Irreverente en un mar de corrección política, Teoría King Kong atrae con su tono provocador. ¿Cambio individual para desafiar al patriarcado o estrategia colectiva para luchar contra la opresión?
Celeste Murillo @rompe_teclas
Domingo 12 de febrero de 2017 00:05
La publicación en 2016 de la novela Vernon Subutex 1 de la escritora francesa Virginie Despentes volvió a poner en circulación Teoría King Kong. En la estela de las manifestaciones masivas de junio y octubre contra la violencia machista y el movimiento Ni Una menos, el libro se recomienda, se cita, se pasa, se comenta y se dice cómo-puede-ser-que-no-lo-haya-leído-antes.
A la primera leída, no es difícil entender el atractivo de Teoría King Kong: muchos textos feministas hablan demasiado en la lengua de la corrección política y de una igualdad que la mayoría sabe irreal, limitados a festejar la inclusión de una minoría de mujeres en puestos de poder o en una “agenda” que poco tiene que ver con la vida de la mayoría de las mujeres que están más cerca del sótano que del “techo de cristal” del capitalismo.
Las palabras de Virginie Despentes, escritas originalmente en 2007, ya hablan de la decadencia social y la crisis económica en ciernes que golpearía con más violencia a las mujeres. Ya sospecha que la igualdad prometida por las democracias capitalistas no tendrá nada para ofrecerles a las pobres, las trabajadoras, y todas aquellas que no encajan en el ideal de la mujer blanca occidental.
Teoría King Kong está escrito desde esa incomodidad, del ya-no-más hablar en voz baja y el compromiso de la lucha contra la opresión a cambio de algunos derechos para algunas mujeres en democracias cada vez más degradadas (compromiso que terminó condicionando los lentos y pequeños avances en los derechos de la mitad de la humanidad). Despentes recorre esa realidad en su libro: la precarización masiva de las mujeres, la desvalorización (en todos los sentidos) de los trabajos femeninos asociados a los cuidados, como una extensión del trabajo no remunerado sobre el que descansa el capitalismo, o la maternidad como el “aspecto más glorificado de la condición femenina”, que mantiene y reactualiza el condicionamiento de las mujeres según su biología, entre otros aspectos. E intuye una relación entre la opresión de las mujeres y la dominación capitalista: “El capitalismo es una religión igualitaria, puesta que nos somete a todos y nos lleva a todos a sentirnos atrapados, como lo están las mujeres”.
Pero Despentes tiene una visión contradictoria sobre el feminismo, sus alcances y sus límites. En Teoría King Kong critica la idea del feminismo como “reordenamiento de consignas de marketing”, pero más tarde ve de forma muy positiva que el feminismo se haya instalado como sentido común y casi una moda. Nos dice, “El feminismo era algo feo, despreciable, tonto, radical, marginal… el simple hecho de que Beyoncé quiera utilizarlo por razones de marketing me parece un triunfo total” (“Feminismo Pop”, notodo.com). Pero sería ingenuo no ver que ese cambio de radical a mainstream también incluye el abandono de la crítica del combo patriarcado-capitalismo, el “pasaje de lo colectivo a lo individual, de la liberación a la elección, y de la emancipación (que suponía la lucha por otra sociedad) a obtener mayores derechos (aceptando esta sociedad)”.
Y de todas formas Teoría King Kong aparece atractivo por su tono provocador, como lo hace frente a la violencia machista, cuando llama a desobedecer el mensaje disciplinador de los femicidios y las violaciones, irreductibles en su vivencia pero cuyo golpe alcanza no solo a las mujeres atacadas directamente. Una respuesta atractiva, cuando sobran las voces que nos ubican en la victimización como única forma de responder a la violencia y la búsqueda del tutelaje estatal como extensión (la contracara del punitivismo como política hacia la violencia machista). Atractiva y potente pero individual.
