En este artículo buscamos responder a la pregunta de por qué el trotskismo tiene plena vigencia como alternativa revolucionaria de los trabajadores y oprimidos en el siglo XXI.

Vicente Mellado Licenciado en Historia. Universidad de Chile. Magíster © en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización. Universidad de Chile
Martes 6 de diciembre de 2016
Nos encontramos en una época de guerras, de crisis y revoluciones que se inició con la Primera Guerra Mundial y la revolución rusa. Como parte de esta época se produjo una etapa denominada neoliberalismo, que para la mayoría de la izquierda mundial implicó el fin de la posibilidad histórica de la revolución socialista.
Por el contrario, el neoliberalismo fue una gran contraofensiva capitalista contra los trabajadores, no el entierro de la posibilidad histórica de situaciones revolucionarias. El neoliberalismo posee un fundamento histórico: el proceso de restauración capitalista (o burguesa) iniciada en la década de 1980 en el mundo.
Por restauración burguesa definimos la derrota física y política que el imperialismo impuso a la clase obrera y los explotados y oprimidos del mundo, luego de frenar el ascenso revolucionario del periodo 1968-1981 (1). Esta ofensiva burguesa contrarrevolucionaria se realizó a través de “contrarreformas” en los países imperialistas y dictaduras militares en la mayoría de los países dependientes y semicoloniales. La restauración recibió el nombre de “neoliberalismo”, y tuvo como expresión política la modificación de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo en favor del imperialismo y los capitalistas. Con la crisis económica mundial iniciada en el 2008 el periodo de restauración burguesa encontró sus límites abriendo la transición a una nueva etapa histórica que recién está comenzando.
El ataque neoliberal a las masas iniciado durante la década de los 80 tuvo su gran salto con la caída del Muro de Berlín (1989) y la disolución de la Unión Soviética (1991). Pero a partir de entonces la imposición de las transformaciones neoliberales en los distintos países del globo se realizó bajo la cobertura de la democracia liberal.
La restauración capitalista en los ex Estados obreros burocratizados trajo consigo un triunfalismo neoliberal que impuso por primera vez en la historia del capitalismo a las democracias liberales como sistema político hegemónico en todo el mundo bloqueando la alternativa de la revolución socialista. En Chile la restauración fue en toda letra, aislando a la extrema izquierda que se adaptó al triunfalismo neoliberal planteando como única vía posible una democracia más justa.
No obstante, esta nueva etapa está reactualizando las premisas objetivas para la revolución socialista y por lo tanto la necesidad de construir partidos revolucionarios de trabajadores con plena independencia de las variantes patronales.
Reactualización de las premisas para la revolución socialista
Existen una serie de elementos que permiten afirmar la tesis de una reactualización de las premisas objetivas de la revolución socialista.
Primero, el estallido de una gran crisis económica capitalista en 2008 que continúa desarrollándose en los principales centros del capitalismo mundial, como lo es Estados Unidos y Europa. La bancarrota del Estado griego y el descargo de la crisis sobre millones de trabajadores helenos, constituye una de las muestras más crudas de los efectos de la crisis económica mundial.
Segundo, el inicio de un proceso tendiente a la crisis orgánica que integra en una totalidad la crisis de los regímenes políticos y los sistemas económicos de cada país del mundo. Esto implica el desarrollo de nuevas formas de pensamiento político en los trabajadores, la juventud y las mujeres. Estos buscan canalizar su descontento tanto en nuevos movimientos de izquierda como en movimientos de extrema derecha. PODEMOS en Estado Español y el triunfo de Donald Trump como Presidente de EEUU, constituyen indicadores de esta nueva tendencia histórica.
Si bien la situación política internacional ha tomado un giro político a la derecha —triunfo de Donald Trump en EEUU, ascenso de la derecha en América latina y de la extrema derecha en Europa—, este posee bases inestables.
Tercero, el desarrollo de huelgas generales en países centrales —si bien todavía en un momento de baja lucha de clases— así como fenómenos de resistencia sindical en América Latina y Asia en un contexto de fuerte atraso político de los trabajadores, constituye indicadores del proceso de recomposición del movimiento obrero mundial, considerado por la mayoría de la izquierda política como un desaparecido de la historia.
Cuarto, el desarrollo de procesos revolucionaros en formaciones capitalistas pobres y atrasadas como la “primavera árabe”. Esta se inició en 2010 en Túnez, Egipto, Yemen y Libia y derribaron dictaduras militares de larga data. El que hayan sido desviados a procesos de contrarrevolución democrática, guerras civiles o instauración de nuevas dictaduras militares no implica refutar que fueron procesos revolucionarios que plantearon objetivamente ir más allá del Estado capitalista.
