La BBC ha confirmado y reconfirmado que la tercera temporada de este policial será la última.Esta serie norirlandesa que ha cosechado, hasta el momento, una gran cantidad de fans ansiosos por conocer la suerte de un asesino de mujeres atrapado, irónicamente, por una mujer policía, cierra la historia con seis últimos capítulos.
Sábado 12 de noviembre de 2016
Las estadísticas respecto a los femicidios es un recordatorio trágico de la misoginia reinante. La trilogía Millennium como fenómeno editorial, primero, y cinematográfico después, reafirmaron la idea de que no existe rincón idílico en el mundo que escape a esta barbarie. La cotidianeidad de los crímenes de género está a la par del salvajismo con que son cometidos y de las declaraciones hipócritas de los gobiernos que poco hacen para revertir esta situación.
La ficción para el cine y la TV no ha dejado pasar la oportunidad de aportar al negocio incorporando la violencia hacia las mujeres como motivo fundamental en sus tramas, aunque cuesta trabajo toparnos con alguna serie donde el tema sea tratado con relativa seriedad. La mayoría de ellas tienen al tema como disparador de corridas, disparos y persecuciones de autos y poco de violencia institucional, complicidad política y judicial y desamparo social. Para la mayoría de las ficciones, la violencia existe en tanto aparezca la vejación en un cuerpo inerte. El “caso” que ocupa al argumento comienza en el aquí y el ahora. Pero, ¿qué hay del “antes”? ¿Qué hay del contexto social, de las políticas de estado, de la persecución y complicidad policial? ¿Qué, del tráfico de personas y la mercantilización del cuerpo de la mujer? ¿Qué, del terror femenino, tan cotidiano cómo el aire que respiran?
Es cierto que un tema tan vasto y, a la vez, tan apremiante, es difícil de abordar en los limitados márgenes de una ficción televisiva. Pero de vez en cuando, y sólo acotadamente– lo reconocemos– el género policial está dispuesto a levantar la voz y cerrar el puño; especialmente desde que vino a ocupar el lugar que antaño cumplía la literatura social, en la que se discutían los grandes problemas políticos y sociales contemporáneos. The Fall, la serie televisiva que ya vio su tercera (y al parecer, última) temporada, hace un buen intento.
En efecto, The Fall es un policial dramático de la televisión norirlandesa que fue estrenada en Irlanda e Inglaterra en el año 2013. Está protagonizada por nuestra querida Dana Scully, perdón, Gillian Anderson, que saltó a la fama en la década del ’90 con The X Files, y el británico arrancador de suspiros Jamie Dornan, protagonista del film erótico (¿?) Fifty Shades of Grey (Cincuenta sombras de Grey)
Cuando la superintendente de la Policía Metropolitana Stella Gibson (Anderson) llega a Belfast para investigar el extraño crimen de una arquitecta, la policía de la ciudad está hundida en la incertidumbre. Al parecer, el asesinato presenta ciertas características ritualistas que lo alejan de un crimen común (razón por la cual la investigación se ha estancado): la víctima no está mancillada; ha sido encontrada en una pose que pareciera invitar a la contemplación, una suerte de retrato macabro que se pintó con el último suspiro de una mujer indefensa.
Un componente político se suma a la trama desde el inicio: Gibson pertenece a la policía de Gran Bretaña, en tanto que este crimen cae bajo el patronazgo del Servicio de Policía de Irlanda del Norte (PSNI) y la víctima está relacionada con el Gobierno de esta provincia británica, que ha nacido como resultado del Conflicto de Irlanda del Norte. Las tensiones políticas y religiosas, con un telón de fondo del pasado conflicto armado, no es lo único que le suma interés a la serie: nuestra protagonista mujer debe, desde el inicio, mostrar un fuerte liderazgo en un entorno netamente masculino; y debe, al mismo tiempo y por la misma razón, mostrar sus aptitudes para la investigación más perentoriamente de lo que se le exigiría a un par masculino. Y así lo hace, ya que rápidamente descubre un crimen anterior, similar en cuanto al género de la víctima y el ritual que rodea al cuerpo. La conclusión es obvia: se trata de un asesino en serie. Un cazador sexual.
Esta idea recurrente (que se parece cada día más a un lugar común) no le quita interés a la trama porque no se trata aquí, afortunadamente, de mostrar el morbo que rodea a la aparición de una nueva víctima sino, como cabe a todo buen policial clásico, de guiarnos en el intrincado y monótono camino de una buena investigación (algo que nos trae gratos recuerdos de la admirada Helen Mirren y su extraordinario personaje en Prime Suspect). Nos sentimos atraídos por esta investigadora solitaria, obsesiva, desprejuiciada, que va tras sus propios placeres desprovistos de compromiso. Y esta atracción que todo buen espectador experimenta desde el inicio por un personaje como el de la superintendente Gibson deriva no sólo de un guión bien estructurado sino de una sutil y mesurada actuación de Gillian Anderson, algo indispensable a toda buena ficción.
Pero este policial incorpora un giro poco frecuente en el género (que gusta de mantener el rostro del criminal en un hermetismo extremo hasta el segundo final): opta por sacrificar esta incertidumbre y nos la muestra al inicio. Un psicólogo con una rutina respetable es un astuto y metódico acechador nocturno pero, a la vez, es un cariñoso esposo que cría, ama y protege a sus dos pequeños hijos.
Así que no se trata aquí de descubrir al responsable porque esto ya nos ha sido dado. Nos resta saber cómo será atrapado, o cuándo, o incluso si, realmente, lo será. Pero lo que, en verdad, iremos descubriendo será la interioridad de estos dos acechadores: la del criminal que cercará a una nueva víctima y la de nuestra investigadora que acosará al criminal. Y sus mundos y conciencias conflictuadas entrelazaran sus suertes y su moral, su cotidianeidad y sus destinos. Porque son dos cazadores.
Spector, tal el nombre del astuto psicólogo, es un depredador sediento, incapaz de detenerse. Disfruta de su perversión homicida, pero más disfruta del poder que este mundo masculino le ha conferido por sobre la mujer. Por eso, Gibson siente repulsión: “Ese hombre representa todo lo que yo desprecio”– dice ella en algún momento, desprecia esa opresión y la impunidad que él simboliza. Así alimenta su determinación. Se mantiene en su búsqueda, afila sus instintos. Persiste.
Spector lleva, con una coherencia enfermiza, una doble vida, una doble rutina, una doble moral. La privacidad de su vida domésticas, oculta a los ojos de los demás, desata a la bestia. No importa su educación, su título académico o su clase social, es un femicida, la contracara oscura y siniestra del buen ciudadano, los señores Hyde de un sistema malevolente y machista. Trasmutan en dolor y muerte la vida de las mujeres que se le cruzan, y lo hacen con el disfraz de la bondad que, de día y en plena calle, muestran a los otros.
La angustia por las víctimas, flota constante en este mundo de ficción de la misma manera que lo hace en el nuestro. La violencia y las cadenas que oprimen a las mujeres son cada vez más visibles.