El siglo XX estuvo marcado por procesos revolucionarios en todo el mundo que, desde su inicio, no pudieron más ser explicados bajo la lógica de las revoluciones burguesas.
Lunes 27 de marzo de 2017
El debate entre la revolución por etapas y la revolución socialista -permanente- había irrumpido dentro de la socialdemocracia. La historia coincidiría con que, en este estadio del desarrollo capitalista, la burguesía nacional ya no podía cumplir las tareas de la liberación nacional del imperialismo ni la transformación revolucionaria de la propiedad de la tierra.
Sin embargo, muchos procesos revolucionarios no lograron conquistar este desarrollo y quedarían interrumpidos en su tarea de cumplir las demandas de las masas que le dieron vida. Por eso resulta aún más interesante analizar el triunfo de la revolución rusa de 1917, país que se consideraba con un importante atraso capitalista, gobernado aun por el régimen absolutista de los zares y, su contrapunto histórico: una revolución como la mexicana que pocos años antes - en 1910- irrumpiría con una guerra civil protagonizada por ejércitos compuestos por amplios sectores de masas y que en su camino tendería a cuestionar las bases de su -también - joven y atrasado capitalismo.
Si bien la revolución mexicana, como se ha dicho, no asumió la forma clásica de las revoluciones del siglo XX -como la revolución rusa-, donde hubo un protagonismo de la clase obrera –acompañada por otros sectores oprimidos y explotados–, con métodos de lucha y formas de organización propios, como la huelga, la insurrección y los organismos de democracia directa, sí estuvo caracterizada por un claro antagonismo de clase que la llevó en la práctica a no parar en las reformas al régimen político sino a poner en cuestión la propiedad privada misma.
Condiciones compartidas
Al inicio del siglo XX, tanto México como Rusia eran países con un desarrollo capitalista atrasado, tenían una población mayoritariamente campesina. Aunque el capitalismo había dado saltos importantes habían entrado en él sin superar contradicciones estructurales de los regímenes precapitalistas, con un desarrollo desigual ante la dominación del imperialismo internacional pero que empezaba a combinarse con lo más avanzado de la industria y sistema financiero capitalista.
El caso de Rusia resulta todavía más contrastante por sus enormes formaciones fabriles. que aunque frente al total de la población aún resultaban pequeñas, configuraban un enorme ejército de proletarios. Ambos países vivían la profunda explotación de su joven proletariado sojuzgado por las condiciones a las que la burguesía internacional lo sometía. Aunque el primero contaba con dos décadas de desarrollo organizativo de su clase obrera, lo que resulto en una diferenciación determinante en la historia de ambas revoluciones.
En Rusia la tierra la controlaban los terratenientes herederos de la realeza rural mientras en México la forma de propiedad se había cristalizado en la unidad productiva por excelencia de la colonia: la gran hacienda. La demanda de la tierra será central como motor de la sublevación en ambos países, así como el respeto a la cuestión nacional que mantenía oprimidos a distintos pueblos.
Mientras el gobierno monárquico del zar se imponía en Rusia, en México un gobierno con casi 30 años en el poder se mantenía. La naciente burguesía nacional de ambos países se incomodaba frente a sus gobiernos, a quienes identificaba como un freno para su desarrollo.
México, la revolución permanente frenada
En el caso de México los sectores populares agruparon sus demandas esperanzados bajo las banderas del Antirreleccionismo comandado por el terrateniente “demócrata” Francisco I. Madero, articulando a la lucha contra la dictadura de don Porfirio Díaz las demandas de: recuperación de las tierras y del usufructo de los recursos naturales expropiados a los pueblos campesinos por los terratenientes, el rechazo al sometimiento ejercido contra las autonomías municipales, y demandas obreras como la reducción de la jornada laboral y el mejoramiento de las condiciones de trabajo.
Sin embargo, pronto las reformas propuestas por el programa de Madero quedaron cortas para las exigencias de las masas mexicanas, aun cuando de manera formal demandas como la cuestión de la tierra pudiera estar presentes en el Plan de San Luis Potosí, estas demandas fueron integradas de manera interesada por Madero, principalmente por su necesidad de apoyo popular, pero estaba claro que su programa se establecía sin confrontación con el desarrollo capitalista.
