“Si no se consintiera que nadie pudiese dar su opinión sobre los acontecimientos de la guerra excepto en el momento en que se encontrara entumecido por el frío, sofocado por el calor y la sed o dominado por el hambre y la fatiga, sin duda contaríamos con muy pocos juicios correctos objetivamente.” (K. Von Clausewitz)
Viernes 3 de abril de 2020 15:00
Si hay una idea que resuena por todos los rincones de la sociedad argentina es la de “estar atravesando una guerra”. Esta metáfora es adecuada si consideramos que existe una ruptura de la normalidad que exige acciones políticas drásticas y concretas para un fin determinado, en este caso, frenar la pandemia.
Ahora bien, la idea de guerra trae aparejada consigo la concepción de un fin común con idénticos sacrificios y esfuerzos por el conjunto de la población. Ese sentido común tan extendido, por el contrario, es históricamente falso. La guerra es tanto la unidad de propósitos como la aceleración de las contradicciones latentes en las sociedades que puede darse en el momento mismo de la guerra o como producto inmediato de ella. Como ejemplos, por mencionar algunos, la Comuna de París en la guerra franco-prusiana, la Revolución rusa en la Primera guerra mundial, o en el caso argentino, la Guerra del Paraguay y las insurrecciones del interior y porqué no, Malvinas y la dictadura.
Lecciones de estos sucesos, sacan el peronismo y el macrismo que de la noche a la mañana olvidaron sus diferencias y se unieron en un “comité de crisis” que dejó uno de los signos políticos más impactantes de los últimos años. Es que la situación es delicada para sobrevolar un detenimiento económico: un nivel de deuda delirante que se pretende seguir pagando, 40% de pobreza y el trabajo precario en su pico histórico.
Los medios, hasta ayer históricamente irreconciliables, se alinearon a la política oficial y unificaron tapas y contenidos. El país pareciera oscilar entre la crisis sanitaria y una crisis social que podría terminar desencadenando protestas masivas como en los últimos tiempos se vieron alrededor del mundo. Parafraseando a Borges: “No los une el amor sino el espanto”.
Medios, miedos y doctrina de amigo-enemigo
La piedra angular del discurso mediático es sembrar el miedo. A partir de allí se puede buscar la legitimación y el consenso para cualquier acción, tales como el coqueteo con el estado de sitio o el ejército en las calles, independientemente de su efectividad real. Para ello se bombardea al espectador con cifras de muertos y afectados, y principalmente testimonios y videos de gente muriendo en hospitales o médicos llorando. El estado del sistema de salud es secundario porque lo que realmente importa es el impacto que genere la muerte.
El segundo paso es la “oda a la cuarentena”. Aquí no quiero negar la necesidad de grados de restricción a la circulación social sino dar cuenta de un embellecimiento exagerado de esta medida en pos de disimular la necesidad de medidas complementarias y “tapar baches” importantes como la carencia de tests de detección del COVID-19. Con el hándicap de haber actuado relativamente rápido en comparación a otros países, se comienza a realizar la versión 2020 del “estamos ganando”. Frase gastada pero cierta: “el primer paso para resolver un problema es reconocer que este existe”.
Cerrada la grieta por arriba y de la “oda a la cuarentena” se desprende la necesidad de una nueva grieta. “O estas con la cuarentena o estás en contra de ella”, los grises se vuelven innecesarios. Al estilo Carl Schmitt se genera el nuevo enemigo, cuya cualidad de enemigo no descansa en atributos propios sino en constituirlo simplemente como un otro. La guerra contra el virus se traslada a la generación de enemigos internos.
Los culpables de todos los males son quienes no respetan la cuarentena por más que el propio Alberto Fernández haya dicho que son una minoría insignificante. Por ejemplo, el famoso “surfer” se convirtió por unos días en el enemigo público número uno de la sociedad argentina. El “surfer” podrá ser un maleducado y un imbécil, pero debemos reconocer que es una amenaza significativamente menor a la salud que la falta de tests, equipamiento e insumos básicos. Y es que los “amigos” tampoco sufren mejor suerte. El caso de la enfermera denunciando a los gritos la precariedad en la que se encuentran los trabajadores de salud da cuenta de ello. En su circo, el notero solo quería hablar de los aplausos.
Bajo el discurso de la ciudadanía unida contra el coronavirus se encubre la realidad de millones que no poseen las condiciones de higiene básica en sus hogares, aquellos que viven al día, los que perdieron sus trabajos o sus sueldos. Y como si fuera poco deben afrontar la ya conocida violencia policial, ahora exacerbada. Para ellos, la cuarentena se vuelve casi una fantasía irrealizable.
