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Red Internacional
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Elecciones en Francia. Reflexiones sobre populismos, reformismo y revolución a propósito de las elecciones francesas

En pocas horas más se sabrá quiénes serán los contrincantes en la eventual segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, en las que, si todo sigue como hasta ahora, Marine Le Pen parece ya tener asegurado su lugar.

Domingo 23 de abril de 2017 10:29

En pocas horas más se sabrá quiénes serán los contrincantes en la eventual segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, en las que, si todo sigue como hasta ahora, Marine Le Pen parece ya tener asegurado su lugar. Y aunque no hay una “internacional” de la extrema derecha capitalista, hay afinidades innegables. Donald Trump arriesgó que el tiroteo en París, reivindicado posteriormente por el ISIS, jugará a favor de la candidata del xenófobo Frente Nacional.

Las elecciones presidenciales francesas de este domingo han dejado perplejos a los teóricos del mainstream político. La debacle de la derecha tradicional y la socialdemocracia y casi diez años de una crisis capitalista rastrera están haciendo que la política “tienda a los extremos”. El escenario es de los “outsiders”: Le Pen y Mélenchon, amortiguados por la emergencia de un centro líquido, neoliberal pero sin partido, encarnado por Emmanuel Macron, que hoy es la débil esperanza del establishment burgués. En síntesis, el domingo en Francia volverá a rondar el espectro del “populismo”.

El populismo se ha puesto de moda. De cualquier signo y color parece ser el nombre propio de la (anti)política. El Brexit, Donald Trump, Marine Le Pen, Chávez, Mélenchon, Podemos, la extrema derecha europea. Y así podríamos seguir enumerando.

La aparente ventaja de esta categoría “catch all”, que ahorraría el trabajo de pensar y definir concretamente procesos políticos heterogéneos, es a la vez su límite. Si explica todo, no explica nada. Y por eso, en cierto sentido ha sido el fenómeno maldito de la teoría política. O al menos lo era hasta que Ernesto Laclau tratara de rescatarla de ese lugar de desecho en La razón populista. Si bien este libro fue escrito antes de que asumieran Néstor Kirchner y Evo Morales y de que se asentara Chávez en el poder, tuvo el efecto retroactivo, diría un psicoanalista, de convertirse en el sustento teórico del populismo burgués latinoamericano del siglo XXI. En la pluma de Laclau, el kirchnerismo, el chavismo y otros “ismos” por el estilo se transformaron en la “constitución misma de lo político” y del “pueblo” como su sujeto.

Es sabido que para E. Laclau y su socia intelectual, Chantal Mouffe, el “populismo” era el complemento periférico de la “radicalización de la democracia” en los países centrales. En el esquema teórico “posmarxista” el destino populista de los países atrasados estaba sellado desde su origen: al no haber sido constituidos por procesos como la Revolución francesa, las masas solo pudieron incorporarse a la política no a través de la inscripción en la democracia liberal, sino a través de la identificación (en sentido freudiano-libidinal del término) con un líder populista, llámese Perón o Vargas, quien era el encargado de darle credenciales institucionales a sus demandas.

Evidentemente, la concepción que tenía Laclau de la estructura de clases de América Latina atrasaba varias décadas, en las que se desarrolló una burguesía (anti)nacional como “socia menor” del capital imperialista, y un proletariado poderoso. Con el agravante de la negación radical del carácter de clase de lo político, sustituido el análisis de la estructura económico-social por un contrabando de términos lacanianos y lingüísticos.

Está claro que el sujeto “pueblo” lleva a la hegemonía burguesa, al populismo y al reformismo, mientras que el sujeto “clase obrera” lleva a la hegemonía de los trabajadores en la alianza de los explotados, y abre la dinámica de la revolución social.

La “radicalización de la democracia” en los países centrales y el “populismo” en los países semicoloniales constituyen así dos aspectos complementarios de una misma estrategia de “hegemonía” burguesa: descartada toda posibilidad (y deseo) de revolución social, lo que queda es inscribir las demandas parciales, ya sea ampliando la democracia liberal o encontrando un líder carismático, un “significante vacío” (Lacan y Laclau dixit) que sostenga por un tiempo la unidad ilusoria del “pueblo”.

