Opinión sobre la importancia de la campaña por reducir la jornada laboral, a propósito de los avances tecnológicos, y la necesidad de ligarla a una crítica profunda al modelo extractivista argentino.

Roberto Andrés Periodista @RoberAndres1982
Sábado 29 de abril de 2017 13:36
Imagen: torno convencional.
El peor trabajo que tuve no fue aquel en el que no tenía inodoro en el baño (sino pozo), ni ese en el que tenía que comer acostado en la cuneta de un sucio barrio industrial porque no había comedor (o era muy pequeño y la preferencia la tenían los efectivos). El peor trabajo que tuve fue aquél en el que trabajaba de pie 12 horas diarias (más los sábados) con turnos rotativos de mañana, tarde y noche en un torno con control numérico computarizado (CNC), una “maravilla” de la tecnología.
“Lo que pasa, pibe, es que la maquinita que manejás vos no puede parar nunca, porque es la que le da de comer a todos en la fábrica”, recuerdo que me decía el jefe de planta como chantaje. Era una máquina hermosa pero terrible. Una máquina-herramienta computarizada, programada, que funciona a alta velocidad y con precisión más que milimétrica (porque el CNC funciona con micrones). Las mordazas agarraban la pieza de metal y el husillo giraba a alta velocidad (el máximo establecido es el de 42 mil rpm). Entonces un “cuchillo”, una herramienta de corte, se abalanzaba sobre la pieza y le iba dando la forma programada previamente por computadora.
Este sistema es muy útil en la industria capitalista, particularmente en la metalmecánica (metalúrgica y automotriz), para la producción a gran escala, cuando hay que elaborar centenares o miles de piezas de un tipo, idénticas entre sí, y luego cambiar a otras miles de otro tipo. Las piezas con particularidades quedaban en manos de los torneros convencionales, maestros artesanos del metal.
Imagen: torno CNC.
Sin embargo, esta misma operación frenética que parecía una maravilla de la tecnología para aliviar el desgaste del trabajo, se convertía en su contrario. La sed de ganancia del patrón nos obligaba a ser exprimidos al máximo posible, pues “la maquinita que manejás vos no puede parar nunca, porque es la que le da de comer a todos en la fábrica”. Mecanizar sin parar, meter y sacar las piezas a gran velocidad y precisión. Mientras trabajaba la máquina (hay operaciones que pueden demorar solo 20 segundos), había que acuñar las piezas, pintarlas, llenar la orden de producción, el control de calidad, medirlas (rosca, agujeros, diámetro), embalarlas, traer y llevar los pallets con el puente grúa, etc. “Reducir al máximo los tiempos muertos, pibe”, decía el supervisor.
Eran unas seis máquinas así, en una planta de unos 60 trabajadores, en donde la mayoría utilizaba máquinas-herramientas convencionales como el torno paralelo. Pero todos los operarios que pasaban por estas máquinas “tecnológicas” terminaban quebrados y la rotación era continua. Incluso había chicos que se iban el primer día de trabajo horrorizados por el desgaste: “Muy poca plata por esto”, decían. El ritmo de trabajo y el control policial del tiempo a veces llevaba a muchos jóvenes (porque no ponían operarios mayores en esas funciones) a que trataran de sacar con los guantes la viruta caliente que se enrollaba en las mordazas, cortando la goma como manteca, y tras de ella los dedos. O prescindir del puente grúa al operar piezas de mayor peso (porque quitaba tiempo), lo que producía hernia de ingle, dolor de huevos y desgarros en la espalda. Yo terminaba con los dedos de una mano acalambrados y con la otra mano tenía que enderezarlos varias veces.
Por otro lado, eran máquinas que reemplazaban el trabajo de unos seis torneros convencionales. Este es un verdadero maestro artesano del mecanizado, casi un artista. Sin embargo, ahora el torno CNC solo necesitaba un programador (supervisor) y un operario que cumplía únicamente la función de apéndice de la máquina. Pero en vez de quitarle el trabajo a esos seis operarios, esa máquina pudo haber ayudado a disminuir su jornada laboral: cuatro horas de trabajo para cada uno de esos seis operarios bastaban para sostener 24 horas de producción en el torno CNC. Qué lindo hubiera sido poder trabajar una jornada de cuatro horas y no de doce manteniendo la misma producción. Habrían sobrado ocho horas para estudiar, ayudar a mi hijo con sus tareas o juntarme con mis amigos a tocar la guitarra.
