Juan rindió su última materia del secundario por videollamada desde su puesto de trabajo. Compartimos esta historia sobre los avatares que la juventud trabajadora tiene que hacer en el marco de la pandemia y la enorme crisis social que atravesamos.
Viernes 9 de octubre de 2020 10:27
Juan se conectó a la hora pautada. Profe me voy a taller que puedo hablar tranquilo, mi patrón me dio permisome había dicho. ¿Día para rendir? De repente el empresario que le permite dar un examen para terminar la secundaria parece solidario. Pero no, estos pibes precarizados no pueden faltar porque pierden muchas cosas; el presentismo, el día (si están en negro), e incluso se abre la posibilidad de que los echen. No sea cosa que se sume a las filas de la desocupación en Rosario, que desde enero de 2019 a la actualidad pasó del 12.8 % al 20 %.
Con ruido de fondo, se presentó y me dijo me gustó mucho lo que leí porque es parte de lo que vivimos los trabajadores, y claro, la historia de la lucha de clases no es nueva, como la fábrica en la que este joven rosarino deja la vida todos los días.
Sin querer molestarlo mucho intenté apurar el examen, pero Juan quería seguir hablando y contando todo lo que había aprendido sobre la 2da Guerra Mundial y las millones de vidas que se perdieron producto de ese enfrentamiento, el de los capitalistas. Yo no entiendo cómo se puede llegar a eso, porque al fin y al cabo fue contra toda la humanidad. Sus reflexiones eran precisas y sentidas. Y desde ya, el capitalismo es irrisorio, como ahora que ante una pandemia no se puede juntar los mejores conocimientos para la vacuna y se mantiene la “carrera espacial” con la salud de millones.
Después me contó del movimiento obrero argentino, de cómo los trabajadores fueron adquiriendo derechos, los mismos que tantos años después siguen sin respetarse incluso para él, para que pueda estudiar. Para que no cobre un salario de miseria como el actual porque las paritarias no existen y la clase trabajadora, por ejemplo, en Rosario se hunde en el 41% de pobreza. Me habló de los sindicatos, esos que no han dado la cara durante toda la pandemia y dejan a los obreros caer en el salvese quien pueda individual. Todo esto con su barbijo puesto, máscara y al lado de una prensa, como lo reflejó en la foto que envió después.
Juan estaba contento porque terminaba la secundaria, si, en plena pandemia y desde su puesto de trabajo, peleando contra el destino que le impone la realidad. Quiero hacer un terciario profe decía y mostraba la garra que le pone como el conjunto de los laburantes, con familias y sueños que la reman todos los días.
Algo tan elemental como es terminar el secundario en 2020 se vuelve para muchos una carrera con obstáculos, miles. La imagen de Alberto Fernandez con niñes en una videollamada resulta muy lejana a la entrecortada conversación que tuvimos con Juan, porque ni que hablar de la conectividad.
¿Qué les ofrece el Estado? Ahora, ni siquiera la miserable IFE. Los millones de nuevos desocupados tienen que dejar de pagar alquiler y se ven obligados a tomar tierras como en Guernica, esas abandonadas por grandes terratenientes, terrenos fiscales en desuso, o que quieren destinarse a meganegocios inmobiliarios. Allí si aparece el Estado, para reprimir y abrir causas penales, perseguir a los pobres por ser pobres.
Pero no se rinden y pelean por la tierra y la vivienda, esa que amén de vivir al lado de las grandes cerealeras que se llevan frente a sus ojos las toneladas de soja al extranjero, no pueden adquirir. A pocas cuadras de Patito en zona sur vemos a los vecinos de Tío Rolo que lograron armar sus viviendas y ahora les queda la pelea por, nada menos, que conseguir un trabajo y sostener a sus familias. Eso sí, el “propietario” les hizo un muro cual Guantánamo para dejar en claro su poderío, acompañado de la policía. Para ellos si hay aumentos, ya que tienen que garantizar la propiedad privada.
Profe, lo de la sustitución de importaciones me pareció bueno, que podamos producir acá me decía Juan. El punto es si esas riquezas se van siempre para los mismos, los que se benefician con, por ejemplo, la baja de las retenciones o los amigos del FMI que acaban de venir “de visita”. Si esos dólares de la soja sigue yendo a las arcas de Vicentín y ni migajas para los niños que solo les queda juntar los granos que caen en las vías del tren.
En un repaso por la historia, parece repetirse una y otra vez lo mismo. La imagen de volver al futuro con patinetas voladoras se contrapone a los pibes en bici que con “tracción a sangre” dejan su vida como repartidores por unas migajas que encima, no los quieren reconocer como trabajadores. Las super mansiones automatizadas quedan reducidas a un puñado de ricos y las mayorías a dar pelea por un pedazo de tierra. Las fábricas son más parecidas a las de Tiempos Modernos que no es para nada diferente a la que estaba Juan mientras daba su examen.
La hipocresía del Ministerio de Educación que exige de los docentes un empeño que es bastante desproporcionado a tener a reemplazantes sin un mínimo ingreso o a bolsones miserables para las familias más humildes.
La vida de Juan es la de millones de jóvenes que la pelean y que tienen fuerza para buscar de su futuro otra cosa a la que les propone la realidad. La pelea por la tierra es un ejemplo de esa resistencia que pone en jaque a una propiedad privada que nada más perpetúa la desigualdad. Los sindicatos deben estar a la cabeza de estas peleas, como los docentes que tenemos frente a nuestros ojos esta cruda crisis que también golpea nuestros bolsillos. Unir estas peleas es una tarea de primer orden, vamos por ello.