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Red Internacional
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Conciertos masivos. Queremos a la Motomami y todo lo demás

¿Becas, mantenimiento al metro o la Rosalía? ¿Este es realmente el debate? Queremos derecho al ocio, a la educación, transporte digno y todos los derechos. No merecemos menos.

Viernes 28 de abril de 2023

Los conciertos masivos son por excelencia rituales para compartir la música y el frenesí. Sin embargo, los altos costos hacen que esta experiencia se vuelva cada vez más el privilegio de unos cuantos. Sobre todo cuando se trata de artistas internacionales como la Rosalía. Un boleto para verla en el AXE Ceremonia rondaba los 3,100 pesos mexicanos. Entonces ¿qué generó tanto rechazo a su concierto gratis en el zócalo?

El 2023 inauguró la carrera electoral, en un escenario político ya polarizado luego de la pandemia. Accidentes en el metro que se responden con la Guardia Nacional en los vagones. El incendio de una estación migratoria en Ciudad Juárez que causo la muerte de 41 migrantes ante los ojos de todo el país, mientras el Morena y los oportunistas partidos de derecha echaban culpas. Como cereza del pastel, un día después que se anunciaba con bombo y platillo a la motomami en el Zócalo, se virilizó el recorte del programa Elisa Acuña que sustentaba las becas de miles de estudiantes.

Cuando el día a día es incierto, las buenas noticias se disfrutan poco. Ante las dudas OCESA tuvo que aclarar que la Rosalía “no recibirá ningún beneficio económico” por su concierto. Cierto o no el problema es otro.

Conciertos masivos: defender el derecho a encontrarnos

En una época sin redes sociales, con escaso acceso a la televisión y la radio, la juventud precaria, casi siempre de la periferia, usaba las tocadas y los conciertos, no sólo como el obligado espacio de catarsis colectiva, sino como punto de intercambio de casetes, discos, arte gráfico, artesanías, libros, e incluso conspiración política y protesta.

Esto fue perseguido y criminalizado por los gobiernos priistas. Tras el concierto de Avándaro en 1971, Three Souls in my Mind cantaba: “y las tocadas de Rock, ya nos las quieren quitar, ya sólo va a poder tocar el hijo de Díaz Ordaz”. La matanza de Tlatelolco y el Halconazo estaban aún latentes y los rockeros de entonces reflejaban el descontento social.

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En 1995, un concierto de Caifanes que se salió de control por la masiva asistencia y problemas en la logística, sirvió de excusa al regente para prohibir los conciertos en espacios públicos. El levantamiento zapatista en Chiapas había despertado a la vida política a miles de jóvenes un año atrás y masivos conciertos habían sido organizados en las islas de CU por estudiantes y jóvenes simpatizantes.

Así, durante casi tres décadas, la ocupación del espacio público para acceder al derecho a la cultura, fue un sinónimo de resistencia y organización por parte del movimiento estudiantil y las organizaciones populares.

La ciudad ¿es de todxs?

La socióloga y docente de la UAM, Violeta Rodríguez Becerril, documenta vastamente la instrumentalización de los masivos por el gobierno del PRD, bajo la premisa de “democratizar” el acceso a la cultura y el uso de la ciudad como espacio de recreación.

Tras su persecución, los conciertos masivos promovidos desde el gobierno, fueron inaugurados en 1998 por Alejandro Aura director del, entonces recién creado, Instituto de Cultura de la Ciudad de México (ICCM).

Desde 1997 gobernaba Cuauhtémoc Cárdenas (PRD), el primer gobernador del DF electo a través de las urnas. Anteriormente el regente era designado por el gobierno federal, siempre priista. El eslogan de su gobierno fue precisamente “una ciudad para todos, otra forma de gobierno”. Sin embargo, el discurso de democratizar tuvo múltiples implicaciones detrás.

Desde su institucionalización los conciertos masivos tuvieron inversión privada. En la administración de AMLO como gobernador del DF (2000- 2005) esto se profundizó permitiendo la entrada de empresas como OCESA y Televisa (en ese tiempo del mismo dueño), TV Azteca, Coca Cola, entre otros; por otro lado, la Secretaria de Turismo comenzó a jugar un papel importante en la organización de los eventos.

El uso de los conciertos se capitalizó electoralmente. Pasaron de ser “espacios de recreación” para entregar abiertamente apoyos sociales dirigidos a madres solteras, adultos mayores y jóvenes. A pesar de que se realizaban en espacios públicos de las 16 alcaldías, sin duda, el Zócalo se posicionó como el espacio político en disputa por excelencia, algo que fue capitalizado por AMLO en las protestas contra el desafuero en 2005.

La seguridad de estos espacios pasó de garantizarse por las “Brigadas de paz” que eran grupos de jóvenes "voluntarios" a manos de Protección Civil y la Secretaría de Seguridad Pública (SSP). Algo que permanece actualmente. Los conciertos justifican la presencia de policías en el centro histórico desde días previos y para ingresar el día del concierto se debe sortear una intrusiva revisión policial.

En la administración de Ebrard (2006- 2012), el uso de los masivos se mantuvo bajo el slogan de “ciudad de vanguardia”, “ciudad global” y “capital del espectáculo”. Esto justificó la remodelación de partes del centro histórico como Regina y Madero, con la intención de atraer y potenciar la inversión privada, siendo Carlos Slim uno de los principales beneficiados, entre otros empresarios.

