El estudio, realizado por el grupo ETC, también indica que los campesinos “producen esta comida con menos del 25 % de los recursos empleados para llevar la totalidad de los alimentos a la mesa”.
Ramiro Thomás @heliotropos_
Miércoles 13 de diciembre de 2017
¿Quién alimenta al mundo? Desde hace décadas que los promotores del agronegocio martillan sin cesar ciertos “sentidos comunes” para instalarlos en la sociedad. Profesan un futuro con miles de millones de bocas que alimentar y presentan al modelo agroalimentario corporativo actual como el mesías, como la única forma de saciar las necesidades de una población en constante crecimiento. Todo esto a pesar, por supuesto, de que no han podido responder por qué hay en el mundo unas 3900 millones de personas –es decir, el 52 % de la población mundial- que padecen alguna forma de mala nutrición.
Es preciso desmitificar estos relatos que se repiten como un mantra, y el Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración, más conocido como Grupo ETC, se ha propuesto hacerlo. Una investigación hecha por la organización internacional dedicada a “la conservación y el avance sostenible de la diversidad cultural y ecológica, y los derechos humanos”, ha puesto en tela de juicio los sentidos comunes impuestos por la agricultura capitalista dominante. En su tercera edición del año 2017, el informe ¿Quién nos alimentará? La red campesina alimentaria o la cadena agroindustrial expone sobre la irracionalidad de la forma en cómo se alimenta el mundo, contrastando la capacidad de los dos modelos enfrentados actualmente (la red campesina alimentaria y la cadena alimentaria agroindustrial) y su impacto sobre los recursos naturales.
¿Quién alimenta al mundo?
Según la investigación, la red campesina alimentaria, compuesta por “los productores de pequeña escala, muchas veces familias encabezadas por mujeres, que incluyen agricultores, pastores y criadores de ganado, cazadores, recolectores, pescadores y productores urbanos y periurbanos”, es responsable de alimentar a la gran mayoría de la humanidad. ETC calcula que alrededor del 70 % de la población, entre 4500 y 5500 millones de personas de los 7500 millones de habitantes, acude a la red alimentaria campesina para obtener la mayor parte o todos sus alimentos. “Los campesinos son los principales —y en ciertos casos los únicos— proveedores de alimentos para más del 70 % de la población del mundo, y producen esta comida con menos del 25 % de los recursos —agua, suelo, combustibles— empleados para llevar la totalidad de los alimentos a la mesa”, señalan en su informe.
El cálculo del 70 % del Grupo ETC era controvertido en 2009 cuando fue formulado por primera vez, pero ahora es ampliamente aceptado por los funcionarios del sistema de Naciones Unidas, por la academia e incluso por actores en el sector industrial.
En contraste, la cadena alimentaria agroindustrial, definida por la organización como “una secuencia lineal de eslabones” que van desde los insumos para la producción hasta lo que se consume en los hogares (genética vegetal y animal, agrotóxicos, medicina veterinaria, maquinaria agrícola, traslado y almacenamiento, procesamiento, empacado, venta a granel, venta minorista y finalmente la entrega a los hogares o restaurantes), se caracteriza por su ineficiencia al utilizar “más del 75 % de los recursos agropecuarios del mundo” para solo proveer “de comida a menos del 30 % de la población mundial”.
Pero esto no quiere decir que la cadena alimentaria agroindustrial produzca poca comida: “La cadena agroindustrial produce cantidades inconmensurables de comida. ¿Cómo es que alimenta a menos del 30 % de la población mundial? Parte de la respuesta es que la cadena cosecha calorías que no se destinan directamente a la población”, denuncia la organización.
Por ejemplo:
• El 44 % de las calorías que produce la cadena agroindustrial se pierden en la producción de carne. (Aunque la mitad de todas las calorías cosechadas por la cadena se convierten en forrajes para el ganado, sólo el 12 % llega a la población en la forma de carne y lácteos).
• Otro 9 % de las calorías de los cultivos industriales se usan en la producción de agrocombustibles o productos no alimentarios.
• Al menos el 15 % de las calorías cosechadas por la cadena agroindustrial se pierden en el transporte, el almacenamiento y el procesamiento.
• Aproximadamente el 8 % de las calorías de la cadena terminan en los botes de basura.
Hasta aquí, el 76 % del total de calorías que produce la cadena se desperdician antes de llegar al plato, de modo que sólo el 24 % de ellas son consumidas directamente por la población. Además, se estima que una cuarta parte de la comida que se ingiere (en peso) es consumo excesivo que ocasiona enfermedades. Si calculamos que al menos el 2 % de las calorías que vienen de la cadena agroindustrial dañan la salud, resulta que 78 % de la producción de la cadena agroindustrial alimentaria se desperdicia y solamente el 22 % nutre verdaderamente a las personas. “La cuestión de fondo es que al menos 3900 millones de personas padecen hambre o mala nutrición porque la cadena agroindustrial es demasiado complicada, costosa y —después de 70 años— simplemente incapaz de alimentar al mundo”, sentenció ETC Group.
