Con la llegada de Claudia Sheinbaum, una científica ambiental, a la presidencia, muchos esperan un cambio en la política climática del país. ¿Esto será realmente así?
Sábado 15 de junio
Con el triunfo de Claudia Sheinbaum en las elecciones, miles esperan que se abra una nueva época para la política climática en México. Finalmente, es la primera presidenta científica, académica, investigadora y, dice ella misma, ambientalista. Felicitada por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático por su participación con ellos. Ex-Secretaria de Medio Ambiente del entonces Distrito Federal.
Su nombre aparece en decenas de artículos y publicaciones académicas sobre cambio climático, ahorro y uso eficiente de la energía. En breve, su imagen sobre el tema, se ha construido como la de una verdadera defensora del ambiente. Sin embargo, fuera de los discursos de la prensa, esto está muy lejos de la verdad.
Su promesa de campaña de producir 50% de la demanda energética a través de energías renovables (con una combinación de energía solar, eólica, hidroeléctrica y geotérmica) para 2030 es insuficiente y viene demasiado tarde, sin contar que muchos de los procesos de extracción para los materiales con lo que se almacena la energía renovable son altamente contaminantes.
En primer lugar, si la humanidad ha de mantener el planeta debajo de 1.5 grados celsius (aunque las temperaturas de los últimos 12 meses ya superaron esto), se debería tener como objetivo llegar a la neutralidad de carbono en 2030; lo cual estará muy lejos de ser realidad a pesar de cubrir 50% de nuestro consumo energético por fuentes que no liberan carbono directamente.
En segundo lugar, México hace mucho que ya está sufriendo las consecuencias del cambio climático: en los últimos meses la población ha experimentado una crisis hídrica histórica y temperaturas máximas “récord”. Aunado a esto, el plan de Claudia incluye seguir la obsesión de AMLO de adquirir “soberanía energética” al prometer impulsar la capacidad de refinería de PEMEX, al igual que incrementar la producción y extracción de petróleo y gas.
Asimismo, la presidenta electa se ha comprometido a continuar los megaproyectos de la actual administración, como el Tren Maya que ha llevado a la deforestación del bosque tropical (se han talado más de 10 millones de árboles) y a la alteración de las cavernas subacuáticas emblemáticas de la zona. O el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, cuya construcción ha sido acusada de usar violencia contra los pobladores locales y de destruir la ecología de la zona. Finalmente, Claudia no se ha distanciado mucho de la política medioambiental que exigen los grandes capitales, para invertir en México.
Además, al igual que los gobiernos anteriores, ha reprimido y criminalizado a los activistas ambientales. Tan sólo el año pasado, la organización Amnistía Internacional publicó un informe sobre cómo las personas defensoras de la tierra y medio ambiente son atacadas por los tres niveles de gobierno que utilizan el sistema penal para desalentar y desarticular la lucha por el planeta.
Por último, no olvidemos que Sheinbaum fue jefa de Gobierno de la Ciudad de México entre 2018 y 2023, y dio permisos para la construcción de megaproyectos inmobiliarios que succionan el líquido vital que escasea en el Valle de México, mismos que beneficiaron a un pequeño grupo de empresario inmobiliarios ligados a la oposición de derecha y a Santiago Taboada, quien fuera su representante como candidato en las últimas elecciones. Siguió priorizando a los grandes consumidores de agua (como las embotelladoras, cervecerías, plazas comerciales, campos de golf y hoteles) sobre la ciudadanía que sufrió recortes y reducción en su consumo de agua. Después de todo, ¿no fue Claudia Sheinbaum quien, en 2020 propuso mover el humedal de Xochimilco al negarse a detener las obras de construcción?
La esperanza de que la llegada de una mujer científica y ambientalista a la presidencia de México transforme radicalmente la lucha contra el cambio climático en México, se quedará solamente en eso: una esperanza. Tanto sus promesas como su pasado en el gobierno de la Ciudad de México, confirman que la política ambiental del gobierno mexicano se mantendrá igual: ignorar la amenaza que es el colapso ecológico y el cambio climático, persiguiendo la promesa de una soberanía energética atada a los mismos combustibles que nos están matando.
Es por todo esto que la única solución ante la crisis climática no es depositar nuestros sueños en un presidente o partido burgués que no gobiernan para nosotros, sino en nuestras propias fuerzas y en la construcción de un movimiento anticapitalista e independiente del gobierno, la derecha y los empresarios, que una los intereses de la clase trabajadora con los pueblos originarios, que son los principales defensores de nuestro medio ambiente.
La perspectiva no es la de eliminar el consumo de toda clase de energía, sino, la de construir una economía planificada, que no derroche recurso, deprede el medio ambiente y destruya nuestros bosques, ríos y manantiales.