Tras el desastre histórico que supuso la celebración de la 93ª edición de los premios de la Academia de Hollywood el año pasado, con una caída del 58% de espectadores (el peor dato de audiencia de su historia) y una avalancha de críticas, el show continúa en la feria del negocio millonario de la meca del cine, esta vez con la nominación de Javier Bardem y Penélope Cruz a la mejor interpretación por “Madres paralelas” y “Being the Ricardos”.
Eduardo Nabal @eduardonabal
Jueves 10 de febrero de 2022
Es una lástima que al final se haya descolgado “El buen patrón” de Fernando León del premio a la mejor película extranjera, en la que Bardem se lucía como nunca, pero, aun así, hay verdaderas joyas en la competición que son muy destacables y acaparan buena parte de las nominaciones. Aunque es de justicia reconocer que Penélope logra una de las mejores interpretaciones de su carrera y casi salva la película, el intervencionismo selectivo de la academia nos deja cada vez más estupefactos.
En “Belfast” Kenneth Branagh recrea su infancia durante los años más duros de la guerra de Irlanda del Norte entre el IRA y el gobierno británico. En nuestra opinión Branagh ha tenido una carrera irregular como director, centrado sobre todo en adaptaciones teatrales de Shakespeare, pero con películas de encargo de calidad discutible como “Thor”, “Cinderella” o “Muerte en el Nilo”. “Belfast” supone su regreso a un tema personal en el que ha puesto su creatividad, no al servicio de intereses comerciales, sino a la realización de una obra de profundo interés humano y político, mostrando como el conflicto altera la vida cotidiana de la gente, afectando a sus relaciones familiares y personales.
Desde la perspectiva de un niño, la visión del enfrentamiento y del ambiente de hostilidad resulta muy difícil de entender. Su inocencia es una herramienta dramática que vehicula todo el film, y eso podría bastar para comunicar e intensificar, si cabe, la tremenda tragedia en que se convierte su entorno, pero, lo que a nuestro parecer no acaba de funcionar del todo en la película se vuelva tan ingenuo como la mente de ese niño. No estamos ante un ejercicio de análisis político al estilo de Ken Loach, sino a un regreso a la memoria nostálgica de una infancia perdida.
“El poder del perro” de Jane Campion, con 12 nominaciones, es la que más acapara junto a “Dune”. Este intenso drama interior, filmado como un western con preciosos planos de extensos paisajes que contrastan con los choques psicológicos que destrozan trágicamente el interior de sus personajes, y ambientado en las postrimerías de ambiente ranchero del viejo Oeste, nos presenta y describe de forma muy aguda cómo la represión (homo)sexual marca las conductas de unos hombres habituados a la dureza de la vida en el campo y condicionados por costumbres y prejuicios que les obligan a mantener unas relaciones opuestas a sus deseos. Los códigos aprendidos de comportamiento enrarecen el ambiente y el espectador va descubriendo poco a poco el fondo oculto que conducirá a la tragedia. Campion realiza un magnífico análisis sobre cómo funciona la tradición heteropatriarcal en un mundo cerrado, en el que la mujer queda aislada en un sistema de dependencia que igualmente reduce al hombre a una caricatura de rudeza y “valentía”.
Por su parte, Guillermo del Toro nos ha regalado este año una gran adaptación de “El callejón de las almas perdidas”, remake de la que Edmund Goulding filmó, no sin dignidad, en 1947. Del Toro nos ofrece aquí una sombría revisión de la novela original de William Lindsay Gresham, en la que la ambición y el afán de poder conducen al protagonista, a través de un recorrido por las miserias físicas y morales de la vida entre los monstruos del circo y los de la élite dominante, a su autodestrucción, en una espiral de mentiras y falsas identidades. La película es un guiño al clásico de Todd Browning de 1932, “Freaks”, que tanto ha influido en su filmografía, y adopta las características básicas del cine negro, pero con una estética muy personal, sin ahorrar espectacularidad ni crudeza en sus imágenes. Sus protagonistas, Bradley Cooper, Cate Blanchett y Rooney Mara, realizan sus respectivos papeles con una gran carga de honestidad y verosimilitud.
“Don’t Look Up” (“No mires arriba”) de Adam McKay, en palabras de su director, es un homenaje a “Don’t Look Now” (“Amenaza en la sombra”) de Nicholas Roeg, aunque su desarrollo argumental no tenga nada que ver. La carrera de McKay se ha centrado sobre todo en la comedia (“Pasado de vueltas”, “Hermanos por pelotas”), y aquí continúa en su forma de hacer, pero con la particularidad de realizar un retrato satírico y esperpéntico de la sociedad norteamericana, creando una verdadera crítica política en forma de chiste alargado (240 minutos) a través de metáfora catastrofista. Leonardo di Caprio realiza un magnífico papel como el astrónomo que descubre el cometa que destruirá el planeta y al que no cree nadie tras ser ninguneado tanto por el poder político como por los medios de comunicación.
Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.