El golpe de 1964 en Brasil fue parte de una estrategia global de EE.UU. para América Latina, en el marco de su disputa con la URSS, en una región a la que siempre consideró su patio trasero.
Liliana O. Calo @LilianaOgCa
Martes 31 de marzo de 2020
Imposible imaginar el mundo que acompañó al golpe de 1964 en Brasil a través del escenario que caracteriza el mundo actual. Mientras que desde los años ’90 se fue configurando un nuevo sistema de relaciones entre estados a partir de la instalación del neoliberalismo multipolar y globalizador, en los años del golpe el mundo estaba contenido en el marco de la disputa entre dos superpotencias por el dominio mundial, una competencia en un mundo bipolar entre Estados Unidos y la Unión Soviética (Rusia) y sus respectivos bloques de influencia. Es indispensable, entonces, enmarcar los sucesos brasileros del 64 en esa tensión establecida en las relaciones internacionales, en el contexto de una campaña “anticomunista” continental por parte de Estados Unidos, que llegó a tomar cuerpo en el continente como carrera armamentística y nuclear con la crisis de los misiles (1962).
El juego previo
En los años´50 Brasil había conquistado cierta supremacía regional en Latinoamérica y luego de una política pendular hacia Alemania, el gobierno de Getúlio Vargas (1930-1945) se alinea con los EE.UU. en la II Guerra Mundial a través de acuerdos económicos (financiamiento al complejo siderúrgico Volta Redonda), estratégicos (establecimiento de bases militares) y el apoyo logístico y militar, en un curso que luego profundizaría el gobierno del general Dutra (1946-1951), poniendo al Partido Comunista en la ilegalidad y la ruptura de relaciones diplomáticas con la URSS.
La política exterior del segundo gobierno de Vargas (1951-1954) respetó en lo estrictamente político-militar los compromisos norteamericanos mientras que en el ámbito económico presentó algunas disputas: el intento de imponer límites a la remisión de lucros de las grandes corporaciones extranjeras y a la explotación y distribución del petróleo nacional, que culminaría con la creación de Petrobras en 1953.
La llegada al gobierno de Juscelino Kubitschek (1956-1961), como parte de la oleada desarrollista en el continente, introduciría cambios en la política exterior. Si bien la presencia económica de EE.UU. en Brasil se acentuó en esos años generó también contradicciones, por la urgente necesidad de obtener financiamiento externo. La imposición de condiciones draconianas de organismos como el FMI y las presiones estadounidenses por una política de apertura del negocio petrolero abrieron el camino a posicionamientos conflictivos. El propio Kubitschek incorpora en su discurso la denuncia sobre la dependencia y el atraso económico del país, promoviendo gestos de autonomía. La Operación Panamericana (OPA/1958) fue un intento que aunque no prosperó, buscaba la promoción de un plan de asistencia financiera al estilo del Plan Marshall europeo como salida para el subdesarrollo. En síntesis, con una impronta desarrollista combinada con una fuerte dependencia del imperialismo americano y alemán, el gobierno de Kubitschek con el apoyo del empresariado nacional intentó contener el descontento de masas que comenzaba a emerger con fuerza en el país y en el continente.
La revolución en una pequeña isla del Caribe
En este contexto, el triunfo de la revolución cubana, en una pequeña isla del Caribe que desafiaba a EE.UU., no haría más que profundizar los sentimientos anti-norteamericanos en alza desde el derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala. Los ataques del gobierno estadounidense, que incluían la intervención militar a la isla, generaron una amplia simpatía con la revolución y acentuaron los movimientos de lucha antiimperialista y la emergencia de organizaciones reformistas, incluso armadas y revolucionarias en el continente, que Washington interpretaba como resultado de la intervención soviética.
Finalizada la II Guerra EE.UU. volverá a ocuparse de la región, recortando el margen de autonomía que hasta el momento las burguesías nacionales habían sabido jugar a su favor. En ese contexto, el gobierno de John F. Kennedy (1961-1963) trató de contrarrestar el impacto cubano proponiendo la creación en 1961 de la Alianza Para el Progreso, un proyecto continental de carácter asistencialista que propugnaba el apoyo político y financiero a las democracias en oposición a las dictaduras. Esta orientación reformista se combinaba con un mayor protagonismo de las Fuerzas Armadas que, coordinadas desde el Pentágono, serían preparadas para la lucha contrainsurgente, alentando su participación en la política interna de los países. A la política de evitar las "amenazas extracontinentales" que se había impuesto en la Conferencia de la OEA en agosto de 1960, en Costa Rica, se sumaba ahora la amenaza del enemigo interno.
El peligro comunista acecha a Brasil
Luego de una polarizada campaña presidencial un candidato de la derecha conservadora, Janio Quadros (enero 1961-agosto 1961), llega al gobierno. Quadros había respaldado la reforma agraria cubana, solicitado la restauración de las relaciones diplomáticas con la Unión soviética y la legalidad del PCB como una forma ampliar su base social, neutralizar a la izquierda en ascenso y proyectar el liderazgo brasilero en Latinoamérica, mejorando su situación negociadora, sin romper con la “tradicional opción occidental de Brasil”.
