León Trotsky es considerado uno de los marxistas más prominentes e innovadores de principios del siglo XX. Fue dirigente de una revolución proletaria y de un partido de masas. Sin embargo, su legado estratégico ha sido rechazado por la mayoría de la izquierda militante que busca construir organizaciones o movimientos que luchen por el socialismo.

Vicente Mellado Licenciado en Historia. Universidad de Chile. Magíster © en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización. Universidad de Chile
Martes 10 de mayo de 2016
Vicente Mellado Carrasco. Licenciado en Historia. Universidad de Chile
Trotsky y el “trotskismo”
León Trotsky es sin lugar a dudas uno de los principales pensadores marxistas del siglo XX. Conquistó un lugar en el podio de los marxistas originales e innovadores con Lenin, Luxemburgo y Gramsci. Sin embargo, ha sido repudiado por gran parte de la izquierda militante, sobre todo aquella moldeada por el estalinismo. La hostilidad por parte de la izquierda hacia los trotskistas contribuyó a que el trotskismo fuese una corriente marginal del marxismo durante el siglo XX. Es cierto que la marginalidad del trotskismo como movimiento político no puede explicarse solo por una variable externa. Sin embargo, queremos entregar algunas pistas del porqué la hostilidad de la izquierda hacia los trotskistas, que en algunos momentos históricos terminó en su exterminio físico.
Trotsky se hizo famoso por la formulación de la teoría de la revolución permanente. Desarrollada al calor de la revolución rusa de 1905, el planteamiento constituyó un verdadero quiebre en las concepciones existentes hasta ese momento en el socialismo internacional. La propuesta de Trotsky se puede sintetizar de la siguiente manera. En Rusia, en vista de la debilidad estructural de la burguesía liberal, la única clase social que puede llevar adelante el derrocamiento del zarismo es la clase obrera organizada en partido revolucionario dirigiendo a los campesinos. Una vez en el poder, la clase obrera no se limita a la construcción de la democracia parlamentaria burguesa y la entrega de la tierra al campesinado. Por el contrario, aprovecha avanzar en la transformación socialista del país. Esto implica abolir la propiedad privada de los medios de producción y construir un Estado socialista de los trabajadores, sustentado en sus propios organismos de democracia proletaria. Estos últimos residieron en los soviets de diputados obreros creados en el proceso mismo de la revolución de 1905.
Afirmar que la revolución rusa sería socialista y no burguesa constituyó una verdadera ignominia para toda la Internacional Socialista. Hasta la formulación de la revolución permanente, la única tesis que se defendía en el mundo obrero socialista era que los países atrasados como Rusia debían realizar una “revolución democrático burguesa”, como etapa previa al socialismo. Esta ecuación se explica como sigue:
La revolución burguesa implica que los partidos obreros deben realizar una estrecha alianza política con los partidos burgueses liberales —siguiendo la situación rusa— en contra del absolutismo zarista. Esta alianza implica que el programa de los trabajadores tiene que limitar su realización a los intereses de la burguesía liberal. En otras palabras, la clase obrera debe autolimitar su programa y no avanzar más allá de la frontera de la democracia burguesa, es decir, del respeto al derecho de la propiedad privada de los medios de producción. Si la clase obrera con su programa avanza más allá de lo acordado y pone en cuestionamiento el derecho a la propiedad privada, la burguesía se espanta y rompe la alianza con los partidos obreros. Alianza necesaria y vital para realizar la revolución democrática (burguesa).
De ahí en adelante, cualquier afirmación que aludiese a una supuesta debilidad intrínseca de la burguesía liberal para llevar a cabo una revolución democrática fue tildada de “trotskismo”. En conclusión, pensar que en un país como Rusia —atrasado económicamente, con mayoría de población rural— la revolución socialista era posible, era sinónimo de estar loco. La revolución rusa sería burguesa y punto. No hay nada más que discutir. Sin embargo, la historia fue otra.
En octubre de 1917 los bolcheviques dirigieron a los soviets de diputados obreros, campesinos y soldados en la conquista del poder político en Petrogrado. El zarismo cayó en Rusia a través de una revolución proletaria. La democracia que se construyó de allí en adelante no fue parlamentaria liberal, sino proletaria socialista. La tesis “trotskista” se había comprobado.
A partir de entonces se dio inicio a una oleada revolucionaria en Europa y el Oriente asiático que gatilló la construcción de los nuevos y jóvenes partidos comunistas. Los años transcurridos entre 1919 y 1922 fueron testigos de la realización de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (IC). Instancias que concentraron el balance estratégico de toda la experiencia de los procesos revolucionarios de ese periodo ocurridos tanto en el mundo capitalista avanzado, como en el atrasado y colonial.
Respecto a los países atrasados y las colonias, el 26 de julio de 1920 Lenin escribió el “Informe de la Comisión para las cuestiones nacional y colonial” donde se hizo la siguiente pregunta:
“¿podemos considerar justa la afirmación de que la fase capitalista del desarrollo de la economía nacional es inevitable para los pueblos atrasados que se encuentran en proceso de liberación y entre los cuales ahora, después de la guerra, se observa un movimiento por el camino del progreso? Nuestra respuesta ha sido negativa. Si el proletariado revolucionario victorioso realiza entre esos pueblos una propaganda sistemática y los gobiernos soviéticos les ayudan con todos los medios a su alcance, es erróneo suponer que la fase capitalista del desarrollo sea inevitable para los pueblos atrasados. (…)
La Internacional Comunista habrá de redactar, dándole base teórica, la tesis de que los países atrasados, con la ayuda del proletariado de las naciones adelantadas, pueden pasar al régimen soviético y, a través de determinadas etapas de desarrollo, al comunismo, soslayando en su desenvolvimiento la fase capitalista”.
