Celeste Murillo @rompe_teclas
Sábado 25 de octubre de 2014
Un día de octubre, pero hace 108 años, Sylvia Pankhurst era detenida por encadenarse a las rejas del Parlamento. Sería la primera pero no la última vez que terminara en la cárcel por exigir el derecho al voto para todas las mujeres. La represión contra las sufragistas se endurecía a medida que el movimiento se fortalecía.
La policía las expulsaba de los actos oficiales, las multaban, las perseguían y las arrestaban. En 1912, la policía de Scotland Yard compró por primera vez en la historia una cámara fotográfica para perseguir a las militantes y apresarlas.
Las condenas eran duras, no eran consideradas presas políticas, y para reclamar ese derecho mínimo tuvieron que hacer largas huelgas de hambre. Ninguna de estas medidas represivas, ni siquiera la muerte de Emily Wilding Davison en 1913 en el Derby de Epsom, consiguió frenar el movimiento.
Sylvia Pankhurst nació en Inglaterra en 1882. Junto a su madre Emmeline y su hermana Christabel, conocidas como “Las Pankhurst”, se transformaron en un emblema del movimiento feminista, por su lucha por el derecho al voto para las mujeres.
En 1903, fundaron la Unión Social y Política de las Mujeres que, entre sus acciones más conocidas, organizó en Londres una movilización de 400 mil mujeres sufragistas que terminó incendiando iglesias y comercios a su camino. Luego de varias de esas acciones Sylvia terminó, como muchas de sus compañeras, en la cárcel, se enfrentó a los tribunales con huelgas de hambre, de sed y de sueño, y actuó como su propia abogada defensora.
Hoy puede sonar inocente, hasta ingenuo, arriesgar la vida por un derecho que aparece tan restringido, tan recortado, como es el derecho a votar. Sin embargo, hasta principios de siglo XX, las mujeres estaban privadas de ejercerlo, tenían el mismo estatus que legal que un infante o una persona con problemas mentales, no podían disponer de su vida.
Esto motorizaba la participación de decenas de miles de mujeres, incluso las trabajadoras, que coincidían en esta demanda con sectores de las clases medias y altas, y exigían a la vez sus derechos en el lugar de trabajo. En 1901, como parte del movimiento, las obreras de una planta de algodón levantaron el derecho al voto como una necesidad para terminar con la discriminación y la explotación.
A los 24 años, Sylvia Pankhurst abandonó sus estudios universitarios y, en 1911, publicó Historia del movimiento de mujeres sufragistas. En ese momento, empezaban a surgir sus diferencias con la Unión fundada por su madre. La Primera Guerra Mundial ahondó aún más estas divergencias: Sylvia no estaba de acuerdo en apoyar al gobierno británico en la guerra, como sí lo hacía su madre Emmeline, quien llamaba a las mujeres a movilizarse por el derecho al voto, pero bajo el lema “Rights to serve” (Derechos para servir). Sylvia, años más tarde, se refería a este período con estas palabras: “Para mí, eso era una traición trágica al movimiento (...) Trabajamos continuamente por la paz, enfrentadas a una dura oposición de viejos enemigos y, lamentablemente, a veces de viejos amigos”.
Tanto es el patrioterismo de Emmeline Pankhurst que cambia el nombre del periódico de la Unión, de “La Sufragette” (La Sufragista) al nacionalista La Brittannia, bajo el lema “Por el Rey, por el País, por la Libertad”.
Sylvia, finalmente, se apartó de la organización y fundó el Ejército de Mujeres por la Paz, volcándose a la militancia del Partido Laborista, donde publicó un periódico para mujeres trabajadoras al que tituló El Acorazado de las Mujeres, en homenaje al acorazado Potemkin de la Revolución Rusa de 1905.
Sylvia recorría los barrios obreros para organizar a las mujeres trabajadoras y luchar por sus demandas. Alguna vez dijo: “Quisiera despertar a esas mujeres sumergidas en las masas para que sean, no solo personas más afortunadas, sino combatientes por cuenta propia...”. En la vereda de enfrente, la Unión planteaba que había que suspender los reclamos sectoriales de las mujeres, para apoyar al gobierno embarcado en la guerra mundial.
Luego, Sylvia apoyó la Revolución Rusa de 1917, visitó la Unión Soviética y a su regreso a Inglaterra, pagó con cinco meses de cárcel la simpatía “pro-comunista” que expresaban sus artículos. En 1918, finalmente, se extendió el derecho al voto a algunas mujeres mayores de treinta años; Sylvia denunció que el mismo estaba limitado, además, a las mujeres de clase alta.
Fue fundadora del Partido Comunista inglés, aunque se alejó años más tarde. En los años 1930 apoyó la Revolución Española y colaboró con trabajadoras y trabajadores judíos perseguidos por el régimen nazi en Alemania.
Luego de ser una activa militante contra la ocupación italiana a Etiopía, se mudó a ese país con su compañero Carlo y su hijo Richard y murió en África en 1960, a los 78 años de edad.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.