Su crítica es justa con respecto a una sociedad que condena formalmente la violación, pero revictimiza a las mujeres, les ordena silencio y culpa; pero su manifiesto es para una sola mujer: debe desobedecer, debe actuar con valentía y no esconderse, debe decidir ella no comportarse como víctima. La única vez que sobrevuela la respuesta colectiva no es organizada y surge como reflexión sobre la imposibilidad de la violencia: “Nunca se escucha hablar en la sección ‘policiales’ de chicas solas o en grupos, que arrancan las pijas con los dientes durante las agresiones, que encuentran a los agresores para matarlos…”, para lo que encuentra como explicación la educación ancestral de las mujeres a no defenderse.
Algo similar sucede con la prostitución, señalada con indignación por la moral burguesa, mientras el capitalismo ha transformado la explotación sexual en un negocio multimillonario. Esta realidad, que ha reducido a una porción ínfima la prostitución individual y voluntaria, casi no está contemplada por Despentes. Apunta contra un enemigo fácil: el moralismo. Con razón, Despentes despotrica contra la hipocresía de indignarse con la prostitución sin cuestionar el matrimonio, la familia y los mecanismos de sometimiento y dependencia que se ejercen sobre las mujeres.
Muchas de sus críticas son acertadas, pero es imposible divorciar el debate de la realidad que Despentes termina reconociendo, al restringir su argumento de “independencia” a la prostitución ocasional. Esto deja fuera de la discusión a millones de personas empujadas a la prostitución por la miseria o por la violencia explícita (como sucede con las redes de trata). Esto no equivale a reducir a todas las mujeres a víctimas, de la misma forma que oponerse a la prohibición (que redunda en la criminalización de las mujeres) no equivale a exigir la regulación de la prostitución como cualquier otra actividad económica. Es posible acompañar y promover la lucha por exigir al Estado capitalista y sus gobiernos la garantía de un trabajo para todas las personas en situación de prostitución que quieran abandonarla.
Despentes termina en un no-lugar, comparando la prostitución con la adicción a las drogas, “cuando una procura dejar, las complicaciones son comparables: una vuelve una vez, una sola, y luego la semana siguiente, ante el menor problema, una prende su minitel por última vez”. Así la reivindicación de la prostitución como “empoderamiento” es casi inaplicable a otra mujer que no sea Virginie Despentes: elegir cuándo practicarla y cuándo evitar los peligros o salir del mercado cuando se complejizaba y se degradan las condiciones.
La respuesta de Teoría King Kong a la violencia, y en general a la opresión y la discriminación es un grito de rabia, un llamado a “dinamitarlo todo” pero sin decir cómo, con qué aliados, qué perspectivas, es decir, sin estrategia. En última instancia, la abstracta “revolución de los géneros” termina delimitada en la resistencia cotidiana, en la construcción de “espacios de poder” para recrear relaciones igualitarias y sin violencia. En una entrevista en junio de 2016, Despentes aventura una forma de romper las construcciones actuales: “intentamos vivir de otras maneras, inventar otras formas de compartirlo todo… tenemos que convivir chicas y chicos de manera diferente… Quienes tienen niños, tienen que buscar una nueva forma de educar, dejarlos ser lo que son y no lo que esperamos de los géneros”.
El capitalismo ha colonizado todos los rincones de la actividad humana y sometido todas las relaciones sociales (públicas y privadas) a su dominación, y no quedan resquicios para espacios donde la “suma de voluntades” individuales, incluso bienintencionadas, redunde en la transformación social. Si hay algo en lo que ha sido exitosa esa “revolución sin muertos”, como llama Despentes al feminismo, es en borrar la perspectiva de revolucionar la sociedad para alcanzar la emancipación, en convencer a las mujeres de que sus deseos de libertad no tenían nada que ver con la lucha de la clase trabajadora (¡donde la mitad son mujeres!) y divorciar su lucha contra la opresión de género de aquella que aspira a liberarse de toda explotación y opresión. Virginie Despentes desmiente a Virginie Despentes: no hay reordenamiento posible, hay que dinamitarlo todo.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.