En la edición del domingo, el Diario La Capital dio cuenta de un hecho de solidaridad que sorprendió al cronista, y a una parte de la crema social de esta ciudad. Pasa que el ladrón opina que todos son de su condición. Y no…
Lunes 27 de agosto de 2018 16:19
Rubén, un cuidacoche que ejerce su actividad precaria en las calles de la ciudad, encontró una billetera, se tomó un colectivo y la llevó al domicilio de su dueña. Hasta ahí una muestra más de solidaridad en medio de tanto individualismo y consumismo.
Lo notorio fue lo antes dicho, el asombro de parte del cronista, empresarios locales y la misma dueña de la billetera, del acto hecho por Rubén en toda su buena fe. Porque según esta gente de necesidades básicas satisfechas, en exceso tal vez, era sorprendente el accionar de Rubén, debido a su muy humilde condición. Lo que esta gente esperaba, era que Rubén se quedara con la billetera y su contenido, y no que la devolviera, porque ya se sabe, “los negros piden plata no para comer, sino para la droga”. Pero Rubén solo sueña con una camiseta de su amado Newell’s Old Boys.
La sorpresa y el asombro se explica, en realidad, porque esta gente no está hablando de la honestidad de Rubén, que cuida los coches de los chetos que transitan Boulevard Oroño día a día. No, hablan de ellos mismos, desde sus miserables valores donde el progreso (siempre individual) tiene como precondición pisarle la cabeza al que está al lado. No entienden nada de tanto estar encerrados en sus nichos de lujo.
La solidaridad, la honestidad, el compañerismo, son valores humanos esenciales que casi nos definen como especie. Sí, un "trapito", esos que el gorilaje, sea desenfrenado como el PRO o semi progre, quieren regular para quedar bien con la clase media, deja boquiabiertos a quienes solo especulan con exprimir la vida del otro. Esos que son tratados todos los días como animales, incluso peores, son quienes más humanidad tienen y profesan. ¿O en un barrio no se juntan los vecinos para salvarle las cosas a la casilla de al lado? ¿O los maestros no juntan zapatillas para que los pibes no vayan descalzos a la escuela? ¿O no juntan mercadería para una familia que lo necesita? ¿O no se organiza el barrio también para denunciar los atropellos del gatillo fácil en complicidad con los narcos? Y un sinfín de etcéteras.
Rubén es un tipo más, uno del montón. Un tipo humilde, que probablemente, como la inmensa mayoría de los cuidacoches, vivieron los 90 en la desocupación brutal, y a lo sumo, en la “década ganada” tuvo el beneficio de un miserable plan para contener la pobreza estructural que ningún empresario y sus partidos pretendió, pretende o pretenderá modificar porque de ella viven.
Porque en esta ciudad que la patria sojera construyó a su imagen y semejanza, hay mil ciudades más, con miles de murallas visibles e invisibles, especies de barrios privados a cielo abierto con su propia seguridad desparramada siempre de uniforme azul o verde oliva, por un lado, y campos de refugiados en el otro extremo.
Rubén se merece su amada camiseta, y que junto a todos los que creamos la riqueza social existente, dejemos de cuidarles sus Hilux, de limpiarles sus casas, de cuidarles sus hijos, de cocinarles su comida. Ese día, que construimos todos los días en cada una de nuestras luchas contra los despidos y la represión, por la educación y la salud pública, contra la contaminación de tierras que son de todos pero tienen títulos de propiedad individuales, contra la entrega del país a los buitres de toda calaña, florecerán nuestros valores, los de la mayoría silenciosa que vive de su trabajo y encuentra en el que está al lado un compañero, alguien con quien compartir.
Ese día, será el día donde los Rubén que pueblan esta ciudad, el país y el mundo entero, gobiernen todo, con y para todos. Menos para “los chetos del Nordelta y del Paraná”.
Sebastián Quijano
Nació en Málaga en 1980 y vive en Rosario desde 1992. Es militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y docente de Filosofía.