Una propuesta que adelanta una posible vía para que la restauración conservadora del Régimen del 78 se abra camino tras del 26J. La vía negociadora con el PSOE de Podemos e IU sería impotente ante maniobras de este tipo.
Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Viernes 22 de abril de 2016
Foto: EFE
A cuatro días de la nueva ronda de audiencias de Felipe VI, la posibilidad de una repetición electoral el 26 de junio gana peso exponencialmente. En los últimos días el foco de la noticia está puesto es cómo se empiezan a preparar los distintos partidos para los nuevos comicios.
Ayer saltó la nueva de que Podemos e IU parecen avenirse a concurrir juntos a la nueva cita electoral. En el PP y el PSOE parece que sus cabezas de lista repetirán. La guerra contra Sánchez de parte de una parte del aparato, Susana Díaz y el felipismo parece que le dará una tregua. A Rajoy, la descomposición general de su partido en un marasmo de corrupción hace más difícil que le surja algún figurón dispuesto a disputarle el puesto. ¿Y Ciudadanos? “Bien, gracias”, es el único de los cuatro grandes partidos que asume la cita con tranquilidad, con las encuestas a su favor y sabedor de que seguramente volverá a ser una pieza clave para el siguiente gobierno.
Fue este partido el que ayer se llevó los mayores titulares del culebrón post20D. Su dirigente, Albert Rivera, sorprendió con unas declaraciones en favor de una salida a la crisis de gobernabilidad a lo “Monti”, el presidente tecnócrata italiano impuesto por la Troika y el establisment del país en 2011. "Si los líderes políticos somos el problema, demos un paso atrás. Asumo que estamos fracasando. Seamos capaces de construir un Gobierno de consenso, con un presidente, un vicepresidente y un equipo de consenso", con estas palabras se despacho el dirigente de la nueva derecha cool. Una vía la de Rivera que recuerda también a otra más cercana en el espacio y lejana en el tiempo, la vía “Armada” que negociaron dirigentes del PSOE, PCE, AP y UCD antes del 23F para favorecer un gobierno de concertación presidido por un independiente de prestigio, en ese momento el General Armada.
A estas alturas de la película es difícil creer que la propuesta de Rivera vaya en serio. Lo más sensato es enmarcarlo en la larga precampaña electoral en que se han convertido los cuatro meses posteriores a las generales de diciembre. Ciudadanos comenzó esta andadura a la defensiva, con un resultado mediocre para lo esperado y, sobre todo, augurado por medios como El Pais y su campaña demoscópica. Sin embargo el “leiv motiv” de estos meses le ha venido como viento de cola. Tanto el PSOE como Podemos – y el PP desde otro extremo – han contribuido a que las ideas de “necesidad de gobierno” y “necesidad de acuerdo” queden instaladas como un bien y un fin en sí mismas.
En estos marcos del debate político han contribuido a que el punto de partida y las espectativas sociales se fueran haciendo cada vez más moderadas y conservadoras. Lo que Diego Lotito definía en un artículo como “ilusión devaluada”. Si los 6 millones de votos del 20D a Podemos e IU mostraban una corriente de izquierdización inédita. Las mesas a dos, tres y cuatro han desviado el foco de la expectativa en aplicar medidas contra la crisis social y los elementos más aberrantes del Régimen del 78, a la expectativa de un gobierno distinto al de Rajoy, aunque fuera con un programa que dejaba en el cajón hasta las reformas más elementales en el plano social o de regeneración democrática.
En este terreno, el más beneficiado ha sido Ciudadanos, que es quien mejor encarna este proyecto de restauración conservadora y de mínimos, el “consenso” como fin absoluto, el “acuerdo” para volver a una estabilidad y normalidad... aunque se a costa de dejar los grandes problemas y demandas sociales y democráticas aparcadas de nuevo.
Por eso, aunque la propuesta de presidencia tecnocrática de Rivera sea hoy material de campaña, es todo un aviso de las posibles salidas reaccionarias que en el escenario post26J pueden plantearse. Los resultados previstos no suponen ningún vuelco, ni a derecha ni a izquierda, respecto al 20D. Con lo que seguramente tengamos un verano con nuevas mesas a dos, tres, cuatro, cinco... para encontrar un “acuerdo” que resuelva la formación de un nuevo gobierno.
Si el PP repite como fuerza más votada y ante la ilegitimidad de Rajoy para poder encabezar un “gobierno de transición”, es posible que la vía “Armada” de Rivera gane puntos y que se convierta en el “desatascador” necesario del empate parlamentario y el camino de opertura de la segunda Transición de la que habla Ciudadanos, Podemos y el PSOE. Los contornos de dicho gobierno de concentración dependerán de lo que arrojen las urnas en junio, pero sin duda sería una alternativa posible para dar paso a la restauración conservadora.
Ante esta situación, los dirigentes de Podemos e IU siguen enfrascados en una hoja de ruta incapaz de plantarle cara. La asunción de la entrada al gobierno como un fin en sí mismo y la apuesta por el pacto con el PSOE -que ha quedado restaurado tras estos meses, de ser “casta” a socio preferente y deseado del “cambio”- deja al nuevo reformismo hipotecado con la lógica de la recreación de un nuevo “consenso” como el del 78, o peor aún la de dejar gobernar al PSOE para que no lo haga el PP (el mantra fundamental del bipartidismo).
El escenario de los próximos meses hace que sea más urgente el empezar a construir una alternativa capaz de enfrentar esta segunda Transición, sea en una versión conservadora -como apuesta Ciudadanos-, progresista -como apuesta Podemos e IU- o una mezcla de ambas -como desea el PSOE-. Una hoja de ruta diferente, como la que se viene planteando desde el agrupamiento No Hay Tiempo Que Perder, que apueste por una oposición tajante a los intentos de regeneración del Régimen del 78 y el retomar la movilización social detrás de un programa anticapitalista y de ruptura política con el régimen heredero de la Dictadura.
Seguramente el posible nuevo tándem Iglesias-Garzón insistirá en la vía ensayada estos cuatro meses. Pero este camino sólo puede conducirnos a nuevas frustraciones y abandonos -como los que ya se han evidenciado en la misma negociación e incluso antes-. En contra de esta visión de aceptar el “mal menor”, se debe oponer la de reactivar la movilización social, con los trabajadores al frente, para oponer a las negociaciones y pactos por arriba, la lucha por un proceso constituyente verdaderamente libre y soberano. Un proceso en el que se puedan abordar el conjunto de las demandas democráticas pendientes, como la cuestión de la Corona, el fin de los privilegios de la casta o el derecho de autodeterminación, y se pueda discutir un plan obrero de emergencia que incluya medidas esenciales para hacer pagar la crisis a los capitalistas, como el no pago de la deuda, la nacionalización de las grandes empresas o el reparto de horas de trabajo sin reducción salarial para acabar con el paro.
Solamente desatando estas fuerzas sociales, hoy contenidas por una combinación del rol de la burocracia social y la “ilusión” en el cambio gradual que encarna el nuevo reformismo, se podrá enfrentar efectivamente las maniobras que desde los partidos del Régimen del 78 se quieran imponer para su supervivencia sobre nuestros hombros.
Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.