Clarisa niña, la dictadura y las palabras prohibidas. Clarisa hoy, la marea verde de las mujeres movilizadas y todo lo que arrasa.
Domingo 17 de junio de 2018 00:00
Durante la dictadura algunas palabras estaban prohibidas. En los últimos setentas y primeros ochentas no sólo había personajes históricos innombrables como Carlos Marx o Che Guevara, sino tampoco se podía decir “aborto” en voz alta.
Clarisa tenía trece y hacía muy poco se había hecho “señorita”, como aún se decía en 1980. Todavía faltaba mucho para que tuviera que decidir qué carrera quería seguir, pero había una tradición familiar vinculada a la medicina.
Así fue que una mañana la hicieron faltar al colegio con una excusa bastante poco creíble y la llevaron a una clínica privada ubicada cerca del centro de una populosa ciudad balnearia.
Varios de sus parientes, entre ellos el papá y el tío Leonardo que era ginecólogo, obstetra y partero, pretendían que continuara con cierto linaje académico vinculado a las ciencias médicas.
Y no se les ocurrió peor idea que hacer que presenciara una intervención quirúrgica, similar la que sucede luego de la interrupción de un embarazo.
Le dijeron que eso era un “raspaje”. Sí, tan fuerte lo que vio como la palabra misma: la sala de paredes con azulejos amarillo patito, fría aunque era pleno verano, una mujer acostada con las piernas abiertas enganchadas en las perneras de la camilla.
Antes de que comenzaran los gritos de dolor, Clarisa no podía dejar de mirar lo gélidos e incómodos que parecían los aros por los que colgaban sus extremidades, desde la rodilla hasta los pies. Tampoco entendía por qué, si era una cirugía, no habían anestesiado a la paciente.
Fue rápido pero a ella le pareció eterno, no tanto por la sangre sino por los gritos desgarradores de la mujer, mientras limpiaban las paredes de su útero con una cureta.
Clarisa no tenía intención alguna de inclinarse por las ciencias duras, pero aquella experiencia hubiera generado sin duda el efecto opuesto al que buscaban los varones de la familia.
En el diccionario el aborto por dilatación es sinónimo de raspado o legrado. Esa palabra la volvió a escuchar, pronunciada casi en secreto, como algo que hacía el tío de vez en cuando, y que le significaba ingresos extras.
Desde el punto de vista médico, es un método que se emplea también durante el examen médico para tomar muestras o para la detección de ciertos tipos de cáncer y suele hacerse entre la sexta y la decimocuarta semanas.
La Organización Mundial de la Salud recomienda que este método no se use salvo cuando la aspiración manual no es factible y, de hecho, su uso es poco frecuente. Sin embargo sucedía y sucede. Y esas imágenes quedaron para siempre en su memoria.
Muchos años más tarde volvieron a su mente, quizás por alguna conversación con amigas. Y se animó a preguntarle a su madre. “Nena, eso fue un aborto”, la sacudió con su respuesta la mujer conservadora y sumisa que la había dado a luz, esa que ella cuestionaba en la primavera alfonsinista por considerarla marcada a fuego por el mandato patriarcal de su familia italiana y campesina.
El tío Leonardo, que siempre había querido vivir en Europa, logró irse ya entrada la democracia y sus primeros trabajos allá fueron en clínicas especializadas en la interrupción del embarazo. Desde allá comentaba a sus parientes, sorprendido, la temprana edad de la mayoría de sus pacientes.
Pero tanto en el viejo como en el nuevo continente esas mujeres provenían de todas las clases sociales, salvo que allá las de menos recursos no corrían riesgo de vida.
Ninguno hubiera imaginado que esa práctica, mencionada en susurros casi como se comenta un pecado, podría llegar a ser legalizada. Mucho menos que la marea verde de las mujeres movilizadas arrasaría con las posturas de un presidente, una expresidenta, varios personajes de la farándula insospechados de pensamiento progresista y, sobre todo, con el bloqueo al debate en la mesa familiar.
Ahora Clarisa explica a sus hijos varones qué significa el aborto. Ellos aún son pequeños, escuchan un rato y luego le piden ir a jugar a la pelota al parque.
Y allá van, a gritar gol con muchas ganas porque también descubrió el placer de patear, correr y ganar. Igual que en la calle.