Sin embargo, había algo más. Tanto Karl Marx como Federico Engels decían que en el capitalismo a los empresarios les importa un verdadero rábano lo que ocurra con sus productos una vez vendidos. Lo único que les interesa es la ganancia inmediata. Ocurre que en la orden de producción que nos daban diariamente aparecían los nombres de los clientes que compraban estos insumos, y entre ellos figuraban reiteradamente sociedades anónimas vinculadas a Neuquén y Vaca Muerta. Es decir, eran insumos para la industria petrolera que se “reactivó” tras el acuerdo secreto entre el Estado argentino y la multinacional imperialista Chevron. Insumos para el sostenimiento de pozos petroleros “no convencionales”, es decir, que funcionaban en base a la fractura hidráulica (o fracking) con terribles consecuencias ambientales para el territorio y la población que allí reside. No eran piezas que tenían como objetivo ayudar a llevar agua caliente o calefacción a más escuelas, a más hospitales, a más casas nuevas. No, eran piezas malditas “bañadas en gas metano”, disparadas contra el corazón del pueblo mapuche y su comunidad de Campo Maripe, en contra de la reserva natural protegida de Auca Mahuida, o del barrio humilde de Valentina Norte Rural y su Escuela Primaria N° 356, conocida también como escuela tráiler.
Considerando lo anterior, la lucha por establecer la jornada laboral de seis horas adquiere otra importancia fundamental. Digámoslo de esta manera: es muy difícil que la clase obrera de Buenos Aires, que es el corazón industrial del país y en donde también se concentra el poder político y financiero, tras doce horas de asfixia física y espiritual bajo el puño de hierro de la máquina, pueda apreciar en su real dimensión el daño generado al país por las multinacionales imperialistas como Chevron, Monsanto o la Barrick Gold. Estas empresas ni siquiera se caracterizan por ser precisamente productivas o generar trabajo. Más bien se trata de empresas saqueadoras que, al decir de Marx, socavan o esquilman las dos fuentes de donde mana toda la riqueza social: la tierra y el trabajador.
El extractivismo es una forma de organizar la economía de un país que se basa en la apropiación intensiva y a gran escala de los recursos y bienes de una nación (ya sean hidrocarburos, minerales o nutrientes del suelo), imposibilitando por un lado su conservación o regeneración, y por otro lado destruyendo los ecosistemas que proveen a la población de varios servicios y bienes elementales para su subsistencia, como el agua, el aire, la regulación de la temperatura o la prevención de inundaciones, a través de los glaciares, bosques y humedales, respectivamente. Además, el extractivismo cuenta con un muy bajo procesamiento de los recursos (poco valor agregado) y los destina para su venta en el exterior reforzando la dependencia de la economía nacional a la exportación a países imperialistas como Estados Unidos o potencias regionales como China. El extractivismo puede darse bajo distintos regímenes de propiedad, ya sea privada, estatal, mixta, o cooperativa. A esto debemos sumar otras características tales como la violencia estatal, la conflictividad social, una pérdida de mejores condiciones sanitarias de la comunidad y un decaimiento de la economía local o nacional en favor, directa o indirectamente, de multinacionales extranjeras y la especulación financiera.
Chevron
En el caso de Chevron, el año pasado se hicieron públicas las cláusulas secretas del acuerdo entre YPF y la imperialista yanqui responsable impune del peor desastre ambiental en la historia de Ecuador con el derramamiento de más de 80 mil toneladas de residuos petrolíferos, generando daños en más de 500 mil hectáreas y por lo que se vieron afectadas más de 30 mil personas. Aquí en Argentina, tras darse a conocer los detalles de este acuerdo espurio, quedó en evidencia el complejo entramado de empresas offshore armado por la multinacional para protegerse ante posibles demandas legales, vulnerando cualquier tipo de soberanía sobre el manejo de los recursos naturales. A pesar de que el fracking (o fractura hidráulica) se encuentra prohibido (o cuenta con enormes trabas legales para su puesta en práctica) en los países imperialista de donde provienen las mismas petroleras que lo utilizan, se ha venido practicando en nuestro país desde el 2011 en provincias como Neuquén, violando la legislación indígena y el derecho a la consulta previa de los pueblos originarios en las zonas de extracción. Pero también se ha implementado en Río Negro y Chubut, y se ha promovido su desarrollo en provincias como Santa Cruz y Mendoza, e incluso en provincias sin antecedentes hidrocarburíferos como Entre Ríos. Actualmente, dirigentes de la comunidad mapuche Campo Maripe están denunciando que en Loma Campana, área de extracción de YPF-Chevron, hay dos viejos pozos que ya no se utilizan en donde se estarían depositando diariamente 1.4 millones de litros de residuos líquidos que contienen químicos usados en el proceso de fractura hidráulica y agua con sustancias altamente contaminantes, y que pueden ir a parar a las napas subterráneas de agua y a los ríos y lagos aledaños.