Lo mismo sucedió posteriormente con los principales dirigentes del constitucionalismo, pues para estos sectores de la burguesía urbana no había antagonismo con el latifundio. De hecho, ellos eran propietarios de grandes extensiones de tierra o provenían de sectores acomodados del campo. De manera que tanto el antirreeleccionismo de Madero como el constitucionalismo de Carranza y Obregón, confluían en la tarea de restaurar la dominación burguesa y sus formas clásicas de dominación parlamentaria.
Las masas revolucionarias peleaban por más
La fuerza independiente que logró agrupar a los sectores populares más amplios fueron las de Villa y Zapata y principalmente el Ejército Libertador del Sur, constituido bajo la influencia zapatista que adoptó el Plan de Ayala y las leyes agrarias de 1915, donde se impulsaba la expropiación de los latifundistas, los ingenios y otras industrias vinculadas de forma directa a la agricultura. La forma más avanzada de su aplicación fue la Comuna de Morelos.
Las direcciones más radicales de la revolución mexicana, el zapatismo y el villismo, tuvieron que enfrentar a las fracciones encabezadas por representantes de la burguesía y la pequeñoburguesía que durante todo el curso de la revolución pretendieron imponer distintas soluciones que tenían en común la contención del proceso revolucionario, pero sin resolver la cuestión agraria. Sin embargo, también tuvieron que enfrentar las propias debilidades de su programa político que chocaron una y otra vez con su dificultad para tender alianzas con los sectores urbanos, principalmente el movimiento obrero, carente de tradición - que finalmente fue dirigido por el constitucionalismo-, y plantear un programa nacional. Esto fue claro en su retroceso del control de la mayor parte del país incluyendo la capital en 1915.
Las lecciones de la revolución rusa
En Rusia el peso del imperialismo y sus propias contradicciones se expresaron a partir de 1914 en su participación en la Primera Guerra Mundial, sus consecuencias se mostraron de forma más cruel frente al atraso capitalista. Para frenar la guerra el pueblo ruso tuvo que cuestionar a su propio régimen, que a la par de las demandas de tierra y mejores condiciones laborales alzaban su voz exigiendo "paz".
Sin embargo, a diferencia de México, Rusia tenía un antecedente revolucionario en 1905 que había fortalecido la experiencia de lucha del movimiento obrero: la formación de organismos de frente único de obreros, campesinos y soldados, los soviets. La socialdemocracia había sufrido una fractura por la negativa de un sector minoritario a participar en la Primera Guerra Mundial, el cual se había decantado en el partido bolchevique que agruparía a los sectores más avanzados del movimiento obrero. Sus militantes, anclados en el marxismo, entenderían la necesidad de retomar durante la revolución de 1917 las demandas campesinas como propias y llevarlas hasta el final, construyendo su fuerza en el seno de la clase trabajadora.
Para la revolución socialista fue indispensable la acción de los obreros, soldados y campesinos que adoptaron la organización en soviets, los cuales fueron el motor del proceso revolucionario. A la par el partido bolchevique fue fundamental para emprender la dirección que llevó a los soviets a la toma del poder y la construcción de un gobierno nuevo.
Así fue como la revolución Rusa no se frenó ante la caída del gobierno zarista, la instauración del gobierno provisional de Kerenski y la intención de imponer un gobierno democrático burgués. En cambio, se entendió que con el desarrollo capitalista alcanzado la burguesía nacional no podía jugar un papel revolucionario y la conquista de las demandas más democráticas tendría que hacerse trastocando las bases de este sistema.
En el caso mexicano, la derrota física a manos de los constitucionalistas llevaría a la restauración burguesa. La oportunidad de resolver la crisis revolucionaria en favor de los explotados y oprimidos quedo postergada, al carecer de un proletariado lo suficientemente desarrollado como para acaudillar al campesinado y pueblo urbano pobre, hacia la conquista del poder y avanzar en la meta histórica de una sociedad sin explotadores ni explotados.