En síntesis, la combinación de crisis económica, crisis de regímenes políticos e irrupción de movimientos de masas explotadas y oprimidas, en particular la recomposición de la clase trabajadora urbana, reactualizan las condiciones para preparar a los trabajadores y oprimidos en la lucha por derribar el capital y su Estado.
En este escenario histórico, cobra plena relevancia la necesidad política de construir partidos revolucionarios de trabajadores, que organicen a sus elementos más avanzados (la vanguardia) y logren influir y hegemonizar al conjunto de las masas explotadas, oprimidas y pobres en la lucha por la revolución socialista.
El trotskismo en el siglo XXI y el leninismo 2.0
Esto es lo que hace viable en la actualidad al trotskismo: la inevitabilidad de la apertura de situaciones revolucionarias que planteen de modo objetivo la conquista del poder político por los trabajadores. No obstante, eso no implica que una situación revolucionaria resuelva por sí mismo el problema del poder y lleve a los trabajadores al socialismo. Eso es precisamente lo que Marx debatió en el siglo XIX: el comunismo es un movimiento real que lo construyen seres humanos. No es una necesidad histórica entendida como inevitabilidad. Lo que hace al comunismo una necesidad histórica es la posibilidad real de iniciar su transición en un momento histórico determinado.
Los bolcheviques lo dejaron claro en 1917: pueden haber miles de revoluciones. Sin embargo, si no existen las condiciones subjetivas —un partido revolucionario— la situación revolucionaria puede transformarse en su contrario: la contrarrevolución y restauración del poder capitalista.
Es cierto que hubo revoluciones triunfantes durante el siglo XX dirigidos por partidos con estrategias ajenas a la autoorganización y la democracia directa de los trabajadores. La revolución china y la cubana son ejemplos de aquello. Sin embargo, estas revoluciones socialistas, al ser dirigidas por partidos ejércitos dieron origen a Estados obreros deformados y burocratizados, sustituyendo la acción democrática y revolucionaria de los organismos de explotados y oprimidos en la realización de la revolución.
El trotskismo existe para responder a esa posibilidad histórica: la apertura de situaciones revolucionarias y el planteamiento objetivo de la revolución socialista. Si no existiera esta posibilidad real, el trotskismo no tendría sentido, así como tampoco la propuesta del Programa de Transición formulado por Trotsky en 1938.
Los marxistas revolucionarios del siglo XXI tienen esta tarea: construir partidos de trabajadores por la revolución socialista, es decir, desarrollar el factor subjetivo de la revolución para transformarla en un triunfo de los explotados y oprimidos. Es lo que denominamos un leninismo 2.0.
El leninismo del siglo XXI es construir partidos revolucionarios que organicen a los trabajadores que están saliendo a luchar en todo el mundo. En cada empresa donde los trabajadores luchan por sus demandas, estos deben organizarse en partido político independiente de las variantes empresariales y pequeño burguesas.
Es deber de los revolucionarios construir alas y tendencias revolucionarias al interior de los sindicatos y movimientos laborales que están emergiendo en cada país. Es deber de los marxistas la construcción de corrientes clasistas y una lucha de frente contra las dirigencias burocráticas al interior de los sindicatos. Solo de ese modo se podrá preparar a los trabajadores para la lucha contra las patronales y el Estado. Solo de ese modo los trabajadores podrán irrumpir como clase social con proyecto político propio y hegemonizar al conjunto del pueblo oprimido y pobre.
Por esto, la única corriente revolucionaria que puede dar una salida política independiente e integral a los obreros, estudiantes, mujeres y campesinos que luchan por el mejoramiento de sus condiciones de vida es el trotskismo. Porque este, a diferencia de la izquierda neo reformista (PODEMOS en Estado Español y el Frente Amplio en Chile), propone una ruptura total con el capitalismo, causante de las miserias que vive el pueblo trabajador.
La formación del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) en Argentina constituye el primer paso para avanzar en la construcción de fuertes partidos obreros revolucionarios con influencia de masas en el mundo.
Los trabajadores, la juventud y mujeres chilenas tienen mucho que aprender de la experiencia del FIT en Argentina para conquistar sus demandas.
Si la emancipación de la humanidad debe ser dando una lucha internacional contra el capitalismo, el trotskismo está en mejor pie que las variantes neo reformistas para dar esa pelea.
(1) Al respecto ver: Albamonte, Emilio y Mahiello, Matías, “En los límites de la Restauración Burguesa”, Revista Estrategia Internacional N° 27, marzo de 2011, pp. 57-89.
Vicente Mellado Carrasco, Licenciado en Historia, Universidad de Chile.

Vicente Mellado
Licenciado en Historia. Universidad de Chile. Magíster © en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización. Universidad de Chile