CDMX: Ciudad de derechos… pero ¿cuáles derechos?

En la "Ciudad de Derechos", nuestros derechos importan, es la consigna con la que les trabajadores de la cultura han protestado en contra de las políticas precarizadoras que ostenta el gobierno de Claudia Sheinbaum y la Secretaría de Cultura, desde 2019 a través de sus programas de Cultura Comunitaria.

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Y es que mientras la consigna de “Ciudad Innovadora y de Derechos” se lee por todos lados, incluyendo la propaganda de conciertos masivos de artistas como Silvio Rodríguez, Grupo Firme, la Maldita Vecindad y recientemente de la artista catalana Rosalía. La incógnita de cuánto gasta el gobierno de la CDMX en este tipo de eventos intriga a la población, ante los recortes y la precariedad que se viven en otros rubros.

Según algunos medios, entre el concierto de la Maldita y Silvio Rodríguez, se gastaron por lo menos 5 millones de pesos. Otros medios hablan de hasta 17 millones únicamente por el primero. Sea cual sea el monto, la principal empresa beneficiada es Servicios, Audio, Representaciones y Artistas, SA de CV (SARA), una empresa privada encargada de la organización logística de eventos de la talla del Festival Cervantino y que en 2018 se benefició de un pago por 8.9 millones de pesos por organizar la ceremonia de toma de protesta de Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo. El pago lo realizó la Secretaría de Cultura.

Así que aun si Rosalía no cobrara por su presentación tendríamos que preguntarnos cuánto recibirá OCESA por "la producción técnica del evento” que anunció correrá de su parte. Esta empresa actualmente pertenece a Live Nation Entertainment, los mismos dueños de Ticket Master (los del escándalo de Bad Bunny), es decir que con inversión privada o pública, los beneficiados son siempre los de una industria que lucra con nuestra recreación.

La cultura como sinónimo del espectáculo y lo comercial, merece un debate aparte. El problema real es que el privilegio a este rubro para atraer inversión privada, turismo y consolidar a la CDMX como una ciudad cosmopolita, se da en detrimento de las manifestaciones culturales que se gestan en los pueblos, barrios y colonias de la ciudad, ya sea por decreto o por omisión.

Apenas el domingo pasado la OKUPA Gráfica celebró su segundo aniversario con una impresionante intervención de varios artistas, que quedó plasmada en las paredes de Viaducto y Tlalpan, la cual duró apenas dos días antes de ser re pintada por las autoridades. Esta es apenas una pequeña muestra de cómo el derecho al espacio público se ciñe únicamente para las actividades organizadas desde el gobierno y sus secretarías.

Todo esto remite a la polémica gestada en redes sociales: ¿Concierto, metro o becas? Para terminar unas cifras que demuestran que es posible tenerlo todo.

El presupuesto de cultura en 2023 fue de 15 mil 925 millones de pesos, de los cuales sólo 84 millones fueron destinados a la Dirección General de Promoción y Festivales encargada de organizar los conciertos masivos. Ni destinando todo el dinero de los masivos al Metro se tendría un incremento importante en este rubro que este año recibió 19 mil 700 millones de pesos.

A lo que si podríamos recortarle (o restar todo) sería a los 34 mil 500 millones destinados a la Guardia Nacional ¡más del doble que a cultura! o a los 111 mil 900 millones destinados a la SEDENA ¡que representa 46 veces lo que se requirió para mantener la beca Elisa Acuña en 2022: 2 mil 473.6 millones! ¿Cómo nos dicen que no hay presupuesto para transporte y educación?

Echemos a volar la imaginación. No queremos a la Guardia Nacional, por el contrario queremos que ese presupuesto se distribuya en transporte, educación, salud, vivienda…

En cuanto a la cultura, que sean lxs trabajadores culturales de las casas de cultura, PILARES, etc., contratadxs con plenos derechos, junto a sus usuarios, quienes gestionen el presupuesto garantizado por el gobierno y la oferta de actividades. Sólo ellxs conocen las necesidades de sus comunidades y como potenciar sus (verdaderas) manifestaciones culturales. El gobierno, por su parte, tendría que respetar esos procesos y sus manifestaciones en las calles, parques y colonias.

Que el Estado garantice los conciertos, exposiciones, obras de teatro gratuitos que quiera, asesorados por gestores culturales, para que todes tengamos acceso a conocer y disfrutar nuevas expresiones artísticas, sin tener que pagar a las grandes empresas de entretenimiento.

Hace falta trabajar menos y bailar más. Necesitamos salarios acordes a la canasta básica por jornadas laborales de 6 horas, 5 días a la semana, para tener derecho al ocio, la recreación y a estar con nuestras familias. No merecemos menos.

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Esta noche viviremos un hecho histórico. En una pausa al caos e incertidumbre que vivimos en los tiempos que corren, miles de jóvenes se congregarán en el Zócalo para ocupar las calles que siempre han sido suyas, en una colectividad que por unas horas evocará los rituales más antiguos de la humanidad al ritmo del trap flamenco de Rosalía Vila Tobella, una de las artistas más versátiles de nuestra época.


Mariel Ochoa

Estudiante de la FCPyS