El teatro de Roberto Cossa sigue imponiendo su carga poética y su rigor dramático. “Ya nadie recuerda a Frédéric Chopin”, en el escenario de La Máscara, con dirección de Norberto Gonzalo y excelentes actuaciones, muestra otra vez que el territorio del teatro está gobernado por los intérpretes.
Osvaldo Quiroga @osvaldo_quiroga
Viernes 18 de octubre 12:05
Frédéric Chopin murió el 17 de octubre de 1849, fecha emblemática para los argentinos, dado que el mismo día, pero de 1945, miles de marginados pusieron, por fin, “las patas en la fuente”. Tito Cossa juega con la ambigüedad de las dos fechas: por un lado, la idea de instalar un busto de Chopin en una plaza de Villa del Parque; por otro, la intimidad de una época en la que las ideas socialistas, anarquistas y comunistas circulaban con fluidez. En el centro, una familia en la que la madre sueña con que sus hijas se casen con un socialista, mientras el padre recuerda los tiempos de la guerra civil en España y el novio de una de las hijas se va a combatir a Europa para luchar por un mundo mejor. En “Ya nadie recuerda a Frédéric Chopin” los muertos viven como los fantasmas que siempre regresan. Están allí con sus fuerzas y sus debilidades. Y les proponen a los vivos la discusión sobre sus vidas.
La profunda soledad de Susy, acaso destinada a ser la solterona de los cuentos de Roberto Arlt; la ilusión de Zule de sostener el amor a cualquier costo, como lo hizo la protagonista de “Doña Rosita la soltera”, en la obra de García Lorca, o Frank, el idealista que llega a viejo con sus convicciones, pero sin el amor que supo conquistar de joven, son algunos de los personajes que van del pasado al presente a través de la transformación de sus cuerpos en escena. También el padre, que cree que la poesía va a cambiar el mundo, y la madre, que suele enfrentarlo cuando no está de acuerdo con él, tejen ese universo de deseos y fantasías en el que incluso hay lugar para un cálido e inolvidable guardián de plaza.
Norberto Gonzalo, en su admirable puesta en escena, no necesitó de grandes y aparatosos recursos técnicos. Se basó en el talento de sus actrices y actores. Stella Matute va de la ilusión a la desesperación; Brenda Fabregat transita el camino del erotismo y la decepción; Claudio Pazos transforma su cuerpo en instantes y de joven deviene en anciano enfermo y solitario; Amancay Espíndola juega su rol de la mujer de época y el de la feminista incipiente, Daniel Toppino construye un idealista intransigente, mientras que Daniel Dibiase se abre camino en un mundo que no imaginó: el de un hombre humilde y esquemático que puede alcanzar el corazón de la chica de sus sueños juveniles.
En la memoria está todo mezclado. Pero en la memoria poética esos límites difusos, entre los sueños y la añoranza, se convierten en forma artística. El tiempo, precisamente, combina el pasado con el presente y el futuro. La magia del teatro, o mejor dicho la potencia del teatro, hacen que las imágenes nos permitan pensar en esa rueda fascinante que propone la vida. De ahí que la iluminación, la música, la escenografía o el vestuario parezcan, aunque no lo son, la misma cosa a la hora de entablar un diálogo imaginario con el cuerpo de los actores.
(“Ya nadie recuerda a Frédéric Chopin”, de Roberto Cossa. Dirección y puesta en escena: Norberto Gonzalo. Intérpretes: Stella Matute, Leonardo Odierna, Brenda Fabregat, Claudio Pazos, Amancay Spíndola y Daniel Dibiase. Música: Gerardo Amarante. Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo. Iluminación Leandra Rodríguez Adea. Coreografía: Mecha Fernández. En el Teatro La Máscara, Piedras 736. Funciones los sábados, a las 17).
Osvaldo Quiroga
Periodista especializado en Cultura, creador de El Refugio y Otra Trama. Actualmente al frente de Cultura 2.4, que se emite por la plataforma Global Play.