Compartimos el testimonio en primera persona del activista Alex Trujillo quien fue victima de un ataque homofóbico.
Viernes 22 de julio de 2016
Este mes se celebró que hace seis años se sancionó la Ley de Matrimonio Igualitario en Argentina, pero sin embargo, la vida de las personas LGTBI aún está marcada por la discriminación.
El caso de Alex, no es un caso aislado. Durante la final de la Copa Amèrica dos chicos fueron agredidos en un bar porque "no querían putos mientras se veía el partido¨. Alex, en su relato asevera que la agresión fue "sòlo por un beso", pero ese beso estaba dado fuera del cinturón de la heteronorma, ese que ahoga y ahogó a muchas personas que tenían que vivir su deseo a escondidas.
Compartimos extractos del testimonio de Alex Trujillo
Dos días después de recibir una brutal golpiza por parte de un chico que coqueteaba conmigo en un bar, no sólo me ha dejado muchas marcas en el cuerpo, sino también muchos interrogantes. La situación no es tan ajena, le podría pasar a cualquiera, acaso ¿Quién no va a un bar justamente a conocer personas? Me pregunto todavía ¿Por qué este chico haría tal cosa? ¿Quién juega con el deseo para brindar la violencia hasta casi la muerte? ¿Cómo operó el machismo y la homofobia en su cabeza?
Todo sucedió en la noche del miércoles 13 y madrugada del jueves 14 de julio, yo estaba con una amiga en un bar en el barrio de San Telmo en Buenos Aires, se sentaron a un lado dos chicos: Tomás del Vecchio, un flaco alto, hasta entonces desconocido, y otro chico con rastas, medio borracho. Tomás, al verme sonreír mientras su amigo (el rasta) bailaba, me increpa preguntando: ¿Por qué te reís de él? Yo le dije que era agraciado y hasta me parecía lindo.
–Te parece lindo. ¿Te gustan los chicos? Asentí y le pregunté lo mismo, él me dijo que sí. Me invita a tomar una cerveza, luego otra y hasta me pasa su Facebook. Me comenta que le gustan los chicos, pero tocaba con carpa porque a su amigo no. Al cerrar el bar tomamos una cerveza más en la calle, charlamos de todo un poco, nada que me hiciera desconfiar. Me invita a su casa, ya que, según él, no podía dejar a su amigo tirado. Me coqueteaba permanentemente, lo que me gustaba, y nos dimos un pequeño beso; para mí esa situación no tenía nada de sospechoso. Llegamos a su casa y discutió fuertemente con su padre, dado que entramos haciendo ruido en horas de la madrugada. Ahí advertí por el tono y las palabras que usó contra su padre que era una persona violenta; sin embargo, me quedé allí inerme y desconcertado.
La violencia me embistió nuevamente, la intensidad de los golpes fue tal que pensé que ya iba a morir ahí. De repente llegó la policía y pararon la situación. Tomás sorprendido les dice a los policías que yo le había intentado robar el celular, claramente la situación era otra, y pude levantarme entre la sangre y las lágrimas. Fui llevado a la comisaría, no podía digerir la situación, rendir testimonio con el poco aliento que tenía y supe que el agresor fue momentáneamente detenido.
Me resguarde en casas de amigxs en búsqueda de contención e hice, posteriormente, todos los trámites médicos y legales del caso. Sin duda, la herida más profunda ha sido en la dignidad, las sensaciones de rabia e impotencia se mezclan en un cóctel que ha sido durísimo de tragar. La solidaridad de amigxs y gente que ha conocido el caso ha sido sorprendente. Por fortuna estoy contando la historia, pero ya me han llegado dos casos de personas que no denunciaron y han pasado por situaciones similares. ¿Acaso estamos frente a un modus operandi? Esta pregunta también se la vienen formulando organizaciones de la diversidad sexual en Buenos Aires, y nos debería poner en estado de alerta. O en caso contrario ¿Debemos normalizar la violencia sobre nuestros cuerpos? ¿Somos acaso culpables de buscar ese sodomo y gomorro beso que en los bares se nos hace esquivo? ¿Sólo por un beso, un coqueto beso, un maricón beso, tiene derecho a torturarnos o matarnos?
Porque sólo en una cabeza atormentada por el odio pueden suceder estas cosas. El mismo odio a llegar a ser “puto” que el insulto callejero cultiva, que las familias se niegan a asumir, aquel puto que es marginalmente dibujado, y que sólo el contacto de la violencia logra distanciar más allá de su amenazante, coqueta y cercana existencia. No comprendo todavía qué pasó esa noche, simplemente sé que si confié, me descuide o me equivoqué fue tan sólo por un beso.