El jefe de cátedra de la materia Psicopatología en la Facultad de Psicología de la UBA, Fabián Schejtman, en un libro de lectura obligatoria y de su autoría utiliza toda su artillería teórica para defender la patologización de las prácticas sexuales consideradas “desviadas de la sexualidad normal”.
Pablo Herón @PhabloHeron
Viernes 7 de octubre de 2016
Para Schejtman “hoy vale todo” en materia de sexualidad
“No cuestionarás...”
Para Schejtman “hoy vale todo” en materia de sexualidad, no habría una autoridad que nos indique por qué caminos circular y por cuáles no, estaríamos obligados a probar todas las formas que podría cobrar. Así afirma: “como somos muy respetuosos por la diferencia y no discriminamos, ningún goce es mejor -o peor- que otro, ¡adelante pues! ¡Realiza ya tus fantasías muchachito!”. ¿Acaso vale todo en materia de sexualidad? ¿Las personas gays, lesbianas, trans viven cotidianamente ese “respeto por la diferencia”? La realidad detrás de la masacre en el boliche Pulse en EEUU, donde asesinaron decenas de LGBTIs, o la violencia homofóbica cotidiana en cualquier calle de Argentina, dista abismalmente de semejantes afirmaciones.
En el apartado “La liquidación de las perversiones”, de lectura obligatoria en la cátedra II de la materia Psicopatología, de la cual Schejtman es titular, analiza la supuesta “liquidación” de las mismas en tres planos: de la práctica perversa, de la perversión del fantasma y de la perversión como estructura clínica. Sin ningún tapujo, se refiere a las prácticas perversas retomando la definición de la psiquiatría clásica: toda práctica sexual que se desvíe la “sexualidad normal”, del coito con fines reproductivos, cuyo principal cometido fue y es patologizar la homosexualidad, la transexualidad, el sadismo, el masoquismo, entre otras prácticas sexuales “anormales”.
Como somos muy respetuosos por la diferencia y no discriminamos, ningún goce es mejor -o peor- que otro, ¡adelante pues! ¡Realiza ya tus fantasías muchachito!
A partir de esto polemiza con los “psicoanalistas queer” –como los denomina– contra su postura que aboga por la despatologización de las prácticas perversas, es decir, su eliminación del campo de las enfermedades mentales y la consecuente estigmatización. Para Schejtman, al contrario, la patologización sería una necesidad ante la proliferación masiva de esas prácticas perversas y a su promoción en el mercado.
Libertad sexual = Depresión generalizada
La razón de esta proliferación se hallaría en la caída de lo que Lacan llama “discurso del amo antiguo”, aquellos antiguos mandatos sociales que pesaban sobre la sexualidad, que prohíben determinadas prácticas y direccionan el goce hacia otras. La caída del mandato que encausa a la sexualidad por la senda del patriarcado y la heteronorma causaría una “habilitación ilimitada del campo del goce”. Nuestro deseo no encontraría algo que lo encause, que lo mantenga a la expectativa de ser realizado, provocando así su caída: ya no encontraríamos nada que motive nuestras fantasías, cuya consecuencia inmediata sería la depresión generalizada en la sociedad.
¿Por qué se produce esta caída de esos viejos mandatos morales? Para Schejtman, éstos son desplazados por la confluencia de dos discursos: “el discurso de los derechos del hombre” y el “discurso capitalista”. En otras palabras, los goces antes considerados como “desviados”, prohibidos, ya no son considerados de esta manera porque hoy su ejercicio libre constituye un derecho humano, proceso sobre el cual también incidiría el capitalismo integrando estas prácticas a través de su mercantilización. Vía el consumismo, el “derecho democrático al goce” se abriría paso en nuestro psiquismo en la forma de un “empuje-a-gozar” inusitado: lo que prevalece hoy en día es el imperativo neoliberal de consumir irrefrenablemente las más variadas prácticas sexuales, de explorarlas todas. Todo esto, según el docente, se encontraría disfrazado con un discurso “progre” de “respeto democrático por la diferencia”.
La lucha por despatologizar las prácticas sexuales por fuera de las funcionales a la reproducción abonaría a este estragante proceso que deprime a toda nuestra sociedad
En este marco es que el autor ubica la exclusión de la homosexualidad del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) y la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) por parte de los “lobbies gays” –como denomina a las organizaciones y movimientos de la diversidad sexual. Las conquistas sociales este movimiento obedecerían a la confluencia del discurso de los derechos del hombre y el capitalista. En otras palabras, la lucha por despatologizar las prácticas sexuales por fuera de las funcionales a la reproducción abonaría a este estragante proceso que deprime a toda nuestra sociedad.
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Otra explicación se abre paso desde la historia…
Lo que su análisis encubre es la historia detrás de los procesos. Las demandas de quienes cuestionaron los marcos de la heteronorma, pregonando por la liberación sexual, no aparecieron en diarios ni se pusieron sobre el tapete en la sociedad por una teórica y abstracta confluencia del discurso de los derechos del hombre y el capitalista. Fue un 28 de junio de 1969 cuando en el bar Stonewall en Nueva York las travestis, las lesbianas y los gays se rebelaron contra una razzia policial con enfrentamientos en las calles, encumbrándose así el primer gran hito del movimiento de liberación sexual que logró tomar repercusión. Este movimiento se enmarcó en un proceso internacional de cuestionamiento al sistema capitalista de conjunto y la lucha por la revolución socialista.
