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Red Internacional
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OPINIÓN. Thelma y Actrices Argentinas levantan el telón contra la opresión patriarcal

“No es una denuncia individual: es un movimiento”, dijeron las actrices en su comunicado, para señalar su pertenencia al movimiento de mujeres por #NiUnaMenos y la marea verde que reclamó por el derecho al aborto.

Andrea D'Atri

Andrea D’Atri @andreadatri

Miércoles 12 de diciembre de 2018 15:19

Los medios y las redes sociales no dejan de hablar del tema, aunque ya pasaron varias horas de la conferencia de prensa de Actrices Argentinas, donde Thelma Fardin denunció a Juan Darthés públicamente, por la violación de la que fue víctima cuando ella tenía 16 años.

El contundente testimonio de Thelma, acompañado de la denuncia radicada en la Justicia nicaragüense –porque los hechos ocurrieron en ese país, durante una gira-, fue expresamente enmarcado en un documento donde las actrices destacan su propia organización, denuncian la desigualdad en la industria del espectáculo en la que ocurren los abusos de poder, denuncian la ausencia de protocolos y otras herramientas para hacer frente a estas situaciones, señalan la responsabilidad de la Justicia y el Estado y repudian el accionar de los medios frente a estas denuncias, que intentan “llevar la atención hacia el costado más morboso de los conflictos mientras acallan las problemáticas laborales de fondo”.

Sin embargo, los medios hegemónicos decidieron pasar por alto estos cuestionamientos y reproducir lo mismo que Actrices Argentinas repudió como una práctica persistente en la comunicación de estas “noticias”. Insisten en centrarse en la historia de Thelma, exigiéndole más detalles, reclamándole pruebas, mientras siguen dejando en segundo plano la construcción de un colectivo de mujeres que funcionó como una red de contención para ella, pero que también se atrevió a denunciar a una industria que incluye a empresarios, productores, directores y una desigualdad laboral donde los abusos encuentran su caldo de cultivo.

“No es una denuncia individual: es un movimiento”, dijeron las actrices en el comunicado que leyeron distintas voces, para poner el acento en su pertenencia a este movimiento de mujeres que, en Argentina, emergió al grito de #NiUnaMenos, se movilizó por millares ante los femicidios y luego se transformó en una marea verde que reclamó por el derecho al aborto, alcanzando gran repercusión internacional.

¿Por qué, después de la denuncia de Thelma Fardín, cientos de testimonios se agolparon en las redes sociales? Son otras “denuncias individuales” de mujeres que estarían indicando que no es solo un Darthés, sino que estamos en presencia de una sistemática discriminación, desvalorización, desigualdad y opresión que afecta a las mujeres. Lo que obliga a reflexionar también que, por cada una de estas voces que pueden y se atreven a hablar, hay miles de voces ahogadas en el silencio de la explotación, la precarización, la discriminación racial, xenofóbica y lesbotransfóbica convertidas en mordazas para otras tantas denuncias.

Pocos días antes, el cuerpo sin vida de Andrea López había aparecido en un volquete. Fue asesinada por su marido, Juan Carlos Garcilazo, actualmente prófugo. No estoy cambiando de tema. Ella había radicado siete denuncias por amenazas, lesiones y abuso sexual en la Unidad Fiscal Nº 6 del departamento judicial de San Martín, donde fueron archivadas a pesar de que un equipo interdisciplinario había calificado el caso como de “alto riesgo”.

La semana anterior, más de 10 mil mujeres marcharon por la Ciudad de Buenos Aires, repudiando el fallo de impunidad con el que la Justicia dio por cerrado el femicidio de Lucía Pérez, mientras simultáneamente las fuerzas policiales (las mismas que siempre están implicadas en los grandes delitos como la trata de mujeres, entre otros) reprimían la manifestación de movimientos de desocupados –donde la mayoría abrumadora eran mujeres- a pocas cuadras de distancia.

El Estado y sus instituciones legitiman, justifican y reproducen esta violencia persistente, cotidiana, invisible, acentuando estos (dis) valores, haciéndonos creer que es natural lo que es el producto de una sociedad miserable que merece perecer.

Fuimos centenares de miles de mujeres, y compañeros que apoyaron nuestro reclamo, quienes nos movilizamos este año por la legalización del aborto. Fue la cámara aristocrática y reaccionaria del Senado la que impidió que sea ley el proyecto que había obtenido media sanción en Diputados (con apenas cuatro votos de diferencia) y que podría evitar más muertes de mujeres jóvenes y pobres por las consecuencias del aborto clandestino. Fue la Iglesia la que metió la cola, aprovechando sus vínculos con todos los partidos del régimen político, incluyendo aquellos que circunstancialmente votaron a favor, sabiendo que eso no cambiaría el resultado final garantizado por el poderoso lobby de las jerarquías religiosas.

Este año también vimos desfilar a miles de maestras y enfermeras reclamando contra los despidos y la precarización laboral, en enormes manifestaciones que desafiaron el ajuste de Macri y los gobernadores. Vimos a las trabajadoras metalúrgicas de SIAM, junto a sus compañeros, enfrentando la represión de la Bonaerense comandada por María Eugenia Vidal, cuando reclamaron su reincorporación. Millares de jóvenes estudiantes con sus pañuelos verdes se plegaron también a las luchas en defensa de la Educación Pública. Y todo esto sucedía mientras el gobierno nacional acordaba con el FMI un endeudamiento que pesará doblemente sobre las espaldas de las mujeres trabajadoras y del pueblo pobre, aumentando sus índices de desocupación, de flexibilización, aumentando sus jornadas laborales para llegar a fin de mes y su carga de trabajo doméstico gratuito para hacer frente a la inflación y la carestía de la vida.

Este sistema de explotación de las grandes mayorías, es doblemente pesado para las mujeres. Sus beneficiarios también sostienen los más ancestrales prejuicios patriarcales para mantener divididos a los explotados y explotadas, compitiendo entre nosotras, discriminadas por quienes deberían ser nuestros compañeros, para garantizarse sus ganancias. El Estado y sus instituciones legitiman, justifican y reproducen esta violencia persistente, cotidiana, invisible, acentuando estos (dis) valores, haciéndonos creer que es natural lo que es el producto de una sociedad miserable que merece perecer.

ni el patriarcado ni la explotación capitalista van a caer si no los tiramos. Y esa convicción es la que nos empuja a organizarnos con la perspectiva de vencer.

Cuando en los medios y las redes sociales ya no se hable más de Thelma, habrá otras Thelmas, como las hubo antes y como las hay ahora mismo. Pero la comprobación de que no es el único caso, lejos de desmoralizarnos o de conducirnos a una batalla permanente contra uno y otro y otro y otro Darthés, nos fortalece en nuestra lucha para derrocar este sistema infame que hace del ser humano el enemigo de sus pares. Porque ni el patriarcado ni la explotación capitalista van a caer si no los tiramos. Y esa convicción es la que nos empuja a organizarnos con la perspectiva de vencer.


Andrea D’Atri

Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en (…)

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