En una maniobra que fracasó, después de solo siete meses de gobierno, Quadros renuncia para causar una conmoción popular y volver fortalecido. Lo sucede su vicepresidente João Goulart (PTB) que accede al poder (1961-1964), en un contexto de crisis del dominio de clase, que incluyó la tentativa de golpe para evitar su asunción. Goulart provenía del ala laborista del gobierno de Vargas y resulta electo como vicepresidente pero siendo candidato de otra lista de la de Quadros (PTN), ya que en el régimen del 46 al 64 se podía votar al presidente de una lista y al vice de otra.
El país atravesaba una situación de aguda conflictividad. Tanto los trabajadores que protagonizaban, bajo la estrategia política del PCB, un proceso de huelgas y reivindicaciones como los campesinos que persistían en la lucha por la reforma agraria configuraron de conjunto un proceso de radicalización frente a la profundización de la crisis económica, la escalada inflacionaria y las presiones de las grandes patronales por avanzar en un plan económico y político que pusiera fin al reclamo social. A esto se sumaron las divisiones al interior de la burguesía nacional y las Fuerzas Armadas, que apoyándose en las masas, buscaban mejores condiciones de negociación en la subordinación al imperialismo y explican algunas de las medidas como la estatización de varias empresas extranjeras (Compañía de Energía Eléctrica Rio-Grandense, filial del holding AMFORP, y la Compañía Telefónica Nacional, subsidiaria del monopolio de las telecomunicaciones ITT) que adoptaron gobiernos estaduales como el de Río Grande do Sul y de Pernambuco.
Al clima de desestabilización interna se agregó la negativa del gobierno brasilero a votar la expulsión de Cuba de la OEA, en diciembre de 1961 en Punta del Este y el acercamiento comercial con el bloque socialista, que fueron interpretados como acercamientos al bloque comunista. Esta imagen se reforzó cuando Goulart meses antes del golpe, promueve las “reformas de base” (reglamentación de las remesas al exterior, el decreto a favor de la reforma agraria) en su intento de continuar en el poder apoyándose en el movimiento de masas.
Misivas golpistas
La situación evolucionaba de tal manera que decidió a Estados Unidos por el golpe. Los cuidados iniciales, que incluían la posibilidad de invasión, se concentraron en el nordeste, una región donde actuaban las Ligas campesinas, que podía encontrar en Cuba un modelo de inspiración.
En diciembre de 1963 un “Un Plan de Contingencia para Brasil” ("A Contingency Plan for Brazil") escrito por el embajador estadounidense en la época, Lincoln Gordon, analizaba escenarios posibles frente a la crisis del país, sugiriendo posibles acciones del gobierno de los Estados Unidos que incluían la opción de destitución de Goulart por lo que llamaban Fuerzas constructivas, refiriéndose al accionar de sectores militares brasileros.
Otros documentos dan cuenta del financiamiento a las Marchas de la Familia con Dios por la Libertad, que llegaron a movilizar cientos de miles de personas y que contribuyeron a extender un clima destituyente. El 27 de marzo de 1964, es decir a solo 4 días del golpe, Gordon enviaba un telegrama al Departamento de Estado y la CIA mencionando la existencia de medidas encubiertas que respaldaban las marchas.
El mismo Castello Branco candidato a comandar la conspiración militar era monitoreado. El telegrama del 27/03 del embajador informaba la intención de Castello Branco de actuar “solo en caso de una obvia provocación inconstitucional” aunque aclaraba estaba preparado para las hipótesis de que eso sucedería, esas eran “Una huelga general comandada por un líder comunista, otra rebelión de los sargentos, una propuesta de plebiscito por el Congreso o alguna media gubernamental contra los líderes democráticos militares y civiles”. El embajador sugería la intervención norteamericana comparando a Brasil ya no con Cuba sino con la China de Mao Tse-tung. Además sugería ayuda militar para sostener a los golpistas. Un telegrama del 31/03 desde el Departamento de Estado informa el envío de ayuda militar, conocida como Operación Brother Sam. Un barco petrolero con combustible fue trasladado de Porto de Aruba en el Caribe a las cercanías de Santos, estimando que el navío llegaría a la costa brasilera en fecha, junto a 8 portaviones, cuatro destructores, dos navíos-escolta y otros tres navíos-tanques de refuerzo. Acompañaban los navíos 110 toneladas de municiones.
La hora de la intervención militar
A pesar del intento de Goulart de recomponer el vínculo con Estados Unidos (Plan Trienal) sus esfuerzos para contener al movimiento de masas fracasaron. Un sector de los jefes militares brasileros y el gobierno estadounidense ve en el golpe contra Goulart la única salida realista para alinear al gobierno con los intereses de las grandes capitalistas y poner fin a la agudización de los conflictos en el país. Fue un golpe de las clases dominantes brasileras respaldadas y financiadas por el imperialismo norteamericano para derrotar la situación aguda de lucha de clases. Semanas después del golpe, asumirá el jefe del Estado Mayor del Ejército Castello Branco, anticipando la práctica de la Doctrina de Seguridad Nacional que caracterizará a las dictaduras del continente.
El golpe de estado brasilero con todas sus particularidades y adelantándose al destino de sus pares latinoamericanos fue parte de una estrategia global que EE.UU. desarrolló para América Latina. Apeló a una retórica de seguridad nacional y de estabilidad política para imponer gobiernos que actuaran como firmes aliados, preservando sus intereses económicos y estratégicos en la región ante el crecimiento del ideario antiimperialista, derrotando a los movimientos de resistencia y lucha que ganaban terreno y como parte de su disputa estratégica con la URSS, comenzando por una región a la que siempre consideró su patio trasero.
Liliana O. Calo
Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.