Las fronteras –geográficas, comerciales, ideológicas— siempre han sido peligrosas. Y la frontera ‘narco’ ha llevado el concepto de riesgo al paroxismo. Sin embargo, no es ese el foco de Tierra de Cárteles.
Sábado 2 de diciembre de 2017
Ilustración Pat Wasi
Las fronteras –geográficas, comerciales, ideológicas— siempre han sido peligrosas. Y la frontera ‘narco’ ha llevado el concepto de riesgo al paroxismo. Sin embargo, no es ese el foco de Tierra de Cárteles.
El documental comienza con los acordes clásicos del género: narcos, salvajismo, sirenas, muertos, llantos. Pero pronto se centra en los dos protagonistas. Uno es Tim “Nailer” Foley, un norteamericano fibroso y de piel reseca, ex consumidor de metanfetamina y jefe de la Patrulla de Reconocimiento de Arizona. El otro es José Manuel Mireles, un médico larguirucho y bigotudo, el carismático líder de las Autodefensas de Michoacán.
El objetivo del gringo, y del puñado de hombres que lo sigue, es sellar la frontera de Arizona y evitar el goteo constante de inmigrantes ilegales. El del mexicano, y de los personajes variopintos que lo rodean, es quitarle el control del territorio al cártel que controla su región: Los Caballeros Templarios.
Además de un mismo enemigo, los cárteles, el mejicano y el gringo tienen algo más en común: ambos descreen de sus respectivos gobiernos porque estos los han dejado abandonados a su suerte. Una suerte perra.
Foley fundó la Patrulla porque no conseguía trabajo. En la construcción, la mayoría de sus competidores eran mejicanos sin papeles. Rabioso, se marchó a la frontera para vengarse, pero en seguida comprendió que el verdadero enemigo era el tráfico de personas. Mireles tomo las armas cuando la situación en Michoacán se volvió insoportable.
«Los Templarios llegaban a las casas, se llevaban a las esposas y las regresaban días después», nos explicó por mail el periodista mexicano Héctor Tenorio Muñoz. «También se llevaban a las hijas de 13, 14 o 15 años y las devolvían meses más tarde, embarazadas».
Y aquí el relato –las ideologías y hasta la lógica— entra en turbulencia.
El presidente mejicano suelta un discurso tan vacuo que parece hecho de antimateria... Los noticieros gringos tildan a la Patrulla de Foley de milicia racista... Los narcos, por su parte, amenazan desde una oficina en cuya pared cuelga un poster del Ché Guevara... El ejército mejicano invade con tanquetas y helicópteros el pueblo de Mireles con el fin de desarmar a las Autodefensas… Foley y los suyos insultan a su gobierno porque están seguros de que Washington permite el tráfico de ilegales porque la mano de obra barata le conviene... Como si todo esto fuera poco, Foley permite a ex militares y racistas de la ultraderecha incorporarse a sus filas... «Y Mireles, debido a los escasos avances del ejército, une fuerzas con una parte de Los Templarios para luchar contra el líder del cártel, Servando Gómez Martínez», añade Héctor Tenorio Muñoz.
Apenas en la mitad del documental, el espectador es además testigo de las grandes contradicciones. El odio frontal y sin ambages de los protestantes, una amenaza contenida, y la extraña suavidad de las autodefensas, que pueden acariciarle la cabeza a un prisionero con una pistola cargada, traicionar a un compañero u ordenar una muerte, sin dejar de sonreír.
Otro gran contraste –sí, todavía hay algunos más— es el del escueto Foley versus Mireles y su don de la oratoria. Mientras el primero no recibe apoyo popular alguno, Mireles es un imán para sus vecinos. «El poder emana de ustedes», le explica a los habitantes de un pueblo, y remata: «Si ustedes están desunidos, cualquier pendejo va venir a gobernarlos».
Ese es el momento más emocionante del documental, pues al pronunciar la palabra ‘pendejo’ Mireles sintetiza todas las características del político de molde: falso, corrupto, inescrupuloso y astuto. Pero no tanto como para comprender las consecuencias que sus actos tendrán sobre la sociedad que el propio político y su familia integran. Es decir, una astucia con un núcleo interno de ilimitada estupidez.
Lo más importante de Tierra de Cárteles quizá sean sus enseñanzas: comprender que detrás de un poderoso invariablemente hay alguien más poderoso, y saber que para aprender siempre debemos estar dispuestos ampliar las fronteras de nuestro idioma.
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