La disputa abierta por el control de los hidrocarburos descubiertos en el fondo del Mediterráneo, está reconfigurando los vínculos entre las potencias que se encuentran en una encrucijada por resolver sus propios problemas internos.
Santiago Montag @salvadorsoler10
Lunes 7 de septiembre de 2020 23:19
El extremo oriental del Mar Mediterráneo es un espacio que guarda en sus anales la historia de las relaciones políticas y comerciales entre los tres continentes, Asia, África y Europa. Los últimos 10 años son claves para comprender los nuevos sucesos que atraen la atención de la prensa internacional que apunta a una región ensordecida por gritos de guerra. La explosión de la Primavera Árabe que derivó en conflictos militares como las guerras civiles en Siria, Libia y Yemen reconfiguró todo el tablero geopolítico de Medio Oriente y Norte de África. Además, provocó tensiones dentro de los miembros de la OTAN, dejando al descubierto que esta santa alianza, sólo funcionaba como extensión de los intereses de algunos pocos países en una época donde los organismos multilaterales parecen fundirse en su propia salsa.
La crisis humanitaria generó olas migratorias de refugiados que rompían sobre las costas europeas. Lo que abrió un problema monumental a la Unión Europea, que pilotea desde el 2008 crisis económicas sucesivas. Esto motivó a que las fuerzas militares estacionadas de la OTAN sobre el Mediterráneo pongan sus esfuerzos en frenar los barcos - conducidos por piratas del tráfico humano- repletos de personas que escapaban de los distintos conflictos armados, crisis económicas y ambientales, aventurándose desde el norte de África hacia el Viejo Mundo. Por supuesto, esto implicaba deportar a estas pobres personas a sus países de origen. También, la tarea de la OTAN estaba dirigida a enfrentar a los grupos yihadistas que proliferaron por toda la región. Pues, cada una de las potencias regionales que intervinieron fueron dejando claros sus verdaderos objetivos, mientras que las potencias imperialistas estaban en retirada, complejizando la situación.
El descubrimiento de importantes yacimientos de hidrocarburos en la región oriental – calculados en 37.000 millones de m³ - aporta a profundizar esta situación de crecientes tensiones interestatales. La explotación de la cuenca del Mediterráneo Oriental implicaría el control de una buena parte del comercio energético para alimentar a Europa, que si bien se desplomó durante la pandemia, se espera que repunte en la medida que se reactiven las economías. Además, eventualmente brindaría el control de las rutas comerciales que atraviesan la región, por ejemplo las que provienen del Canal de Suez, que alimentan de gran parte de las mercancías provenientes de Asia.
Estos yacimientos están siendo reclamados por todos los países que tienen costa hacia esa región: Israel, Grecia, Turquía, Libia, Egipto y Líbano. Para todos ellos se trata de una gran oportunidad de que paliar las crisis económicas propias de arrastre. Para ello, a principios del 2019 en El Cairo se creó el Foro de Gas del Mediterráneo Oriental para abrir la cooperación en la explotación de la cuenca. El objetivo de la organización es que todas las partes salgan beneficiadas creando un nuevo centro de gravedad del mercado energético, incluso está planteando el proyecto del ambicioso gasoducto East Med que partiría de costas hebreas. Sin embargo, uno de los países con mayores intereses quedó afuera del Foro: Turquía.
Esto nos lleva a una disputa concreta que enfrenta los turcos con el país heleno. La discusión ronda sobre quién tiene derechos de exploración y explotación de las plataformas marítimas, algo que está muy claro en el derecho internacional – 12 millas marítimas desde la costa - pero que en el caso de Grecia y Turquía es más difícil debido a las 5000 islas que forman el territorio heleno sobre el Mar Egeo y su proximidad a las costas turcas. Si bien previamente ambos países habían acordado que la distancia sea de 6 millas, recientemente Grecia la amplió a 12 millas de aguas territoriales, disparando la bronca de Erdogan.
Al mismo tiempo, los helenos fijaron acuerdos con Egipto sobre la explotación del yacimiento de Zohr cercano a este último, que a su vez tiene la oportunidad de dejar de depender del turismo como principal entrada de divisas, que producto de la pandemia decayó fuertemente. Por su parte, el presidente turco Erdogan fijó acuerdos bilaterales con Al Farraj, el primer ministro libio – perteneciente al Gobierno reconocido por la ONU - la explotación de parte la plataforma continental del país, sin respetar las condiciones internacionales.
