Muy interesante punto de vista sobre las habilidades de uno de los últimos cracks del fútbol argentino: Juan Román Riquelme (un surrealista del fútbol, como lo define el autor) y su talento para dar el último pase antes del gol.
Viernes 4 de septiembre de 2015
Menotti decía que el gol es un pase a la red. Es una afirmación profundamente errada. Porque se abre así una multiplicidad de posibilidades de dar pases que no lo son: volearla a cualquier parte sería un pase a lo lejos, un ollazo, sería un pase a la mitad del área, rechazarla a la tribuna sería un pase a la línea que demarca el lateral. Y se pierde la única determinación primordial del pase en el fútbol: que la reciba un compañero. Por eso un gol, la concreción de todo el esfuerzo colectivo de recuperar la pelota, llevarla al campo rival colocarse en posición de concretarlo, es precisamente, el no pase, el único toque de balón que culmina por voluntad propia y exitosamente, la serie de pases sin buscar un compañero. Tocarla al gol es decidir ya no dar más pases.
Hay otras maneras de terminar la serie de pases, pero no son por propia voluntad (la quita el contrario o dársela equivocadamente a quien está inhabilitado, por dar dos ejemplos) o no son exitosas (voleo afuera apurado por el rival) Ambas posibilidades son necesarias pero no culminan con éxito el esfuerzo colectivo, esa culminación es el gol.
Por eso el último pase no es el que va a la red, sino el que permite darle ese destino, meterla en el arco. Ese pase puede no existir. El gol de Palermo a Independiente desde casi 40 metros aprovechando un mal saque no tiene pase previo, y muchos otros de ese estilo tampoco. O cuando el gol llega por habilidad individual más que por esfuerzo coordinado colectivo, aunque Enrique presuma de haber asistido a Maradona en el segundo gol a los ingleses. Muchos goles, por lo tanto carecen del último pase, pero hay algo de excepcional, por lo afortunado o por lo iluminado lo mismo da, en ellos. No se puede construir un equipo si no es en la búsqueda del último pase.
El último, adjetivo ordinal, nos dice que hay una serie, que culmina una sucesión (que puede ser escueta o numerosa) de pases previos. En la cancha es perceptible que en esa serie, la cercanía al último pase está signada por el aumento de la dificultad, la cancha se vuelve un embudo, los 70 metros de ancho que tiene en la mitad se comprimen en los 7 metros que tiene la meta, los rivales desplegados en el medio campo, se amontonan en su área, no hay huecos, no hay resquicios, el equipo contrario parece, cada vez más, una masa compacta. El tiempo cambia de calidad, se hace escaso, los rivales llegan cada vez más prontamente a obstruir, trabar y quitar.
Y allí, cuando el tiempo y el espacio escasean, hay que dar el último pase. Es tarea de magos, de genios, de prestidigitadores, de ilusionistas, de todos los que hacen que suceda lo que los sentidos nos dicen que no podría, materialmente, suceder. Sobre esa capacidad construyó su fútbol Riquelme.
Si, además le pegaba exquisitamente, la pisaba con una elegancia máxima, ordenaba a los compañeros con una visión de superhéroe, despejaba los problemas con cambios de frente precisos, pero sobre todo daba el pase que culminaba la serie.
No fue casual entonces que en su último partido dejara una lección de fútbol a través de su mejor manera de hacer declaraciones, con sus pies en la cancha (y eso que estamos hablando de uno de los más lúcidos declarantes del deporte argentino). El genio del último pase dio su último pase genial. Cuando se iba, como un legado, como una lección, como una imagen para analizar y pensar, dio su último pase magnifico. Román dio ese pase... sin tocarla! Fue en el partido con Lanús, ya se iba, culminaba su carrera de títulos y maravillas, de críticas y polémicas. Le tocan la pelota desde la izquierda del ataque en mitad de cancha, él se encuentra más o menos parado en posición de diez mirando hacia el lateral que le entrega el fútbol, el marcador corre a marcarlo a sus espaldas, cuando la pelota está llegando, el diez realiza un movimiento como para pararla, el marcador abre sus piernas para quedar posicionado, para atorarlo cualquiera sea el lateral para el que pretenda girar. Pero el movimiento fue levemente distinto de lo que estaba esperando el rival, la pelota no se detuvo en su pie, siguió su recorrido, le pasó de caño al jugador granate y le llegó al compañero posicionado para encarar hacia el área rival.
El último pase genial fue un pase y una lección. Román es capaz de dar un exquisito pase sin tocarla, no sólo por capacidad sino por docencia. Ese pase resume casi dos décadas de fútbol riquelmiano: si se puede jugar aun sin tocar la pelota, eso significa que siempre y en todo momentos todos somos protagonistas del partido. No juega el que la tiene en el pie y es seguido por las cámaras y los flashes, juegan todos, estén donde estén. Juegan si están atentos, desmarcados, relevando, ofreciéndose. Y juegan si se distraen, se pierden, se olvidan. En esos casos juegan para el rival, pero juegan. Juegan los que la están tocando y juegan los que no la están tocando (ahora). Juega el que está dando el pase y juega el que le ofrece una posibilidad para hacerlo. Juega el que la recibe y juega el que al no recibirla crea las condiciones para que otro lo haga. Los partidos los juegan siempre, y en todo lugar, todos.
En una época signada por el “para todos” de las trasmisiones del fútbol oficial, ese pase se hace bandera del “por todos”. Frente a la oferta de “nosotros jugamos para que ustedes miren”, el último pase de Riquelme nos devuelve la certeza de estar jugando todos, y en todo momento, el partido. Nos hace protagonistas, que no es otra cosa que lo que Riquelme hizo de sus compañeros en toda su carrera.
A fines del siglo XIX, un uruguayo afincado en París, el Conde de Lautreamont, pronunció una consigna que fue bandera surrealista: “la poesía debe ser hecha por todos”. Juan Román Riquelme, surrealista del fútbol, lo parafraseó con su último pase genial: el fútbol debe ser jugados por todos. El fútbol, cómo la poesía, como la vida…
* Este artículo fue publicado originalmente en el blog del autor: https://cochinaesperanza.wordpress.com