Algunas conclusiones rápidas que se desprenden de estas cifras es que al agromodelo dominante no tiene como objetivo producir alimentos, sino más bien commodities. La agricultura en el mundo capitalista está directamente relacionada con la ganancia y su relación con la alimentación de las personas es solo indirecta. Otro aspecto que se podría deducir de esto es que la agricultura campesina genera mayor cantidad de alimento por área de producción.
Impacto sobre los recursos
Mientras la red campesina emplea menos del 25 % de las tierras agrícolas para cultivar alimentos que nutren a más del 70 % de la población, ETC calcula que la red usa aproximadamente el 10 % de la energía fósil y no más del 20 % del agua que demanda la totalidad de la producción agrícola, con prácticamente cero devastación de suelos y bosques. Por el contrario, la cadena agroindustrial utiliza más del 75 % de la tierra agrícola del mundo y en el proceso destruye anualmente 75 mil millones de toneladas de capa arable y tala 7.5 millones de hectáreas de bosques. Además, la cadena agroindustrial es responsable del consumo de al menos el 90 % de los combustibles fósiles que se usan en la agricultura (y sus correspondientes emisiones de gases de efecto invernadero), así como al menos el 80 % del agua dulce, mientras nos deja con una cuenta de 12.37 billones de dólares que debemos pagar tanto por los alimentos como por los daños.
Otro de los puntos relevantes que trae a discusión el informe es el debate existente entre los promotores del agronegocio y quienes nos inclinamos por alternativas inclusivas, sustentables y ecológicas. El agronegocio promueve la uniformidad genética en los cultivos, esto debido a que las semillas transgénicas que venden las grandes empresas del agro son necesariamente estandarizadas y luego sembradas masivamente. Esta uniformidad es antagónica con la sustentabilidad en la producción agrícola, significa una gran debilidad y es una de las causas por las que se desatan crisis alimentarias. El estudio lo describe de la siguiente manera: “La uniformidad genética de los cultivos de la cadena agroindustrial ocasionó la devastadora enfermedad del tizón foliar del maíz [Corn leaf blight] en Estados Unidos en 1970; una nueva roya de la hoja del trigo está amenazando este cultivo en África y alrededor del mundo; la Sigatoka negra está destruyendo las plantaciones de plátanos genéticamente uniformes; el virus del Tungro y una plaga de saltamontes devastaron los cultivos de arroz en el sureste de Asia; y cultivos que van desde el café hasta las naranjas y el caucho continúan siendo muy vulnerables debido a su uniformidad. Antes que existiera la agroindustria, la uniformidad genética ocasionó la hambruna de las papas en Irlanda en la década de 1840, que mató a un millón de personas y obligó a otro millón a emigrar”. Y más adelante afirman que “los productores comerciales trabajan, de hecho, con sólo 137 especies de cultivos y únicamente 16 representan el 86 % de la producción global de alimentos”.
Pero por otro lado, la agroecología y la agricultura campesina contraponen y promueven la diversificación de los cultivos, llegando a utilizarse 2,1 millones de variedades de cultivos en este tipo de agricultura: “Los campesinos han cultivado y donado (a bancos genéticos nacionales e internacionales) 2.1 millones de variedades de plantas de las más de 7 mil especies de plantas domesticadas en el mundo. Entre el 80 % y el 90 % de las semillas campesinas se obtiene por intercambio o regalo, se selecciona del ciclo previo, o se compran localmente, no de la cadena. Pero más importante todavía para la adaptación de la agricultura al cambio climático es el hecho de que los campesinos protegen y a menudo cruzan entre 50 mil y 60 mil variedades silvestres de los cultivos sin precio alguno” (cuando llevar al mercado una sola variedad de un cultivo transgénico puede costar 136 millones de dólares.)
Etchevere y la OMC
En este momento se está realizando en Argentina la XI Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC). El ministro de Agroindustria y expresidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA), Luis Etchevere, adelantó hace unos días que “se va a incrementar a nivel mundial la ingesta calórica per cápita diaria, por lo que nos piden a los países productores de alimentos que produzcamos más”. Además, anunció un inminente tratado de libre comercio con Canadá. Unos meses atrás, siendo presidente de las SRA, declaró que “tenemos un potencial para aumentar la producción de alimentos para más de 600 millones de personas en los próximos cinco años”, pese a que en nuestro país seis millones de personas pasan hambre.
Pero con el modelo de agricultura capitalista que hoy domina, un aumento en la cantidad de calorías solo puede ser posible sobre la base de extender la frontera agropecuaria desplazando a los pueblos originarios que reclaman sus territorios ancestrales o comunidades campesinas que han debido migrar a las ciudades como “ejército industrial de reserva”; con más desmonte y deforestación (y en consecuencia más inundaciones y emisión de dióxido de carbono a la atmósfera); mayor utilización de insumos químicos (con graves consecuencias sobre la población rural como vienen denunciando los pueblos fumigados); con una mayor utilización de agua (con napas contaminadas con fertilizantes) o de organismos vegetales genéticamente modificados (OVGM), que como el maíz Bt han debido “refugiarse” ante el desarrollo de resistencias en lepidópteros o malezas.