La isla de Chipre ha quedado en el medio de las mayores tensiones. Recordemos que las isla está partida en dos. El norte pro-turco, la República Turca del Norte de Chipre establecida en 1974, tiene alrededor de 10.000 tropas turcas estacionadas. La otra parte está gobernada por greco-chipriotas vinculados a la Unión Europea y aliados de los helenos. En este sentido, el gobierno del norte, sólo reconocido por Turquía, fijó un acuerdo con Erdogan para la explotación de las aguas mediterráneas.
Con una dudosa carta blanca bajo el brazo, comenzaron a enviar en distintas misiones al barco explorador de prospección sísmica Oruç Reis escoltado por buques militares. La movida enfureció a Grecia y puso en alerta al resto de los países de la OTAN (Francia e Italia, que tiene a su petrolera más importante operando en la zona, enviaron apoyo militar para poner límites a Erdogan) y a varios países árabes que tienen intereses en la región.
Egipto, como dijimos, está enfrentado a Turquía en la guerra civil libia apoyando al general Haftar, y Emiratos Árabes Unidos, que envió parte de su fuerza aérea para ejercicios militares, ambos apoyando a Grecia. En la misma línea, vimos a Emmanuel Macron hacer uso del soft power en Líbano luego de la explosión en el puerto, en un intento por recuperar parte de su zona de influencia en la región con la perspectiva de llevarse un trozo de la torta. También, hace pocos días Serbia anunció que trasladará su embajada a Jerusalén, fortaleciendo la alianza de este país con EE. UU. e Israel, lo que provocó enojo en el gobierno turco.
En este sentido, las alianzas que se están delineando están dirigidas para disuadir las pretensiones nacionalistas de Erdogan, que pelea por una posición hegemónica regional, o mientras cada país busca sus propios intereses, hacen que los vínculos de Turquía con “occidente” sean cada vez más contradictorios.
Por su parte, Erdogan viene intentando avanzar en alianzas con otros países para equilibrar la balanza estratégica. Uno de ellos es Rusia, que tiene sobre todo intereses en defender sus bases militares en Tartus y Latakia - ambas en Siria – pero sobre todo mantenerse como el principal proveedor de energía a Europa. Juntos inauguraron el gasoducto Turkstream, advirtiendo que Putin está interesado en limitar, o en todo caso, lograr su participación en el desarrollo regional que podría abrir la explotación de la cuenca para mantener su silla en las conversaciones.
La exploración turca de gas natural frente a islas griegas de Rhodas y Kastelórizo en el Mediterráneo oriental aumentó en las últimas semanas. Atenas considera que la exploración es ilegal. La Unión Europea también ha condenado las acciones turcas y ha pedido a Ankara que las detenga. Grecia ha acusado a Turquía de llevar a cabo prospecciones y actividades de exploración de hidrocarburos de forma “ilegal” a poca distancia de las islas griegas. Ankara rechaza las acusaciones y sostiene que tiene derecho a explorar la zona, considera que las aguas en las que se está perforando gas de forma experimental pertenecen a su plataforma continental. Esto llevó a roces militares entre de ambos bandos.
Para la UE, ambos países – miembros de la OTAN- son centrales en el control de las rutas migratorias en los últimos años. Erdogan repetidas veces utilizó esta carta para regatear mayores concesiones en los acuerdos sobre los refugiados que implican 1.000 millones anuales a Turquía, pero la situación generó una crisis interna muy importante. Lo mismo a Grecia, que viene de experimentar la peor crisis económica de su historia reciente. En ambos países el nacionalismo se ha disparado como vimos de la peor manera en la región de Tracia, donde Erdogan ha abierto las puertas a miles de refugiados sirios para que ingresen a Europa, pero son reprimidos sistemáticamente por los helenos.
Las tensiones entre ambos países están en su momento más alto de los últimos 20 años. Por el momento un conflicto militar es impensable, en caso de darse la pregunta sería qué tipo de naturaleza tendría. Si nos basamos en las posiciones del ejército turco, aunque mantiene varias ventajas tácticas frente a los helenos, está repartido en sus fronteras con Siria, Azerbaiyán, Armenia e Irak, además de participar en la guerra civil libia, con los cuál no estaría en condiciones de llevar adelante una guerra, ni siquiera de frontera, con Grecia que está respaldado por varias potencias. Sino más bien, las provocaciones de Erdogan responden a problemas internos como el desplome de la lira turca, resolver su crisis económica y energética convirtiéndose en un proveedor de hidrocarburos y alineando a su población tras proyectos nacionalistas, al tiempo que presiona por un lugar en las negociaciones junto al resto de los países. Las tensiones actuales anuncian que los reacomodamientos geopolíticos son cada vez más complejos, achicando cada vez más el espacio en la mesa.
Santiago Montag
Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.