Incontables generaciones de jóvenes y adolescentes se criaron leyendo cuentos de Edgar Allan Poe. El escritor norteamericano tuvo, sin embargo, unos tremendos primeros lectores. Aquí algunas de sus opiniones.
Viernes 4 de octubre de 2019 18:43
Imagen: obra de la ilustradora Federica Massini
Baudelaire sobre Poe
Charles Baudelaire fue el responsable de rescatar a Poe del olvido en que lo tenían sumido sus compatriotas. Tradujo sus obras al francés y con ello lo dio a conocer al mundo. Aquí publicamos dos fragmentos.
“Hace ya mucho tiempo, Señora, que deseaba regocijar sus ojos maternales con esta traducción de uno de los más grandes poetas de este siglo; (…) un escritor que, como los Hoffmamm, los Jean-Paul, los Balzac, es menos de su país que cosmopolita. Dos años antes de la catátrofe que quebrantó horriblemente una existencia tan plena y tan ardiente, yo ya me esforzaba por dar a conocer a Edgar Poe a los literatos de mi país. Pero entonces la tormenta permanente de su vida era para mi algo desconocido; yo ignoraba que aquellas deslumbrantes vegetaciones eran el producto de una tierra volcanizada (…) Varios años han pasado y su fantasma me sigue obsesionando” (Dedicatoria de las Historias extraordinarias, a la señora María Clemm, 25 de julio de 1854)
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“Edgar Poe no es específicamente un poeta o un novelista: es poeta, novelista y filósofo. Lleva en sí la doble naturaleza del iluminado y del sabio. (…) Lo que será eternamente digno de encomio es su preocupación por todos los temas importantes y dignos de atención de un hombre espiritual: probabilidades, dolencias del espíritu, ciencias conjeturales, esperanzas y cálculos sobre una vida ulterior, análisis de los excéntricos y de los parias de la vida sublunar, bufonadas directamente simbólicas. Añádase a esta ambición eterna y activa de su pensamiento, una rara erudición, una imparcialidad sorprendente y antitética con respecto a su naturaleza subjetiva, una capacidad extraordinaria de deducción y de análisis y el rigor habitual de su literatura, y no resultará sorprendente que le hayamos llamado el cerebro privilegiado de su país. Es la idea obstinada de utilidad, o, antes bien, una implacable curiosidad, la que distingue al Sr. Poe de todos los románticos del continente o, si lo prefieren, de todos los sectarios de la escuela romántica” (Presentación de Berenice, 1852)
Julio Verne, continuador de Poe
Gracias a la traducción de Baudelaire, Verne lee a Poe y se obsesiona, al punto tal que decide darle continuidad a la novela aparentemente inconclusa Aventuras de Arthur Gordon Pym y escribe La esfinge de los hielos. A su vez, se basa en el cuento de Poe, “Tres domingos por semana” para crear La vuelta al mundo en ochenta días y los criptogramas que aparecen en Viaje al centro de la tierra están inspirados en los mensajes cifrados de “El escarabajo de oro”.
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En 1864, Verne publicó una serie de ensayos en los que examinaba con detenimiento los cuentos del autor norteamericano, de allí extraemos la siguiente cita:
“A veces se le compara con dos autores, una de ellas, la inglesa Anne Radcliff, el otro, Hoffmann, un alemán. Anne Radcliff ha explotado el género de terror, que se explica siempre por las causas naturales. Hoffmann se ha aprovechado de lo puramente fantástico, en el que ninguna razón física puede ser admitida. No sucede lo mismo con Poe. Sus personajes pueden existir con todo rigor, pues son eminentemente humanos, dotados sin embargo de una sobrexcitada y supra-nerviosa sensibilidad; individuos excepcionales, galvanizados por así decirlo, como si fuesen personas a las que se les hiciese respirar un aire más cargado de oxígeno y cuya vida no sería más que una activa combustión. Si los personajes de Poe no están locos, deben evidentemente llegar a estarlo por haber abusado de su cerebro, como otros abusan de los licores fuertes. Ellos llevan a límites extremos el espíritu de reflexión y deducción, los cuales son los más terribles analistas que conozco y, partiendo de un hecho insignificante, llegan a la verdad absoluta.”
Rubén Darío descubre a Norteamérica a través de Poe
“En una mañana fría y húmeda llegué por primera vez al inmenso país de los Estados Unidos. Iba el steamer despacio, y la sirena aullaba roncamente por temor de un choque”. Así comienza Rubén Darío su prólogo a la poesía reunida de Edgar Allan Poe. Luego de describir voluptuosamente su llegada a “Nueva York, la sanguínea, la ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irresistible capital del cheque” (no tiene desperdicio, pueden buscarlo en internet) empieza a hablar de Poe.
“Poe, como un Ariel hecho hombre, diríase que ha pasado su vida bajo el flotante influjo de un extraño misterio. Nacido en un país de vida práctica y material, la influencia del medio obra en él al contrario. De un país de cálculo brota imaginación tan estupenda. El don mitológico parece nacer en él por lejano atavismo, y vese en su poesía un claro rayo del país del sol y azul en que nacieron sus antepasados. Renace en él el alma caballeresca de los Le Poer alabados en las crónicas de Generaldo Gambresio. Arnoldo Le Poer lanza en la Irlanda de 1327 este terrible insulto al caballero Mauricio de Desmond: «Sois un rimador.» Por lo cual se empuñan las espadas y se traba una riña, que es el prólogo de guerra sangrienta.
Cinco siglos después, un descendiente del provocativo Arnoldo, glorificará a su raza, erigiendo sobre el rico pedestal de la lengua inglesa, y en un nuevo mundo, el palacio de oro de sus rimas.”
(…)
“Nuestro poeta, por su organización vigorosa y cultivada, pudo resistir esa terrible dolencia que un médico escritor llama con gran propiedad «la enfermedad del ensueño». Era un sublime apasionado, un nervioso, uno de esos divinos semilocos necesarios para el progreso humano, lamentables cristos del arte, que por amor al eterno ideal tienen su calle de la amargura, sus espinas y su cruz. Nació con la adorable llama de la poesía, y ella le alimentaba al propio tiempo que era su martirio.”