Los fundamentos estratégicos de la hostilidad al trotskismo
Una de las ideas fuerza que atravesó los cuatro congresos de la IC fue que la revolución socialista era posible en los países atrasados siempre y cuando la clase obrera se organizara en partido, conquistara la alianza con el campesinado mayoritario y mantuviera la independencia política de las burguesías nativas. Los congresos otorgaron importancia fundamental al aspecto subjetivo (el partido) para lograr la conquista del poder.
Respecto a las burguesías nativas de los países atrasados, en 1922, el cuarto congreso de la IC sostuvo que “las clases dirigentes de los países coloniales y semicoloniales no tienen ni la capacidad ni el deseo de dirigir la lucha contra el imperialismo, a medida que esta lucha se transforma en un movimiento revolucionario de masas” (“Tesis generales sobre la Cuestión de Oriente”).
La época del “comunismo original” —que en América latina tuvo su máxima expresión en José Carlos Mariátegui— dejó en evidencia la tesis de que las burguesías nacionales de los países capitalistas atrasados y las colonias cumplen un rol contra revolucionario al subordinarse a los intereses del imperialismo. En un comienzo, estas pueden jugar un rol progresivo, pero su giro conservador está determinado por la acción independiente del movimiento obrero, popular y campesino de dichas formaciones sociales. La conclusión fue que la clase obrera debía organizarse en partido y conquistar la dirección de los movimientos nacionalistas anti imperialistas con plena diferenciación e independencia de los partidos burgueses nativos. La experiencia trágica de la revolución china con el Koumitang en 1925-1927 constituyó la gran comprobación empírica de dicha tesis. Pero para ese momento Trotsky ya estaba aislado y pronto a ser expulsado del partido bolchevique.
La izquierda marxista estalinizada y posestalinista socialdemocratizada ha sostenido que dichas tesis constituyen una tesis “trotskista”. Para el estalinismo y sus variantes posteriores, ya sea en su forma socialdemócrata o reformista, los empresarios nacionales sí pueden cumplir un rol revolucionario y progresivo. Por esto, los partidos de trabajadores deben unirse con ellos y subordinar su programa obrero al programa de la democracia parlamentaria que no es otro que el de respeto al derecho de propiedad privada. Cumplida la revolución democrática, se dará inicio al desarrollo de un capitalismo nacional que sentará las condiciones objetivas para el socialismo.
Por otro lado, la izquierda populista (no estalinista) reconoció que las burguesías nativas son incapaces de resolver íntegramente las demandas democráticas estructurales de las masas explotadas y oprimidas —tesis de Ernesto Che Guevara. Por esto se debe luchar directamente por el socialismo. Sin embargo, el populismo filo guevarista no entregó una centralidad a la clase trabajadora urbana como sujeto de la revolución socialista. El sujeto es otro: el campesino, los pobres urbanos, o simplemente el pueblo.
Si bien ambas lecturas de la revolución socialista corresponden a estrategias políticas diferenciadas, poseen algo en común: su hostilidad al trotskismo. Como hemos visto, los fundamentos de esta hostilidad residen en: primero, la actitud de los revolucionarios ante el empresariado nacional y sus partidos; y segundo, la centralidad de la clase trabajadora urbana como sujeto de la revolución socialista.
Resulta evidente que la construcción de un partido revolucionario de los trabajadores que se proponga conquistar la hegemonía de las masas explotadas y oprimidas y las capas medias con plena independencia de los empresarios y sus partidos entra en directo conflicto con la izquierda que se propone todo lo contrario: unirse con variantes patronales o con referentes que buscan la gestión social de la economía capitalista.
Si bien los trotskistas confluyeron en variadas ocasiones con la izquierda populista de corte guevarista (en la posguerra), el conflicto también resultó evidente: ¿Qué partido construir? ¿Partido guerrillero de campesinos o partido de trabajadores? ¿Cómo construir el nuevo estado obrero socialista? ¿Sobre la base burocrática del partido guerrillero o sobre la base democrática de los organismos de masas de trabajadores y campesinos? Podríamos hacer un sinfín de preguntas que se responden por sí mismas.
Que quede claro que la hostilidad de la izquierda hacia el legado de Trotsky reside en una diferencia de estrategias para la consecución de la revolución socialista.
Esto explica porqué entre 1930 y 1950 los trotskistas fueron asesinados o encarcelados en masa por Stalin en la Unión Soviética, por Mao en China y en Vietnam por Ho Chi Minh. Aislados y perseguidos en los países donde hubo Frentes Populares. Exterminados por completo en España. Encarcelados en Cuba.
A partir del periodo de la posguerra se produjeron las condiciones para que el debilitado trotskismo se recuperara después de tanta persecución y asesinato, y pudiese al fin construir una alternativa militante de masas. Sin embargo, eso tampoco ocurrió. No solo la hostilidad de la izquierda jugó en contra de los trotskistas. La estrategia que estos mismos elaboraron durante la posguerra y los "puentes" que construyeron para llegar a la clase obrera, fueron elementos determinantes en su incapacidad de emerger como una alternativa real para las masas. La explicación de esto la veremos en otro artículo.

Vicente Mellado
Licenciado en Historia. Universidad de Chile. Magíster © en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización. Universidad de Chile