Mientras Macri asume y festeja con una gala de lujo, el contraste de la realidad de los barrios populares de Rosario es realmente impactante.
Sábado 12 de diciembre de 2015
Los canales siguen mostrando las imágenes de la asunción de Macri y de los festejos del día de ayer. El presidente con su hija en brazos junto a la primera dama, en el balcón de la casa de gobierno, recuerda vívidamente las fotos de las familias reales europeas saludando a la plebe. Es cierto que el glamour de la escena se empaña si se atraviesa el recuerdo de los talleres clandestinos de Awada y sus esclavos hacinados. Pero reconozcamos igualmente que la escena es algo así como luminosa.
Después, el desfile de personajes de la política y el espectáculo luciendo modelos de marcas internacionales, que fueron cambiando en los distintos actos del día, son motivo de sesudos y extensos análisis por parte de especialistas de la moda. Ya durante la transmisión de la función de gala en el Teatro Colón, pareciera que la pantalla destilara perfumes importados.
Pero en el día 1 del mandato de Mauricio Macri, al abrir las páginas del matutino de la ciudad, un contenedor repleto de realidad para nada glamorosa, se vuelca sobre quien aun se anima a leer. Y el contraste es realmente impactante. El viernes 11 de diciembre, uno de los diarios más importantes de Rosario publicó una nota titulada: "Un operativo policial desnudó una dura realidad en Villa Banana". "Vecinos del populoso barrio cansados de los soldaditos narcos los enfrentaron a balazos.", sintetiza la nota.
Entre los testimonios de vecinos del barrio, consultados en la nota periodística, se destacaba: "¿Sabes qué pasó acá? Hay vecinos con 40 años en la villa que se cansaron y no van a soportar que un soldadito ande con un fierro delante de su casa y los robe. Ayer le quisieron robar a un vecino y de ahí partió la reacción”. "Los vecinos les están perdiendo el miedo a los soldaditos y a los transeros. Entonces no quieren que los roben cuando van a hacer los mandados. Y cuando los roban, se defienden. Pero esto es cotidiano, no es un hecho aislado".
Y me pongo de pie al leer el análisis, no el relato, el análisis de uno de ellos: "El principal problema es que son todos vecinos del barrio. Los pibes que «soldadean», sus víctimas y los pibes que consumen. Todos los pone la misma clase social: los pobres. Son pibes que terminan matando a un vecino o siendo víctimas de casos de gatillo fácil. Víctimas y victimarios son de acá. Y no se trata de la ausencia del Estado. Acá el Estado está presente, pero para mal. Porque es la propia policía la que convive con los transas, le libera zonas y le alquila los fierros. Los soldaditos andan con ametralladoras y pistolas 9 milímetros. Es la cultura narco a nivel barrial".
Esta última declaración, está indicando, con una claridad poco común, que tanto víctimas como victimarios pertenecen al mismo sector social, los pobres. Y coloca al Estado en la vereda de enfrente, señalando así al verdadero responsable del drama que viven los trabajadores de los barrios humildes.
Porque es precisamente el Estado quien arma a las bandas narco. Y entonces vemos con asco al poder político y a los empresarios (que son lo mismo) pavoneándose frente a las cámaras, vestidos con costosos trajes, intentando ocultar con el oropel, sus relaciones con una cadena que termina en el soldadito del barrio. Y hasta casi olemos los perfumes con los que se bañan para lavarse la sangre de tanto inocente que los salpica, pero ya el aroma se nos mezcla con otros no tan agradables. Son ellos los que sostienen y se enriquecen con un sistema tan perverso que hace que un joven metalúrgico se deslome ocho horas por día, o a veces mas, depende lo que necesite el patrón y cobre la mitad de lo que recibe el pibe que custodia el búnker.
Son ellos, los que vimos desfilar en el Congreso, en la Rosada y en el teatro en estos últimos días, los que se fueron, los que se quedaron y los que llegaron, los que por acción u omisión, cargaron el arma que terminó con la vida de Javier Barquilla, el albañil que murió por defender a su cuñado, al que le habían robado. Y fue ahisito nomás el asesinato de Javier, a dos cuadras del incidente que describe la crónica policial de hoy, en la Villa Banana de Rosario, tan lejos y tan cerca del Colón.