Salír del trabajo para llegar a casa y en el medio un mar de reflexiones sobre nuestro lugar en el mundo
Viernes 4 de octubre de 2019 13:06
Salí del super corriendo porque era sábado, último día laboral de la semana y nos juntábamos con los pibes para preparar el cumple de Andrea. Cumplía 25, así que nos preparábamos para dárnosla en la pera. Literal. Habíamos cobrado el día anterior, así que algún esfuerzo íbamos a hacer para que no faltara nada. Esa noche celebraríamos hasta que saliera el sol.
Me tomé el 100 hasta Retiro. Tenía un largo viaje hasta casa, pero llegaría a tiempo para dormir un siestin, para luego juntarme con los pibes a preparar todo para el cumple. A mí me tocaba comprar las bebidas, ya tenía dos botellas de Gin que saque del super, con lo cual me quedaba buscar las cervezas, gaseosas y fernet del mayorista de la avenida Constituyentes.
Subí al bondi y me senté en uno de esos asientos individuales. Me puse los auriculares y cerré los ojos para descansar la vista durante el viaje.
A pocas cuadras de haber subido, el colectivo se detuvo unos minutos bastantes largos y al abrir los ojos me encontré con un embotellamiento del que se haría difícil salir.
Sobresaltado y ansioso, decidí bajar y caminar hasta Retiro. Algo que solía hacer a fin de mes, ya que la SUBE no duraba todo el mes. Así es que me veía obligado a atravesar la ciudad desde Constitución hasta Retiro, siguiendo las estaciones de la línea C del Subte.
Cuando empecé a caminar noté que alrededor mío había mucha gente caminando en la misma dirección, me sorprendí. Había bajado a la altura de Alsina y 9 de julio y no podía creer como la gente se multiplicaba y caminaba en la misma dirección en que yo lo hacía.
Hice tres cuadras, hasta que a la altura de Rivadavia vi que en medio de la nueve de julio había sillas sobre la avenida y en hilera, parlantes grandes y pantallas cada 50 metros y unas cuadras más adelante se veía un escenario con banderas rojas que lo bordeaban por lo ancho de la avenida.
Había mucha gente, y todo indicaba que habría algún evento importante ese día, ahí, en medio de la 9 de julio. Cuando doblé por Perón rumbo a Paseo Colón, escuché desde los parlantes una voz de mujer que decía: "Que la crisis no la paguemos los trabajadores..." y se cortó el audio, por lo que intuí que sería una prueba de sonido... así que seguí caminando. Apuré el paso porque quería llegar para el tren de 15,05 y no esperar el siguiente. Los sábados después de las 12, la frecuencia era de media hora entre tren y tren.
Mientras caminaba, me resonaban las palabras que escuché desde aquel parlante y como suele suceder cuando me pasa eso, me armo un hilo de reflexiones a partir de una palabra: crisis.
“Si, estoy en crisis”, me dije.
“Todos estamos en crisis. La guita no alcanza, todo está cada vez más caro. En el super todos trabajamos por agencia, solo los supervisores y gerentes pertenecen a Coto. Los demás somos como los productos de la góndola: tenemos fecha de vencimiento.”
Pensaba que al cumplir los 6 meses tal vez ya no pertenecería a Coto, y quedaría a disposición de la agencia hasta pasar a trabajar en otro lado.
“…o que se yo, por cómo está todo, capaz ni eso y paso a estar desocupado como Diego o tantos otros del barrio que hace tiempo buscan trabajo, van de agencia en agencia y nada.”
Pensaba en los pibes de la villa que no comen, que los persiguen y los matan. Pensaba en los viejos desgastados de tanto trabajar, en esas sonrisas que iluminaban el oscuro gris de lo cotidiano y en sus dolores. Los dolores del cuerpo, los dolores del alma.
Pensaba en Andrea, en su madre discapacitada, en sus dos trabajos. Pensaba en como esos dos trabajos le habían arrancado mucho de su juventud y por eso queríamos celebrar con ella sus 25.
Cuando estaba sentado en el tren pensaba también en Piter. A él no le hacía falta nada. Nunca le faltó nada. Sus viejos tenían guita, mucha guita. ¿Le pertenecía este lugar de lucha por la supervivencia? Si tenía todo en bandeja, desde que nació.
Pero tampoco vivía como Alfredo Coto. Él no laburaba, pero estudiaba. Sin embargo, se juntaba con nosotros. Todos los días, cruzaba casi toda la ciudad para llegar al barrio con una birra en la mano y compartir las tardecitas con nosotros. Salía siempre con nosotros, no tenía otros amigos, y siempre que salíamos y pintaba algún bondi con la cana, era el primero en saltar a defendernos chapeando con el apellido de su padre que era dueño de canal 9. Le encantaba chapear con el nombre de su padre, pero siempre nos dijo que su verdadera familia éramos nosotros. El padre era un sorete que nunca aparecía por su casa y la madre una tipa alcohólica y violenta que se la pasaba en los shoppings comprándose ropas que rara vez usaba.
Me quedé pensando que mis amigos y yo, así como el resto de los jóvenes del barrio somos los que pagamos las crisis, siempre. Pero somos también quienes tenemos la fuerza para cambiarlo. Incluso Piter, que era de los nuestros. Aunque haya nacido en cuna de oro, se crío en esta esquina desde aquella vez que lo conocimos en Flores. Y se podría decir que Piter, sin hambre y sin tantas necesidades, también estaba pagando la crisis con nosotros.
De todo, lo que me quedó claro es que siendo mayoría y estando en el lugar donde estamos, podemos hacer que la riqueza y el tiempo libre que solo tienen algunos, sean para todos.
“Sí, para todos nosotros y no solo para ellos, que son poquitos. Porque, en definitiva, se trata de nuestras vidas, de nuestro futuro.”
Con una sonrisa, bajé del tren y me propuse brindar por eso esa noche, en el cumple de Andrea.