Isidoro es una ciudad que espera a los viejos amores. Un lugar donde diversas líneas no se entrecruzan. Las cosas no se mueven, no envejecen. Las personas sí.
Viernes 6 de septiembre de 2019 06:26
Renata Sister
En la ciudad de Isidoro la gente te saluda. No es necesario que te conozcan, lo suponen.
El sol pega fuerte, derrite las heladas y hace olvidar los fríos anteriores.
Las casas parecen maquetas. Muy prolijas. La marca del tiempo no les llega a las cosas. No se estropean.
El césped recién cortado, siempre.
Paz que inmuta. Sol
Lo inmóvil no envejece, las personas sí.
Usualmente, cuando pido en clase que dibujen una línea de horizonte, la pido recta y horizontal. Acá en la ciudad no es así, tardé en darme cuenta. Es recta, pero no horizontal. Esa línea nace acostada, luego sube hecha pared, se corta en otra pared, sigue en el techo y se sube al otro edificio, contrastando lo natural con lo humano.
Esa línea marca el límite, porque a rasgos generales, no existen las líneas rectas en la naturaleza (o me gusta pensar eso). Y allá en el cielo, la luz, el sol o la luna, curva, él y ella son curvas. Como un cuadro de Paul Klee. Y como la Tierra, salvo que, como estamos empecinados en querer transformar a todo en algo medible, organizable y calculable, la sintetizamos en rectas. Y en cuadraditos, en cajitas, donde vivimos.
En Isidoro las líneas del tiempo son diferentes, las cosas no se mueven, no envejecen. Las personas sí. No se entrecruzan, conviven en paralelo.
¿De dónde sos? Suelen preguntar. El mito de origen cambia como una ondulación.
Las líneas marcan límites. Fronteras. Surcos. Hasta acá llega mi casa y un centímetro mas allá, la tuya. El pájaro la sobrevuela, no la ve, o no le importa. He visto un árbol que se dobló y se metió en otro, y luego fueron dos en uno.
El paso del tiempo también dibuja una. Remarca el gesto, convirtiéndola en arruga o en cicatriz. El tiempo le cambia el grosor y la modula.
Líneas, movimientos, tiempo. Sinergia. Dialéctica.
Isidoro queda a 543 km de La Plata. Gran parte del viaje acompañan rectas aparentes, que en realidad son curvas. La “llanura pampeana” le dicen, aunque hay sierras.
Antes, en mi recuerdo, los campos se teñían de diversos colores, ahora hay soja. Me impactaba ver los kilómetros de amarillos cadmio. He caminado por esos campos, cuando los girasoles eran más altos que yo.
En Isidoro se trepan árboles, se hacen chozas, se buscan gusanos, se escucha a las hormigas.
Y el tiempo es distinto, va en otro ritmo. Acá, apreciamos la inmediatez, los destellos de luces, el impacto de lo sorprendente. El impacto, no lo sorprendente.
Andamos apurados, corremos los micros, vivimos embotellados, y a veces, acorralados. Es otro el movimiento, y por consiguiente, también el tiempo.
Cuando visito Isidoro me impacienta la quietud de las cosas, pero talvez ellas se quedan ahí para que los que hemos disfrutado de sus detalles la reconozcamos al regresar. Y sigamos viviendo allí, como un día posterior al que nos fuimos.