Sobre los esfuerzos de guerra
Las guerras implican la necesidad de la disposición de todos los recursos necesarios. Tal es así que avances tecnológicos han sido productos de ella, primero para la destrucción y luego reconvertidos en avances sociales. Por citar algunos ejemplos: la aviación o el desarrollo de tecnología nuclear. Lo paradójico de esta “guerra” es que ya existen tecnologías para llevarlas adelante pero no se emplean. Queda al desnudo que importa más la ganancia capitalista que la salud de millones.
Es esta última contradicción, entre ganancias capitalistas y la vida de millones, la que aparece en los dos extremos de la balanza. Alberto Fernández se encuentra en este momento oficiando de árbitro, en búsqueda de un punto de equilibrio entre, por un lado, amortiguar el impacto a las grandes fortunas y, por el otro evitar un colapso sanitario y económico de la enorme población trabajadora. En ese sentido, la precarización generalizada del país le impone un duro límite: sin tocar las ganancias, el hambre puede ser más letal que el propio COVID-19.
Ante esta situación, sin embargo, el “espanto” no pareciera ser un adherente tan eficaz contra los intereses materiales. El gran empresariado jugó la carta de despidos masivos. Misma amenaza realizaron las PyMES. Justo ellas, que habían sido enarboladas en el discurso de empresarios responsables que se preocupan por el bienestar de sus trabajadores.
Solidaridad y capitalistas no son palabras que van de la mano, al menos que estos últimos exijan la “solidaridad” del Estado en forma de millonarios subsidios. Y si de subsidiarios y subsidiantes hablamos, los cambiemitas que el año pasado habían desembolsado 300 millones de dólares a Techint, ya buscaron golpear al oficialismo organizando un cínico cacerolazo que anticipa que la de ellos será, por lo menos, una colaboración rivalizante. (1)
Si lo que se busca es realmente preservar las vidas, se requiere un enfoque que las priorice por sobre el lucro capitalista. Los trabajadores de ramas no esenciales deben entrar en licencia con goce de sueldo. La prohibición de los despidos tiene que tener una aplicación efectiva y retroactiva con comités antidespidos en los lugares de trabajo.
Es intolerable que el Estado sea el primero en despedir luego de la sanción del DNU, al igual que empresas como Techint que se enriquecieron con subsidios disparatados. Aquellas que lo hagan, deberían abrir sus libros contables para justificarlo y, en todo caso, ser expropiadas por el Estado bajo control de los trabajadores y reconvertidas en pos de la salud pública. Casos como el de Madygraf demuestran la viabilidad de este proyecto. La situación actual exige una reconversión total de la economía actual en pos de eliminar la pandemia.
Todos quienes trabajen deben tener garantizados tests preventivos. En primer lugar, para los trabajadores de la salud, pero también otras áreas porque si bien hay licencias para sectores de riesgo, muchos de los que continúan en sus empleos conviven con pacientes de riesgo.
Mejor no hablar de ciertas cosas
Un efecto secundario de la pandemia ha sido la mejoría de los índices ambientales. Los medios lo han utilizado como un modo de romantizar la cuarentena y mostrando caras de sorpresas. Esta crisis devela el nivel de destrucción capitalista al medioambiente con absoluta claridad.
Asimismo si hacemos un recuento de las últimas plagas y pandemias nos daremos cuenta que a diferencia del precapitalismo, donde estas surgieron en períodos prologados de tiempo (a la peste justiniana y la bubónica las separa casi un milenio) en los últimos años, con el avance capitalista en su faceta neoliberal, se han acelerado los tiempos: 2009 (Gripe Porcina), 2013 (H7N9), 2014 (Ébola), 2015 (H5N2), 2016 (Zika). La relación del capitalismo, en particular de la agroindustria, con la naturaleza provoca una multiplicación en la generación y expansión de distintas pandemias. Pero un análisis y debates de esta relación destructiva brilla por su ausencia.
A fin de cuentas, hemos esbozado más arriba una serie de debates centrales que deberían tener espacio hoy en día en los medios de comunicación respecto de la pandemia que estamos atravesando. Para que ello ocurra lo nacional debe dejar lugar a lo racional.
(1) “La diferenciación entre amigos y enemigos tiene el sentido de expresar el máximo grado de intensidad de un vínculo o de una separación, una asociación (...) El enemigo político no tiene por qué ser moralmente malo; no tiene por qué ser estéticamente feo; no tiene por qué actuar como un competidor económico y hasta podría quizás parecer ventajoso hacer negocios con él. Es simplemente el otro, el extraño, y le basta a su esencia el constituir algo distinto y diferente en un sentido existencial especialmente intenso de modo tal que, en un caso extremo, los conflictos con él se tornan posibles (...).” Schmitt Karl, El concepto de lo politico, https://b-ok.cc/book/1163265/b81b20