Lo interesante es que para los antiguos teóricos del posmarxismo, devenidos en voceros ideológicos de la “revolución ciudadana”, esta división ya no existe y la “radicalización de la democracia” se transformó en “populismo” también en los países centrales. Con su apoyo a Podemos, Syriza y ahora Mélenchon, Chantal Mouffe (Laclau falleció en 2014) es hoy la filósofa del “populismo de izquierda” (neorreformismo europeo).

En una columna reciente aparecida en Le Monde, Chantal Mouffe fundamenta una vez más su apoyo a J.L. Mélenchon y de paso sintetiza las razones de esta mutación estratégica.

Según la teórica belga, la “pospolítica”, léase el consenso neoliberal de los partidos del “extremo centro”, abrió una etapa “posdemocrática”, de crisis de la democracia liberal procedimental, donde no hay proyectos políticos alternativos al régimen oligárquico enquistado en el poder. El “momento populista” actual expresaría el rechazo de esta “posdemocracia”, el hartazgo con la expropiación política ejercida por los partidos tradicionales, y la intención de constituir una “voluntad colectiva” un “nosotros” o un “sujeto pueblo”, que tiene una expresión autoritaria y nacionalista en la extrema derecha y una expresión “democrática radical” por izquierda. En la base de este fenómeno, está la transformación de la socialdemocracia en agente del neoliberalismo (según Margaret Thatcher su principal triunfo fue el New Labour) y la polarización social agravada por la crisis de 2008 que tuvo a la Unión Europea como uno de sus epicentros.

Esta construcción del “pueblo” es posible porque hay demandas que dividen el campo de lo político, aunque pueden migrar de sistema de articulación. Por ejemplo, la demanda de “empleo” puede entrar en una articulación de extrema derecha, junto con identificar al “inmigrante” como el que roba el trabajo propio.
Según Mouffe, si a la extrema derecha le ha ido mejor, es porque se ha hecho más descaradamente schmittiana, es decir, identificó un enemigo para aglutinar una base popular, mientras que la izquierda reformista ha quedado presa de una “visión consensual” de la política y no ha comprendido el “rol de los afectos” en la conformación de la identidades políticas.

En síntesis, Mouffe sostiene que los países avanzados se están “latinoamericanizando”, y esto es lo que explica el éxito de movimientos sociales en Europa que “construyen la frontera política” a la manera de los populistas: “los de arriba y los de abajo”, “nosotros” y “ellos”, “el pueblo” contra las “elites”. Y cuenta en el haber del “populismo europeo” la anticipación del populismo latinoamericano. Claro que evita referirse al balance concreto de los gobiernos “populistas” latinoamericanos que tras un década en el poder no alteraron en lo más mínimo la estructura capitalista dependiente y abrieron el camino a la derecha, como se ve hoy en la crisis del chavismo que cada vez más se sostiene por el apoyo de las fuerzas armadas, para nombrar solo un ejemplo. O el ajuste de Dilma en Brasil.

Mouffe insiste en que la confrontación en el terreno político de las clases (“grupos sociológicos definido por sus intereses económicos”) es algo del pasado, y que la “oligarquización” de los regímenes políticos no alcanza para actualizar la dimensión política de la lucha de clases, sino que por el contrario, reafirmaría la “política de la identidad”, es decir, una política basada en la heterogeneidad de “demandas democráticas” y la particularidad, sin una unidad estratégica posible, más allá de la dada por la “articulación hegemónica” de los significantes vacíos que constituiría una “voluntad colectiva” siempre contingente, y por esto mismo, nunca capaz de plantearse la estrategia de la toma del poder político y la instauración de un gobierno de trabajadores. Como dice Mouffe en su nota, el objetivo de esta “voluntad” sería “poner fin a la dominación del sistema oligárquico no a través de una ‘revolución’ que destruya las instituciones republicanas sino gracias a lo que el filósofo italiano Antonio Gramsci (1891-1937) llama ‘una guerra de posición’ que conduce a una profunda transformación de las relaciones de fuerzas existentes y el establecimiento de una nueva hegemonía en vista de recuperar el ideal democrático y radicalizarlo”. Este sería el contenido de la “revolución ciudadana” de Francia Insumisa, que como aclara Mouffe no es un “avatar de la extrema izquierda” como lo define la prensa neoliberal, sino un “reformismo radical” inscripto en la tradición democrático-burguesa.

