Un comentario sobre el libro "La hegemonía imposible" de Fernando Rosso, editado recientemente por Capital Intelectual.
Maximiliano Olivera @maxiolivera77
Jueves 14 de abril de 2022 10:40
En nuestra literatura política priman los fast books que se escriben con la soltura del impresionismo para sobredimensionar algún aspecto de un lado u otro de "la grieta", análisis que por su unilateralidad terminan desvanecidos en el aire. Para intervenir en esa ruidosa conversación, Fernando Rosso publicó La hegemonía imposible. Veinte años de disputas políticas en el país del empate, del 2001 a Alberto Fernández (Capital Intelectual), que con las herramientas del ensayo busca trazar los cambios estructurales, heredados o de origen reciente, desde el 2001 a esta parte.
El punto de partida no es menor. Contra la autonomía superlativa que muchos le atribuyen a la política respecto a la economía, el libro repone la dimensión económica estructural sin la cuál es imposible entender el derrotero que desemboca en el 2001, ese "hecho maldito del país burgués" que moldea lo que vino después al ser imaginario permanente de crisis y lucha de clases.
La hegemonía es el tópico central y en diálogo con los clásicos. Se trata de ver cómo domina la clase dominante porque, aunque la esclavitud asalariada pese diariamente sobre millones, no todo es lo mismo. Nuestras pampas también se pueden pensar con el Gramsci que analiza cuando "un sector social o una fracción de clase logra hacer de sus intereses particulares intereses universales" -algo similar a lo que ocurrió en el menemismo y el primer kirchnerismo- y también sus declives en "consensos negativos" o "empates catastróficos" (al decir de Portantiero), más propio del entusiasmo iluso con Macri y el Frente de Todos. También el sueño y la realidad de un "bicoalicionismo de centro", que vuelve a reflotarse, tiene un espacio en el texto.
La comparativa sobre los peronismos realmente existentes es también un buen insumo, sobre todo porque los teóricos posneoliberales quieren tapar fracasos propios adosándolos a la pasividad de las masas o una antipolítica; cuando en realidad es el fruto amargo de su politización restringida, la desmovilización y el control burocrático de las organizaciones obreras y sociales.
Volvemos a Maquiavelo y su idea elemental de que la política es un arte para, reuniendo ’volumen’, cambiar la relación de fuerzas dada. En el país de la hegemonía imposible y el empate permanente, donde la izquierda es tercera fuerza nacional, hay mucho para pensar y hacer. Y para tales tareas, este libro es un aporte necesario.
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