Este martes 40 comunidades indígenas warao de Delta Amacuro quedaron bajo el agua tras la crecida del río Orinoco según reportó la asociación civil Kapé-Kapé, en el que están incluidos al menos 220 caseríos indígenas inundados. Se habían hecho las alertas tempranas pero la desidia estatal, como año tras año, continúa inerme ante estas situaciones trágicas.
La Izquierda Diario Venezuela @LaIzqDiario_VE
Miércoles 25 de agosto de 2021
Foto vía Twitter Kapé Kapé
Se sabía lo que vendría. A mediados de julio, la asociación Kapé-Kapé había proyectado que al menos dos mil familias del Delta Amacuro estaban en riesgo tras la crecida del río. Por ello hicieron un llamado a las autoridades para salvaguardar la vida de los indígenas implementando estrategias que impidan la proliferación de enfermedades y garanticen el acceso de los indígenas a servicios básicos como alimentación y agua potable, así como toda la prevención correspondiente ante la pérdida de sus bienes y la producción de sus conucos.
Incluso, Elisbeth Morales, directora de Protección Civil (PC) anunció el viernes 20 de agosto, el aumento acelerado del nivel de las aguas del Orinoco. En su información señaló que las autoridades activaron la alerta roja ante la inundación inusual del nivel que ya alcanza las crecidas históricas de los años 1976 y 2018.
EL día de sus declaraciones, el Orinoco se encontraba a 7.50 metros sobre el nivel del mar, a tan sólo 2 cms por debajo del año 2018 y 58 cms por debajo de 1976. Sin embargo, los habitantes de los sectores afectados aseguran que el agua continúa aumentando su caudal.
Las actuales inundaciones provocaron el desplazamiento forzado de familias indígenas hacia las zonas altas cercanas, como Barrancas del Orinoco, situada entre Monagas y Delta Amacuro. De acuerdo con la asociación civil, los indígenas más afectados por las anegaciones fueron evacuados y reubicados en refugios temporales que catalogan de inseguros por la falta de insumos básicos como agua potable, electricidad, alimentos y medicamentos.
Las comunidades del Delta medio notificaron a la organización Kapé-Kapé que la asistencia gubernamental no está llegando a la zona. Requieren alimentos no perecederos, medicamentos, mosquiteros con insecticida para evitar la proliferación de la malaria, y agua potable. Las comunidades que sí han recibido asistencia del Estado señalan que esta no es suficiente. Reportaron con preocupación que se han diseminado enfermedades como diarrea, gripe y fiebre, afecciones que las comunidades no pueden afrontar por la falta de insumos.
Los indígenas prevén que el río siga creciendo hasta inicios de septiembre por las lluvias torrenciales que ocurren casi sin parar en la zona. Las comunidades están en tensión porque proyectan una marea grande que guarda relación con la fase de luna llena. La predicción estima que con ello el nivel del río aumentará aún más. El río sigue creciendo y la atención estatal no garantiza el acceso a estos derechos básicos para la población en riesgo.
El potente caudal del Orinoco también inundó poblaciones en Bolívar, región donde se sienten asimismo los embates de la crecida del Caroní. De acuerdo con el último balance del alcalde del municipio Caroní, Tito Oviedo, el agua ingresó a 618 casas y hay 2.768 damnificados solo en Ciudad Guayana, la zona con mayor densidad poblacional del estado.
Se trata de tragedias que se sabe con antecedencia que van a acontecer si las precipitaciones aumentan como ya es común en estas épocas del año. Pero todas esas situaciones trágicas se han naturalizado por partes de las autoridades del país y de las regiones, donde el drama de poblaciones ya de por sí precarias en sus condiciones de vida, no hace más que aumentar las calamidades.
No se puede atribuir tan fácilmente las consecuencias desastrosas para la población a los meros y exclusivos fenómenos de la naturaleza, cuando se sabe de antemano que por torrenciales lluvias se está expuesto a este tipo de tragedias. Los gobiernos, nacional como regionales, naturalizan estos hechos trágicos, como si la naturaleza fuera la culpable de tanta miseria y precariedad. Pasan las lluvias y la población indígenas queda expensa a los torrenciales venideros, mientras los desastres quedan y avizoran aumentar en las próximas temporadas. Así opera el abandono estatal.
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