En unos meses se cumplirán diez años de la segunda desaparición del testigo clave en el juicio contra el genocida Miguel Etchecolatz. Las preguntas que no respondió el kirchnerismo siguen aún vigentes.
Domingo 1ro de mayo de 2016
Hoy no es 18 de septiembre y todavía faltan algunos meses para que se cumplan los diez años de la desaparición de Jorge Julio López. Sin embargo hay quienes seguimos sintiendo en las tripas la ausencia de “el Viejo”, como le decían sus compañeros.
Por eso lo recordamos más allá de los aniversarios y porque si hay alguien que supo de resistencias fue él. López sobrevivió a los campos de exterminio, aguantó silenciar sus recuerdos por años a pesar de que lo atormentaban, hasta que tomó coraje para enfrentar a sus verdugos junto a los demás sobrevivientes, que lo fueron rodeando de la contención necesaria para armar el rompecabezas de datos y detalles que había en su cabeza.
Sin embargo, las bandas de sicarios del terrorismo de Estado aún activas quisieron demostraron su poder, marcar la cancha y, para eso, lo eligieron como blanco, allí en las afueras de La Plata, vulnerable, a pocas horas de la primera sentencia por genocidio en un juicio de lesa humanidad.
No pudieron frenar los procesos que se ponían en marcha para juzgar los delitos cometidos durante la dictadura porque los testigos, abogados y funcionarios no se dejaron intimidar por la ola de amenazas que sobrevino a la desaparición de López. Pero lograron reinstalar la percepción colectiva de que se puede desaparecer en Argentina.
Cuatro desapariciones
Solía decir su compañera Nilda Eloy que López desapareció cuatro veces: en dictadura, en democracia, en el expediente judicial y por último en los medios, salvo para los aniversarios y cada vez menos.
¿Qué queda entonces de su memoria? Durante esta década, cuando el interés mediático comenzaba a declinar hasta el olvido, López sólo aparecía mencionado ocasionalmente en la revista Barcelona, el diario PáginaI12 y el programa Marca de Radio, además de en algún medio alternativo.
En 2013 fueron publicados dos libros, En el cielo nos vemos, de Miguel Graziano, quien le permitió a esta columnista escribir su prólogo, y Los días sin López, de Werner Pertot y Luciana Rosende. Con enfoques diferentes, ambos contaron la vida, la circunstancias de su desaparición y la vergonzosa investigación judicial.
“Fue víctima de la desaparición forzada, el horror y la cárcel. Sobrevivir fue su primer acto de resistencia”, escribió Graziano. En tanto, la obra de Pertot y Rosende describió la llamada “pista de los penitenciarios”, en referencia a los agentes que López también identificó y acusó en sus testimonios, además del torturador Miguel Osvaldo Etchecolatz. El Servicio Penitenciario Bonaerense casi no había sido tocado desde la dictadura y sus integrantes tenían poder económico y relaciones políticas, según cuenta en el libro la abogada Guadalupe Godoy, quien junto a Myriam Bregman había representado a López en 2006, durante el emblemático juicio contra Etchecolatz.
Más allá del ámbito de la militancia política y de derechos humanos, ¿puede medirse el interés general sobre López? A juzgar por la negativa de sendas editoriales a la hora de lanzar una nueva edición de estos libros podría decirse que escaso o nulo. Sin embargo, los autores se dieron la tarea de tomar en sus manos la difusión de sus investigaciones, con un sentido más social que comercial, y de manera “artesanal”. Charlas, viajes y donaciones de sus libros les reportaron un intercambio rico e inesperado con el público, lo cual puso en evidencia que sí hay un persistente y genuino interés por saber más sobre el testigo desaparecido.
Uno de ellos recuerda que el día de la presentación apenas podía hablar tres minutos, y ahora podría hacerlo durante tres horas, incluso ante audiencias de 500 estudiantes secundarios.
Hubo otros libros, una obra de teatro y desde hace tiempo se está filmando un documental. Su historia sigue siendo elegida para volver a ser contada. Los familiares de López armaron una fundación, Construyendo Conciencia, para crear un sistema de alerta temprana sobre personas desaparecidas. Y La Plata, su ciudad, se prepara con variadas iniciativas callejeras e informáticas para los diez años.
El expediente judicial sigue abierto porque López permanece desaparecido y su caso se volvió emblemático por ser el único que desapareció dos veces. Pero agoniza sin resultados. El abogado querellante Aníbal Hnatiuk solicitó incontables veces la realización de los cruces telefónicos sobre llamadas de sospechosos los días previos y posteriores a la desaparición del testigo y desde hace años los investigadores de la fiscalía donde está la causa no pueden hacer funcionar un programa informático para concretar esta esencial medida de prueba. Se excusan en que dependen “de otros”, tales como la Policía o las compañías telefónicas que no responden e incluso en que el cambio de gobierno modificó un equipo de trabajo que, en realidad, nunca logró nada.
Lecturas
Los alertas de Google hace tiempo que no arrojan noticias sino menciones en artículos referidos a los desaparecidos en democracia. De pronto, la mirada se detiene al ver su nombre en Clarín. Una carta de lectores recuerda que “ya nadie reclama por Julio López”. Entonces sigue ahí, su causa moviliza cada vez menos en las calles. Pero está en el imaginario colectivo, quizá en ese parnaso de mitos donde figuran las muertes de Alfredo Yabrán, la secretaria de Emir Yoma, el hijo del ex presidente Carlos Menem, donde el denominador común es el misterio.
El lector al que Clarín le publicó la carta el 21 de abril recuerda que “cuando en 2006 condenaron a Etchecolatz por crímenes de lesa humanidad, la seguridad del único y gran testigo, Julio López, quedó a cargo del gobierno de entonces. Al poco tiempo, desapareció”, y se pregunta “¿qué habrá detrás de esta misteriosa desaparición?”. A continuación plantea una serie de interrogantes que bien pueden ser útiles a la hora de pasar revista sobre el caso. Dice el lector que:
Es una excelente pregunta que podría tomar el fiscal federal Marcelo Molina, a cargo del expediente judicial, para plantear ante los funcionarios del ministerio de Justicia con quienes está a punto de tener un encuentro porque, al parecer, habrían mostrado “interés por la causa”.
Suena por demás inverosímil para un gobierno de este signo político, pero esto no debe frenar el imprescindible ejercicio de seguir preguntando. Y más aún sobre nuestro doble desaparecido, el viejo López.