Barrick Gold
En el caso de Barrick Gold, es protagonista del peor desastre ambiental de la historia de la minería argentina con el derrame de cinco millones de litros de agua cianurada en septiembre del 2015 (y lo ha vuelto hacer en reiteradas ocasiones desde entonces), en San Juan, una provincia con un 54,5 % de pobreza, cifra que se eleva dramáticamente al 70 % en la población infantil. El fracaso del “modelo minero” basado extracción intensiva y a gran escala solo ha generado ganancias para la especulación financiera del capital imperialista, sin embargo el gobierno de Mauricio Macri busca destrabar más de 40 proyectos mineros a pesar de haber en el país 26 conflictos socioambientales por esta actividad y de haber 44 en distintos grados de avance que violarían la Ley de Glaciares, poniendo en peligro los recursos hídricos y la salud de los pueblos cordilleranos.
Monsanto
Monsanto es la multinacional símbolo de un modelo agroextractivista que condena no solo a los trabajadores rurales y pequeños campesinos a cada vez peores condiciones económicas y sociales, sino que también a la población de las zonas agrícolas a la proliferación del cáncer y otras enfermedades respiratorias asociadas a su paquete tecnológico de ytransgénicos y agrotóxicos. Monsanto ha comercializado productos altamente tóxicos que contaminan el medioambiente de manera permanente, y ha causado enfermedades y muertes a miles de personas en todo el mundo. Es responsable de uno de los componentes del Agente Naranja, que contiene dioxina y que fue utilizado por el ejército yanqui durante la guerra de Vietnam, causando malformaciones congénitas y cáncer hasta hoy. Pero su producto estrella es el famoso Roundup, el herbicida más utilizado en el mundo y elaborado en base a glifosato (reconocido por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer como potencialmente cancerígeno), que es el causante de uno de los mayores escándalos sanitario y medioambiental de la historia moderna. Este herbicida altamente tóxico, está asociado a los monocultivos transgénicos, principalmente soja, maíz y canola, destinados principalmente para la alimentación animal o para la producción de agrocombustibles. El modelo agroindustrial promovido en Argentina por Monsanto y otras empresas, además de ser responsable de enfermedades entre la población y extinción de especies, es en gran parte responsable del desgastamiento de la tierra y de la escasez de agua, de la extinción de la biodiversidad, provocando inundaciones en las provincias sojeras y la marginación de millones de pequeños agricultores. En Argentina, aproximadamente 13 millones de habitantes de ciudades pequeñas y medianas están expuestos a estos agrotóxicos, con tasas de mortalidad por cáncer de hasta un 40 %, más del doble que las áreas no expuestas. Por eso recientemente un Tribunal Internacional (ético) en La Haya, halló a Monsanto culpable por daños a la salud y el ambiente, crímenes de guerra y ecocidio.
Imagen: manifestación en Neuquén.
Los trabajadores debemos luchar por la reducción de la jornada laboral, tal como hicimos hace cien años atrás, pero no solo para descansar, estudiar o divertirnos, sino también para organizarnos políticamente, para pensar otro país, otra economía, otra sociedad, en donde no haya ni explotación asalariada, ni dictadura patronal ni multinacionales saqueadoras a las que no les tiembla la mano a la hora de jugar con la salud y vida de millones; y en la que produzcamos para que haya más y mejores hospitales, más y mejores escuelas, más y mejores casas. Claro que sí, vamos por la jornada laboral de seis horas para todos, pero también vamos por la expulsión de las multinacionales imperialistas, porque ese torno CNC, por muy tecnológico que sea, no resolverá el problema cuando el gas metano irrumpa en los barrios obreros y humildes de Neuquén. ¡Jornada laboral de seis horas para todos y basta de fracking! ¡Fuera Chevron, Monsanto y Barrick Gold!
* El autor es editor de la sección Ecología y medioambiente de La Izquierda Diario y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas.