Crónica del 8A - Cómo las estudiantes y las obreras vivieron el 8A
—El feminismo me salvó la vida —confiesa Juana con la mirada firme. El pelo le llega hasta las orejas y debajo aparece su pañuelo verde, atado con muchas vueltas al cuello. Con 16 años ya participó de varias de las marchas que viene organizando el movimiento de mujeres. Va a 4º año de la escuela Rodolfo Walsh, que está ubicada en el barrio Villa Pueyrredón, una de las pocas públicas que hay por ahí, por eso terminó eligiéndola.
Paula tiene 29 años, es madre y trabaja en el Subterráneo de la Ciudad de Buenos Aires. No se conocen entre sí, pero su idea del feminismo y sus pasos por las marchas las hermanan.
—Este movimiento le está cambiando la vida a las mujeres —dice Paula. Lo ve, emocionada, en su hija de 13 años que también se reivindica feminista a partir de los debates que se abrieron en su colegio.
—Si se legalizara, las trabajadoras no tendríamos que acudir a métodos riesgosos e inseguros donde corren riesgo nuestras vidas —agrega.
Ni ella, ni su hija se quieren acostumbrar a esta realidad, por eso es que hoy salen juntas a las calles convencidas de que las mujeres no tienen que tener como destino la muerte si quieren decidir sobre su cuerpo. El miércoles 8 de agosto se encontraron ambas en la estación de Morón con una amiga de Paula, que también está emprendiendo sus primeros pasos en las marchas feministas. Tomaron el tren y después un colectivo para llegar al Congreso Nacional y vivir lo que para ellas se perfilaba como una “jornada histórica”. Cuando llegaron a la plaza, la encontraron colmada de miles de mujeres con sus pañuelos y rápidamente se cruzaron con las compañeras del trabajo de Paula. Todas ellas laburan donde nadie las ve, debajo de la tierra, transportando millones de trabajadores y trabajadoras. El día de la votación brotaron desde esa tierra a los ojos de todos para mostrar su bronca.
La “revolución de las hijas” no es solo por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, es un cuestionamiento más profundo a este sistema y cómo repercute en la vida de las mujeres.
—Salimos por nuestra libertad, por nuestros deseos —cuenta Paula emocionada. —Esto recién empieza, las mujeres nos unimos para terminar con este sistema patriarcal que es un aliado del capitalismo. Ya no tenemos miedo y no nos callamos más por todas las que sufren violencia, son asesinadas, desaparecidas y presas —agrega.
Esta ola tiene impacto en las distintas generaciones que hacen su propio recorrido por el feminismo. En las adolescentes, en las jóvenes, en las que son madres y trabajadoras. Pero también llega hasta nuestras abuelas. La familia de Juana es un ejemplo de esto. Ella cuenta que ve cómo cambiaron después del primer Ni Una Menos en su casa. Su mamá y su abuela se consideran feministas también. Su papá empezó a hablar con ella de cómo sufrían los abortos clandestinos sus amigas en la escuela, lo que antes era impensado de hablar. Los tabúes empiezan a desmoronarse. Juana no está sola en las marchas. Su mamá es compañera en esta lucha, que es la de ambas.
Juana habla con lenguaje inclusivo y se atreve a cuestionar sus palabras cotidianas. Por eso, cuando nos cuenta sobre la organización en su escuela se refiere a sus compañeres.
—El feminismo es el tema que más convoca en el colegio —sentencia.
Cuenta que dieron debates en las aulas con las y los docentes que están a favor. En los recreos intentaron convencer a algunos pocos que decían que había que “salvar las dos vidas”. Discutían por los grupos de WhatsApp qué argumentos darles para convencerlos y ganarlos para su pelea. Hicieron asambleas y pusieron en pie una Mesa de Género. Unos días antes de la movilización, pintaron y cosieron una nueva bandera para el centro de estudiantes. Querían estrenarla el día de la tan ansiada votación. Mientras Juana marchaba con sus amigas y recorría la concentración sacando fotos con su cámara, su madre hacía su propio recorrido. La lluvia no paraba de caer y el frío helaba los dedos como queriendo paralizar el cuerpo. Para volver a entrar en calor, decidió ir a esperar a su hija en una de las famosas pizzerías de la calle Corrientes. Mientras tanto, en la calle, se acercó a Juana y sus compañeres una señora de unos 70 años, que orgullosa felicitó sus felicitaciones por estar en esa pelea. Ella peleó por este derecho en los ‘80, cuando eran unas pocas que no tenían miedo de dar esta pelea contra viento y marea. Gracias a todas ellas es que hoy somos millones. Quiso enseñarles una canción para que la recuerden y la vuelvan a entonar. La letra que cantaba decía: “Es destino, es destino. Cada día una mujer muere, por aborto clandestino”. Les pidió que la retomen con la plena convicción de que la muerte no sea un destino para las nuevas generaciones, ni una norma la clandestinidad. Tenía la seguridad de que la vida puede (y va) a ser otra cosa.
Tanto Paula como Juana vibraron con el alarido por Ni Una Menos que retumbó en cada rincón del país allá por 2015. A partir de ese momento, ambas comenzaron a salir a la calle: esa es para ellas la única salida para cambiarlo todo. En Paula fue un despertar organizarse en su trabajo y enfrentarse con el sindicato para que tome estos reclamos. Viajaron incluso a la ciudad de Rosario, para vivir por primera vez un Encuentro Nacional de Mujeres. Juana, por su parte, tenía 13 años y estaba entrando a la escuela secundaria. Hacía pie en dos nuevos mundos a la vez: el despertar de su adolescencia, en el marco de un nuevo despertar del feminismo. Como muchas otras pibas, hoy forma parte de esta nueva generación que desde ese momento no abandonó la lucha callejera.
En el Congreso todas estas generaciones se encontraban en un océano de paraguas enredados en pañuelos verdes y naranjas, cantos y alaridos que salían de bocas pintadas de verde y llenas de brillo, iluminando los rostros de miles de jóvenes.
—El aire estaba diferente —dice Juana, comparando esa noche con aquella jornada del 13 de junio donde conseguimos la media sanción en la Cámara de Diputados. Todas y todos los que fueron a la marcha sabíamos que esta vez estaba difícil la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Ya se anunciaba desde la mañana que 38 dinosaurios se arrogarían la autoridad de decidir que, valga la redundancia, nosotras no tengamos ese derecho a decidir. A pesar de ello la plaza estaba colmada y las calles aledañas estaban inundadas de personas. Aunque la lluvia jugaba para los celestes y los votos también, millones inundamos las calles para demostrar que vamos a seguir peleando, porque nuestra lucha no empezó ni terminó por el derecho al aborto.
—Me quise quedar hasta último momento porque quería abrazarme con mis compañeras —confesó Juana.
Mientras que con sus amigas le daban combate al clima y cortaban bolsas de residuos para armar sus propios pilotines, muchas repetían que querían “pudrírsela” a los senadores, que ingeniosamente eran tildados de dinosaurios, retrógrados, derechistas. Y no era para menos. Ningún bloque de los políticos del régimen salió victorioso frente a los ojos de “las pibas”. El gobierno, con Gabriela Michetti, Esteban Bullrich y María Eugenia Vidal a la cabeza, ayudaron a que miles mastiquen odio entre declaraciones de “alivio” y festejos con micrófono abierto. Los radicales fueron el bloque más celeste: votando la mayoría de sus senadores en contra. El peronismo se llevó el premio a los discursos dignos del Medioevo comandados por Rodolfo Urtubey, que se atrevió a decir que “hay casos donde la violación no tiene violencia sobre la mujer”, y a la senadora Cristina del Carmen López Valverde no se le cayó la cara cuando explicó que votaría en contra aunque “no había leído el proyecto”.
Tampoco se salvó el bloque de Unidad Ciudadana de estar de un lado y del otro de las vallas de la Plaza de los Dos Congresos. La senadora Silvina García Larraburu definió darle su voto a los pro aborto clandestino. Y la exmandataria Cristina Fernández, si bien dio su voto a favor, tuvo un guiño a los que visten de blanco y sotana, pidiéndole a miles de jóvenes que no se enojen con quienes quieren imponerle a estas nuevas generaciones cómo parir, qué debe ser la maternidad y la sexualidad. Ni Juana, ni Paula creyeron sus palabras porque “durante 8 años tuvo la posibilidad de abrir el debate siendo nada más, ni nada menos que Presidenta de la Nación”.
—Hay que entender que estos senadores no decidieron pensando qué quiere el pueblo, sino que lo hicieron teniendo en cuenta sus propios intereses económicos —se queja Juana.
Y con razón: pertenecen a una casta que está hace años en la política ganando millones de pesos por año, alejados de la realidad de las y los trabajadores y el pueblo pobre.
—El final no me sorprendió, pero tampoco me sacó la indignación.
El enojo de las pibas existe, aunque les pidan lo contrario desde un micrófono del Senado. El 13 de junio, por primera vez, el patriarcado mostró el verdadero rostro de quienes lo sostienen: la Iglesia, el Gobierno y el Estado, las y los senadores con sus partidos y gobernadores de todas las provincias.
—Vivimos en un país en el que no está separada la Iglesia del Estado —se indigna Juana con el pañuelo naranja colgado de su mochila. Esta marea verde que viene en ascenso, recibió un primer golpe, pero lejos está de ser una derrota.
—Nos quisieron frenar, pero cada vez somos más —advierte Paula.
Este resultado con lo único que colabora es con seguir avivando el fuego. Ni Juana, ni su madre; ni Paula, ni su hija volvieron con la cabeza gacha. De acá no piensan bajarse. No hay vuelta atrás.
—Tenemos que seguir militando y organizándonos en la escuela y afuera. Si la quedamos es pensar que las cosas van a cambiar por sí mismas. Como si no dependiera de nosotras —sentenciaba Juana.
—Tendría que habernos liberado para que podamos ser muchísimas más ese día en la movilización, porque es fuerza desperdiciada— Paula se refiere a AGTSyP, el sindicato mayoritario del subterráneo —nosotras tenemos que seguirla en asambleas en el laburo y con encuentros de mujeres—. El balance es claro: no las van a poder frenar ni con todo el Senado en contra.
—Hay muchas ramas del feminismo, pero me siento parte de una que busca arrancar de raíz el problema, eliminarlo, suprimirlo por completo hasta que no exista más este sistema, dice Juana con rabia entre los dientes y concluye, la pelea que damos es por convertir la sociedad en una donde no tengamos que seguir peleando por la libertad, porque ya se la vamos a haber arrancado a quienes se encargan de quitárnosla todos los días.
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