A partir del surgimiento de este movimiento, con la intervención de organizaciones como el “Frente de Liberación Homosexual” que se conformó en diversos países, se conquistó la despenalización de la homosexualidad en la mayoría de los países de occidente. Sin embargo, esta etapa de ascenso revolucionario y crítica visceral a la moral sexual fue derrotada por la imposición del neoliberalismo, el cual buscó institucionalizar estos movimientos, integrando sus demandas, erradicando todo cuestionamiento filoso. Tal es así que se abrió un período signado por la lucha por demandas democráticas elementales en sí, en el que se consiguió desde la salida de la homosexualidad del listado de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud en los 90’, hasta leyes de matrimonio igualitario e identidad de género en la actualidad en algunos países.
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Producto de esta serie de acontecimientos, la puja por la libertad sexual se reconfiguró en libertad de mercado, donde la identidad sexual, el deseo y la fantasía se transformaron en objetos de lucro a niveles industriales. La liberación sexual que nos ofrece hoy el capitalismo tiene la forma de “Las 50 sombras de Grey”, y busca ocultar que la discriminación a la diversidad sexual persiste. Lo vemos en el hecho de que la homolesbotransfobia goza aún de buena salud, así como la violencia policial, y también en que la mayoría de las personas trans deba prostituirse para subsistir y su promedio de vida sea de tan solo 35 años. O mismo en los dichos del monseñor Aguer quien hace unas semanas sostenía que “la masturbación es parte de un desenfreno animaloide”.
La liberación sexual que nos ofrece hoy el capitalismo tiene la forma de “Las 50 sombras de Grey”, y busca ocultar que la discriminación a la diversidad sexual persiste.
En este marco, afirmar que “hoy vale todo” en materia de sexualidad es de un cinismo descarado. Al contrario, como concibió el movimiento por liberación sexual, los mandatos de la sexualidad han sido históricamente funcionales al capitalismo. Cabría entonces preguntarse si la caída del deseo y la depresión generalizada actualmente se relacionan con la supuestamente excesiva y desorientada oferta en el mercado sexual, o si más bien, por presentarse la sexualidad de manera mercantilizada y moldeada por mandatos patriarcales y heteronormativos.
Una férrea defensa de la patologización
Según la lectura de la cátedra, Lacan redefine la perversión como estructura clínica organizadora del psiquismo, a diferencia de la psicosis y la neurosis, como aquélla que apunta a producir angustia en los demás al ejercer su acto perverso. Por su parte las perversiones como prácticas sexuales “desviadas” de la norma no implican necesariamente el indicio de una estructura perversa, no todas apuntan a producir angustia en otro.
Sin embargo, no faltan quienes a partir del concepto acuñado por la psiquiatría, hacen de las denominadas prácticas perversas un diagnóstico de estructura clínica. Ejemplo de esto se da en otros textos de la Facultad de Psicología de la UBA, como en “La ceremonia del espejo”, donde el autor diagnostica de “travestismo” a una paciente patologizando la transexualidad.
En la “liquidación de las perversiones”, Schejtman no solo ironiza invitándonos a disfrutar el “vale todo”, sino que sube la apuesta y realiza una férrea defensa de la patologización. Según el docente, la pelea por la despatologización de las prácticas sexuales perversas forma parte del sentido común de época, la misma hoy en día sería lo “políticamente correcto”. Finalmente afirma: “despójese al psicoanálisis de la psicopatología y lo veremos diluirse normalizado y estéril en los discursos que propalan el más necio sentido común, por más queer que se lo crea”.
Desconocemos sobre qué datos concretos afirma que la pelea por la despatologización forma parte del sentido común de la época. ¿Acaso desconocerá el docente que sobre la base de esas ideas es que las personas trans son discriminadas en las búsquedas laborales, en las casas de estudio y en las instituciones de la salud? ¿Cuántas personas trans habrá visto en su cursada? ¿Desconocerá, por ejemplo, que a partir de la exclusión de la categoría de “homosexualidad” del DSM y del CIE la Asociación Norteamericana de Psiquiatría (APA) ya no promueve el uso del electroshock “para reducir la atracción homosexual”?
El autor parecería estar más interesado en defender el corpus teórico del psicoanálisis lacaniano hegemónico en la casa de estudio, que en recabar información de la vida cotidiana de aquellas personas que, en plena batalla contra las normas que priman sobre la sexualidad y los géneros, son patologizadas, discriminadas y oprimidas.
Liberación sexual… ¿al servicio del capitalismo?
Bajo la concepción de Schejtman, la lucha por la ampliación de derechos democráticos elementales como el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, o de mínima excluir la homosexualidad del DSM o el CIE, terminan abonando a la depresión generalizada de la sociedad. Sin embargo en su teorización no hay explicación acerca del rol en los hechos de instituciones como la Iglesia, las asociaciones de medicina, psicología y psiquiatría, o el propio Estado, al dictar normas y ser los principales portavoces que buscan regular las prácticas sexuales de las personas. Hay un claro afán en negar que en el mundo real las mismas, tal como lo hace la Facultad de Psicología a través de su cátedra, sostienen la heterosexualidad como norma, y así dan fundamento y reproducen la opresión que sufren las personas LGBTI y las mujeres, que se expresa en cada grito que clama “¡Basta de travesticidios!” o “¡Ni Una Menos!”.
Cualquier teoría que pretenda abordar las profundas contradicciones de las y los más oprimidos en lo que respecta a la sexualidad y los géneros, como mostró el movimiento de los 70’, debería pugnar por la libertad sexual en pleno combate contra una moral regida por la heteronorma y los mandatos patriarcales. Una pelea contra todas aquellas las instituciones que buscan encorsetar la sexualidad, que parte desde luchar por las demandas democráticas más elementales y que en última instancia es contra “el amo” capitalista que usufructúa del patriarcado en su favor.
Pablo Herón
Columnista de la sección Género y Sexualidades de La Izquierda Diario.