Esta estrategia de reflotar el viejo reformismo socialdemócrata bajo el ropaje ambiguo del “populismo” que hoy Mouffe propone como la única alternativa de una política de izquierda para Francia, ya ha tenido su debut y despedida en Grecia con Syriza, que contó obviamente con el apoyo entusiasta de los filósofos del “populismo radical”. Claro que la situación era mucho más dramática. La clase obrera había protagonizado 30 paros generales (¿suena parecido a la lucha de clases, verdad?) en el marco de una debacle social sin precedentes. Pero Tsipras que había ganado las elecciones en 2014 con la promesa de un gobierno “antiajuste” a los seis meses ya había capitulado a la “troika” de Merkel, la Unión Europea y el FMI, aplicando un plan de austeridad brutal. Aunque con menos obscenidad, porque no es gobierno nacional, Podemos aumentó cualitativamente su peso en la institucionalidad del estado capitalista español, y con él su completa adaptación, incluso ha desarrollado un ala interna –derrotada en el último congreso- que planteaba más abiertamente la colaboración con la socialdemocracia.

Parafraseando a Einstein, repetir lo mismo esperando diferentes resultados es lo más parecido a la locura.

En el debate de la intelectualidad europea sobre las elecciones francesas hay otra posición, expresada por A. Badiou que criticando por izquierda a las variantes reformistas, termina contraponiendo “votar” a “reinventar la política”, lo que equivaldría a un llamado abstracto a la abstención y a recrear la “idea del comunismo” como fundamento de toda política.

Indudablemente, no es revolucionario quien “oculta” el comunismo a las masas. Pero como decía Marx en La Ideología alemana, el comunismo no es un “estado que deba implantarse” ni un “ideal” al que debe sujetarse la realidad, sino el “movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual”, lo que traducido a nuestras condiciones políticas implica levantar un programa de consignas transitorias hacia la abolición del trabajo (esclavitud) asalariada y el estado para instaurar una asociación de productores libres. Por ejemplo, la reducción de la jornada laboral sin pérdida de salario, el reparto de las horas de trabajo para que trabajen todos y que nadie gane menos que la canasta familiar es una forma de popularizar nuestra estrategia para alcanzar el comunismo. Y para eso podemos y debemos utilizar todos los instrumentos, incluida la tribuna electoral.

Es evidente que la operación hegemónica de la burguesía por excelencia es ocultar sus intereses de clase detrás de un supuesto “interés nacional”. Lo más novedoso es que la crisis económica de 2008, usando la categoría de Gramsci, ha desarrollado elementos de “crisis orgánica” que se expresan en la crisis de los partidos tradicionales de la burguesía y el surgimiento de “nuevas formas de pensar”. Esto quiere decir que hay una oportunidad excepcional –y una obligación para los revolucionarios- para “dividir el campo de la política” por donde siempre estuvo el clivaje: entre explotadores y explotados. Por eso, en estas elecciones en Francia, hay una opción que expresa esa división tan elemental y tan ocultada por la política y la ideología burguesa, y esa es la candidatura obrera y anticapitalista de Philippe Poutou, que se presenta como candidato a presidente por el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA). Eso no quiere decir que este partido sea la herramienta para la lucha revolucionaria. Como es sabido, su estrategia es confusa y sobre esa ambigüedad se recrean permanentemente a su interior tendencias que plantean la convergencia con el “populismo radical” o el “neorreformismo” de Mélenchon. Pero eso no quita que la campaña y el voto a por Poutou permitirá expresar una idea de independencia de clase frente a la demagogia de la derecha xenófoba y el reformismo de izquierda. Y en ese sentido, ese mensaje de independencia de clase es también el del FIT en Argentina.


Claudia Cinatti

Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.