que siempre tiene algo. No se puede sufrir tanto, todo no se puede sufrir, loco: algo dejámela pasar tranqui. Así no se puede vivir, no hay corazón que aguante”.
En el reverso del espectáculo, se encuentra la industria capitalista del espectáculo. Un negocio multimillonario que se sirve de nuestra ilusión. No solo en el fútbol, en toda la industria cultural. También en el cine, cuando nos identificamos durante algunas horas con la vida de una persona común que llegó a ser millonaria por un golpe de suerte.
Así los pibes pobres que juegan en los potreros, los millones de hijos del pueblo trabajador y precarizado, sueñan con llegar a ser los mejores y sacar a sus familias de la miseria, así como lo soñaron los poquísimos que hoy pelean sobre la arena de pasto por la gloria para nuestra camiseta. Pero el orden mundial en el que vivimos fue hecho para que ganen unos pocos, con el esfuerzo diario de miles de millones que somos quienes perdemos a diario.
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Como el pueblo trabajador no come vidrio, se ilusiona, pero en el fondo sabe que “los sueños, sueños son”. Aún así, la ilusión es un insumo fundamental de la vida. En este sistema donde somos esclavos asalariados, monotributistas o sin empleo formal, la ilusión es una herramienta de defensa frente a una realidad que nos demanda toneladas de energía, esfuerzos y tiempo, para el mínimo resultado de subsistir -y a veces ni eso.
El orden económico y social de la propiedad privada, y la democracia para ricos, con sus burocracias e instituciones de poder, exprimen nuestras capacidades y nuestras pasiones, para el beneficio de unos pocos; mientras nos mantienen divididos y pacificados, salvo brillantes excepciones que afloran frente a la crisis económica y social, pero que aún no son masivas.
Lo masivo fue la irrupción festiva de trabajadoras y sectores populares en el centro porteño (y en tantos otros centros del país). El copamiento de la infraestructura urbana, en plena jornada laboral y de negocios de la city, frenaron el tiempo laborioso -ese que solo en apariencia es irrefrenable. Y la unidad se dio en la vibración de las gargantas, en la descarga de energía de los cuerpos, en el recuerdo de los pibes de Malvinas y entre quienes saltaban para no ser un inglés.
En la cancha no hay paz, ni hay división en el equipo. “Somos luchadores, como todos los trabajadores de la Argentina”, dijo el Dibu Martínez luego de vencer a la selección croata y, reavivó el amor de millones. La pasión con la que defiende el arco, es análoga a la ilusión con la que nos defendemos de las penas en nuestra vida diaria.
Claro que la vida de un jugador de elite está alejadísima de la de su pueblo: es la contradicción del fútbol como negocio capitalista. Pero aún así, muchos jugadores conservan una relación significativa con la tribuna, con el aliento de su pueblo, del que se alimentan para transformar el talento entrenado en una fuerza moral que los lleva a vencer al oponente. Igual que en la guerra. No por nada, las olimpíadas griegas y el juego de pelota azteca, transcurrían en un tiempo donde las guerras se pausaban. Un tiempo fuera de los combates físicos, para dar lugar al combate lúdico. Quizás igual de vibrante que la lucha cuerpo a cuerpo.
Si las ilusiones que nos unen pasaran a la acción
¿Qué más podemos esperar de una ilusión compartida entre millones? Además de mantenernos en vilo hasta alcanzar la copa del mundo. Además de defendernos del real sufrimiento de la realidad.
Walter Benjamín describe en Imágenes que piensan cómo se vivía en París del siglo XX el aniversario de la toma de la Bastilla.
“Un intenso murmullo sacude sin cesar la multitud (...) ¿No estará esperando algún incendio, o quizás el fin del mundo, quizás alguna cosa que transforme el sedoso murmullo de mil voces en un solo grito? Pues el agudo grito de pavor, el que produce el pánico, viene a ser el reverso de las fiestas de masas. El ligero escalofrío que recorre innumerables hombros lo desea. Pues para la existencia profunda e inconsciente de la masa, las fiestas y los fuegos artificiales son un juego que le ayuda sin dudas a prepararse para el instante exacto en que se volverá mayor de edad, a la hora en que el pánico y la fiesta, como dos hermanos que se reconocen tras estar separados mucho tiempo, se abrazarán al fin en el momento revolucionario”.
Si las manifestaciones de los sueños, que nos hacen humanos, y las pasiones e ilusiones que nos unen contra el sufrimiento, pasaran del espectáculo a la acción contra los capitalistas y sus Estados: el pueblo trabajador y los sectores oprimidos serían capaces de convocar “el fin del mundo”, pero para construir uno nuevo sobre las ruinas de éste sufriente y desigual. Un mundo donde sería la mayoría la que gane, sobre la derrota de una minoría.
La tecnología que está en nuestras manos, que nos hace vibrar con las diversas manifestaciones del espectáculo futbolístico, podría ser una herramienta de organización y de difusión, con plataformas para grandes debates sociales, políticos, económicos y culturales, que llevemos a la acción al ponernos de acuerdo democráticamente.
Si nos apropiáramos de la tecnología con la que trabajamos a diario, en cada rubro de la economía capitalista, de los servicios o las industrias: podríamos liberarnos de la explotación, repartir las horas de trabajo entre ocupados y desocupados. Dejar de ser esclavos de la máquina, cubrir las necesidades de todos y liberar nuestro tiempo.
Seguro que en una sociedad liberada del sufrimiento y de la explotación, florecerán además, cientos de miles de artistas de la pelota y de todas las ramas del arte, de la ciencia y de la cultura. Por un mundo así peleamos, sin descanso, los socialistas revolucionarios.
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