En la última semana hemos visto a sectores movilizados en las calles, motorizados por la derecha, en una extraña conjunción entre anti vacunas, anti cuarentena, anti derechos, y sectores opositores en general. Tanto los que se movilizaron como quienes hablaron de la marcha, se referían a la composición social de la misma como de “clase media”.
Aquí vale aclarar que no estamos hablando de una descripción de la realidad social: desde el marxismo históricamente hemos definido a los sectores medios de la sociedad en relación a los medios de producción y a su relación con los polos opuestos del sistema capitalista, es decir, la burguesía y el proletariado. Sino que estamos hablando de una identidad social, es decir, de como un sector social se percibe dentro del conjunto social, y de cómo se fueron formando esas identidades.
Leyendo el libro de Ezequiel Adamovsky “Historia de las clases medias” surgen algunas ideas que paso a comentar. La primera constatación: se trata de un término que hasta mediados del siglo XX no tenía un uso frecuente ni extendido. Si por ejemplo, nos remitimos al siglo XIX, después de la revolución de mayo, las identidades reflejadas por escritores o las elites eran solo dos: los sectores distinguidos, (que eran sobre todo las clases dominantes del campo y la ciudad) y el “bajo pueblo” o la plebe. Es decir, no existía una noción de una sociedad dividida en tres partes sino en dos, y esas partes estaban muy delimitadas, tanto por la vestimenta, el acceso a determinados bienes culturales, el apellido, etc.
Hacia los años 20 y 30 del siglo XX sin embargo, producto de los cambios ocurridos a nivel social con el proceso migratorio, pero también con las transformaciones productivas, el desarrollo de las ciudades, la industrialización sustitutiva, y la extensión del mercado de consumo interno, se comenzaron a observar los primeros signos de “distinción social” luego relacionados con “la clase media”. Pero antes una aclaración. Imágenes posteriores, construidas por la sociología de Gino Germani, o la historiografía de José Luis Romero, dieron la idea de que la etapa del “modelo agroexportador” fue un momento de “movilidad social ascendente”, es decir, como un momento en donde la modernización y el crecimiento económico habrían ido de la mano del ascenso social de sectores identificados anteriormente como de clase trabajadora. Lo cierto es que esto no fue así: más bien crecieron las desigualdades, y muchos sectores “medios” , por ejemplo comerciantes autónomos, pequeños productores agrarios, artesanos, etc, se fueron proletarizando a costa del avance de los grandes mercados de tierras y comerciales. La identidad obrera crece.
Sin embargo, es también cierto que hacia la década del 30, desde la publicidad, la educación pública, e incluso desde el propio estado y las clases dominantes, se van construyendo algunos imaginarios que apuntaban a destruir la identidad de clase trabajadora, que unía social y políticamente a las grandes mayorías más allá de sus niveles de ingreso (recordemos que se trataba de un momento de fuerte desarrollo del proletariado, de sus sindicatos, y sus partidos políticos), a través de una serie de signos de “distinción social” que apuntaban a fomentar el individualismo, y la perspectiva de que el esfuerzo propio, el trabajo duro, y la educación, habilitaban el acceso a un determinado espectro de bienes de consumo como podían ser determinados trajes y vestidos que hacían a “ser presentable”, la idea de “la casa propia” , el acceso a estudios o bienes culturales como el teatro, el cine, etc.
La educación estatal apuntaba a definir al “ciudadano ideal” alrededor de una serie de comportamientos que lo alejaban de aquellos que protestaban, que hacían huelgas, o que apuntaban a derrocar el sistema social. Los problemas no eran sistémicos sino individuales. De este modo también se va forjando la idea de que contra las ideas “extranjeras” como el comunismo o el anarquismo, el ciudadano argentino ideal era también nacionalista, defensor del canon patriótico liberal. En general se asociaba políticamente a este sector con el apoliticismo, la moderación, la idea de estar “alejada de todos los extremos”, que por supuesto fue la base para la construcción de proyectos políticos que apelaron a esta idea. A su vez este estereotipo, también era por lo general blanco y de origen europeo, ya que desde las elites se forjaba la idea de que Argentina era un país diferente al resto de América Latina donde pervivieron las culturas mestizas, indígenas y negras.
Es decir, el racismo, el individualismo, la idea de que acceder a ciertos bienes de consumo por el “esfuerzo individual” generaban una distinción social, fueron forjando una identidad que se iba separado paulatinamente de las identidades y las solidaridades generadas entre la clase trabajadora. Esto supuso que esta identidad de “clase media” tuviese un carácter profundamente anti plebeyo, que iba generando la idea de que el pobre lo era porque no se esforzaba, de que aquellos que eran de piel morena, o mal vestidos eran a su vez incultos y poco patriotas, etc. Es decir, una cultura generada por oposición a lo que supuestamente era lo “correcto” pero que en definitiva era la imagen que las propias clases dominantes habían construido. Si las clases medias no eran ninguno de los dos “extremos”, sus valores, sin embargo, apuntaban a acercarse a las clases altas y estaban marcados por el temor a “descender” socialmente.
Tras la irrupción del peronismo, y la conquista de ciertos derechos por parte de los trabajadores, esta identidad se fue asociando al anti peronismo agregando elementos como el anti sindicalismo, o la idea de que “la ayuda del estado” iba contra el esfuerzo individual, y que se fomentaba un ascenso social ficticio, donde ciertas personas accedían a bienes que no habrían conseguido “por su propia cuenta”.
Lo interesante de todo esto, es que esa identificación, que se fue mimetizando progresivamente con las ideas del liberalismo, etc., fue en paralelo, sobre todo desde la década del 70, producto justamente de muchas de las medidas neoliberales, del deterioro de sectores medios. La idea de que la clase media “entraba en la pobreza” quedó reflejada sobre todo en 2001, donde sectores de la clase media contribuyeron a la caída del gobierno de De La Rua. Sin embargo, también hemos visto a esa “clase media” acompañando los reclamos del campo en 2008, contra la 125, donde “el patriotismo” era identificado con la defensa de los intereses de las grandes corporaciones del agronegocio. Eso habla de la oscilación de este sector social, y de las dificultes para formular una estrategia política propia.
Lo que entonces vale decir como conclusión es que la oposición a esta identidad, a los valores individualistas, xenófobos y meritocráticos que muchas veces expresan, debería pasar sobre todo por el fortalecimiento de la solidaridad de clase, de la unidad de las filas obreras, fragmentadas y divididas artificialmente. Que los efectivos y los contratados se identifiquen como una misma clase, que los nativos y los extranjeros peleen en común, es el mejor antídoto contra todos estos valores que incentivaron las clases dominantes para conservar el estatus quo. Esto es importante porque el sindicalismo “peronista” que suele hablar contra la clase media, sin embargo, fomenta estas divisiones alentando el desarrollo de estas identidades.
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