En menos de una semana, tres hechos de violencia contra mujeres y disidencias. Dos intentos de violación en las calles de San Salvador y un ataque transodiante a la salida de un pub en Palpalá. Igualdad ante la ley, desigualdad en la vida. Si tocan a una, respondemos todas.
Lunes 7 de diciembre de 2020 16:02
Palpalá es la ciudad donde hace pocos meses se hicieron multitudinarias marchas por la aparición con vida y luego exigiendo justicia por los femicidios de Iara y Gabriela. Masivas marchas que se extendieron por toda la provincia. En esa misma ciudad, el domingo a la madrugada una mujer trans fue brutalmente agredida físicamente y con insultos transodiantes. Se defendió como pudo, pero le desfiguraron el rostro.
Amigues que la acompañaban llamaron a los policías presentes y estos enseguida ofrecieron su ayuda: la burla. Desde la Fundación Damas de Hierro denuncian en un comunicado que no sólo no hicieron nada ante el brutal ataque, sino que “se retiraron a las carcajadas” sin separar ni detener al agresor, quien también se retiró del lugar como ellos, riéndose. También denuncian que “La ambulancia llegó después de una hora y no respetaron la identidad de género de la compañera.”
Tantas violencias juntas en un solo hecho: discriminación transodiante, violencia y burla por parte de la policía que solo actúa cuando nos tienen que reprimir, que quienes uno espera puedan “curar” vuelvan a abrir las mismas heridas que atienden al no respetar la identidad de género de una paciente. Esto ocurre a días del cartelazo contra la discriminación que se hizo en el Shopping de San Salvador de Jujuy donde personal de seguridad le impidió la entrada al baño a una mujer trans. Por eso, convocan mañana martes, a las 17 h, a un nuevo cartelazo trans frente a la seccional 23 de Palpalá.
Esta misma tarde una joven denunció públicamente un brutal ataque. Caminaba cerca del Puente Paraguay de nuestra ciudad y un hombre la agarró por la fuerza para abusar sexualmente de ella, ante la resistencia, la hirió con cortes en el rostro y distintas partes del cuerpo y luego huyó. En su relato, manifiesta no querer atravesar, luego de realizar la denuncia, por un proceso de revictimización en distintas instituciones y repudia los discursos que (¡todavía!) buscan seguir culpando a la víctima como por ejemplo preguntar “la forma en la que estaba vestida.”
Minutos después se conocía la noticia de otro caso, en las mismas circunstancias: una mujer de 27 años internada en el hospital Pablo Soria con cortes en el cuerpo, víctima de un intento de violación el día viernes en el barrio Chijra, se resistió y su pedido de auxilio alertó a vecinos que se acercaron a ayudarla. Ante la ayuda, el agresor huyó.
La igualdad ante la ley, no es igualdad ante la vida
En canciones y paredes se instala la frase “La policía no me cuida, me cuidan mi amigas” Y sí, la policía no nos cuida, nos reprime. El Estado no está ausente, el Estado y los gobiernos son los principales responsables de una cadena de violencia contra las mujeres, que tiene como último eslabón el femicidio.
¿Y las leyes? ¿Acaso no son suficientes?
Si de leyes vigentes hablamos podemos nombrar la Ley de Identidad de género, Ley Micaela, Ley de Educación sexual Integral, también está vigente desde 1921 la Interrupción Legal del embarazo por determinadas causales como la violación. La ley para erradicar la violencia contra las mujeres, y la lista sigue. Está prohibido por ley el trabajo y explotación infantil, existe por ley el derecho a la protesta, si vamos aún más atrás y hasta la constitución argentina tenemos derecho a una vivienda y trabajo dignos.
Nadie nos regaló nunca nada y cada conquista mujeres y disidencias se obtuvo gracias a la lucha de miles en las calles, como la Ley de matrimonio igualitario, por poner solo un ejemplo. Pero sabemos que “la igualdad ante la ley no es igualdad ante la vida”. En nuestra provincia días atrás se le negó la ILE y obligó a parir mediante una microcesárea a una niña de 12 años víctima de violación. Se le negó entrar al baño del shopping a una mujer trans. Se detuvo violentamente a dos militantes en una manifestación en la ruta. Y a eso se le suman estos tres ataques violentos contra mujeres en un par de días.
Las movilizaciones masivas que empezaron en Palpalá, exigiendo aparición con vida y luego justicia por Iara y Gabriela - la primera de las cuales terminó con represión balas y gases contra miles de mujeres, jóvenes, trabajadores y familias que marchaban- se extendieron en toda la provincia. Miles al grito de Ni una menos y el estado es responsable.
A partir de eso la legislatura se abrió para debatir una ley de emergencia contra la violencia de género, pero se terminó aprobando una Ley realmente insuficiente, que destina presupuesto para más funcionarios y burocracia de Estado, no un verdadero plan que garantice, de verdad, medidas concretas para prevenir la violencia y para víctimas de violencia. Por eso es clave no abandonar las calles, y no depositar nuestra confianza en recintos o leyes que terminan siendo un “papel mojado” o no se cumplen ni garantizan mientras la violencia contra nosotras, violencia estructural y garantizada por el Estado y los gobiernos, continúa.
Si no nos proponemos cambiar todo, quienes están en el poder van a seguir queriendo imponer el “cambiar algo, para que no cambie nada”. Ya existen distintas muestras de que no queremos permitir más ataques por nuestra identidad de género, ni por reclamar por salarios dignos, por vivienda, por trabajo, salud o educación. Tenemos que salir por y con todas, todos, todes. Y para salir, organizarnos y unificar cada lucha, hacerla una sola, que la fuerza dispersa en tantos reclamos se haga un solo puño que golpee hasta que caiga el patriarcado y todo lo que tenga que caer.
En este sentido el jueves 10 de diciembre tenemos otro desafío: volver a teñir de verde todas las calles del país hasta que el aborto sea ley. En 2018 un puñado de dinosaurios nos quitó el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos. No podemos confiar y dejar nuestras fuerzas puertas adentro de un lugar donde siguen estando los mismos. La batalla es adentro, y sobre todo afuera del recinto.
La lucha para acabar de una vez con la violencia de género es la lucha por todos nuestros derechos y los de nuestra clase: la de quienes trabajan. Para que nuestros cuerpos, por fin, puedan liberarse plenamente, tenemos que ponerlos de lleno en la lucha por una sociedad libre de cualquier tipo de opresión y explotación.