Alfaguara reeditó Lanús, la primera novela del escritor argentino Sergio Olguín. La vida y la muerte se mezclan en un policial que encuentra en la vuelta al barrio un viaje a la infancia en el conurbano bonaerense. Fútbol, rin raje, figuritas y la novela negra de la realidad.
Cuesta creer que una decisión editorial funcione tan bien como para acertar el momento de reeditar una novela escrita en 2001, con una forma de pensar y de ver las historias contadas, muchas universales y siempre vigentes como la infancia, la amistad y la traición, pero tamizadas por la época.
Lanús, escrita por Sergio Olguín en 2001, publicada originalmente en 2002, no podría haber sido reeditada en un momento más atinado cuando al abrirla leemos en su primera página: “Mil pesos para un aborto”. Lo que podría ser una introducción cualquiera (no para su autor, interesado en contar esa historia), en 2018, cuando el debate por el reclamo de aborto legal inunda las calles, las redes sociales y todo lo que lo rodea, es un bonus track para quienes aprovechen esta oportunidad y se asomen a la literatura del que escribió el mundo de la periodista Verónica Rosenthal.
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Las primeras páginas de Lanús, todo el libro en realidad, se leen a esa velocidad que nos persigue cuando se precipitan los acontecimientos y al que lectoras y lectores de Sergio Olguín estamos acostumbrados.
Un embarazo ni deseado ni buscado, un embarazo que está ahí y trastoca hasta los planes más mínimos. La clandestinidad que exige velocidad y, sobre todo, plata, mucha plata para quien no tiene todo a mano, como le pasa a la mayoría. Eso les sucede a Francisco y a Mariela. Están enamorados, incluso sueñan una vida juntos con tres hijos, como repasa ella en alguna ocasión, pero ese no es el momento. En pocas páginas recorremos los trazos de intimidad que tiene una decisión profundamente personal, algo soslayado por la terca penalización que pesa sobre las mujeres que no desean o no pueden seguir con su embarazo.
La decisión, la de Francisco y la de Mariela, desencadena otras historias en el pasado y en el presente. Y a partir de ese momento es difícil distinguir protagonistas y personajes “secundarios”. A través de Francisco y de Adrián, nuestro guía a esa vuelta al barrio (quizás en el peor de los contextos), nos sumergimos en un sinfín de historias: la cuadra, el rin raje, los cumpleaños, los ovnis, el perro Lobo y el primer enfrentamiento con la Ley en forma de perrera municipal, los Tinchos y la aventura de ir más allá de la avenida. Los militares y la dictadura están presentes con el registro de la infancia como el temible coronel Trifaldi, las historias temibles de los Falcon verde que se llevaron al viejo de Adrián porque defendió su puesto de trabajo en una fábrica de la zona.
Para Adrián, volver no significa necesariamente regresar a un pasado cómodo, aunque tampoco tiene un presente plácido al que aferrarse. Un cóctel de fracasos amorosos (también reñidos entre el pasado que se llama Marcela y el ¿presente? ¿potencial? que encarna Tatiana) y laborales (a la sombra de un tío corrupto de medio pelo que hace su riqueza en los pasillos de un ministerio).
Pero Adrián vuelve, y volvemos con él a Lanús, que es mucho más que un barrio o un partido. Lanús son las esquinas, las anécdotas, la infancia atravesada por tanta ingenuidad como crudeza y la lealtad prometida y bendecida por esa rama que proclamaba la unión ante la amenaza de “los otros”.
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Los sospechosos de siempre
En su viaje de regreso al barrio, Adrián revisita la amistad, que suele trastocarse con el paso de los años. Aunque las personas son las mismas, al segundo de verse en un cementerio, todos saben que no son los mismos, aunque algunos parezcan detenidos en el tiempo, anacrónicos como el flequillo del pequeño Claudio, y otros aparenten haber cambiado demasiado, como Rafael.
Lanús está atravesada por una trama policial desencadenada por un crimen, a la vez excusa para reunir a los amigos, a los que se quedaron y a los que se habían ido. Como cualquier persona que conoce algo de la vida en el área metropolitana de Buenos Aires, cualquier aparición de la Bonaerense siempre está más cerca de la complicidad que de la búsqueda de justicia.
Adrián no tarda más de unas horas en chocarse con un submundo clandestino, complicidad con la policía y una pequeña mafia local que maneja varios de los negocios ilegales del barrio. Sus viajes a Lanús junto a Rafael, que le impone condiciones cada vez que cruzan el puente y le exige respeto de su identidad, se mantienen en paralela tensión con una vida en cotidiano desorden.
No es necesario spoilear el policial que surfea la vuelta al barrio para confirmar que Lanús bien puede ser una vuelta a la primera novela para descubrir huellas y gestos, o descubrirlo simplemente como un nuevo libro. Ninguna de las dos visitas tendrá desperdicio.
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