Cada vez son más quienes evitan leer noticias en un momento donde estas oscilan entre el catastrofismo y el clickbait sensacionalista. Nos preguntamos entonces qué papel juegan los grandes medios de comunicación a la hora de pasivizar y despolitizar el malestar latente entre trabajadores y jóvenes. ¿A quién sirve el relato distópico? ¿Qué alternativas (o no alternativas) políticas se proponen?
Miércoles 1ro de febrero de 2023
Si estás leyendo este artículo significa que estás remando contra la corriente. Según el último informe publicado por Reuters, el número de personas que evitan consultar noticias ha aumentado. La manera en la que los medios han tratado y tratan la época de pandemia, las tensiones políticas, la emergencia climática, la amenaza de una nueva crisis económica y ahora la guerra en Ucrania se relaciona con esta tendencia.
Entre las razones que la explican, las respuestas de las personas encuestas apuntan a lo repetitivo de las noticias, la falta de credibilidad, el impacto negativo sobre su estado de ánimo y la impotencia que generan. Concretamente en el Estado español, el porcentaje de aquellos que evitan activamente las noticias en ocasiones o a menudo es hoy del 35%, lo que representa un aumento de once puntos respecto al 26% de 2017.
Entre la juventud, la percepción del catastrofismo imperante en las noticias se expresa combina con la sensación de que los temas que se discuten no les apelan y les quedan muy lejos. En una entrevista para el canal de noticias catalán 324, una joven de 14 años (Clàudia) contaba que “todo es malo, no hay nada bueno en las noticias. Al final, es como que te deprime y no lo quieres ver”. “Los adolescentes, creo que vemos que las noticias son tan aburridas, que hablan siempre de lo mismo: política, dinero…” – decía Clàudia – “que si el cambio climático y no hay nada que hacer. Ahora la guerra en Ucrania…” – añadía Giulia, otra joven de la misma edad. A su vez, ambas criticaban la visión que existe de la juventud sobre su supuesta falta de preocupación y ganas de ayudar a la sociedad.
Llegados a este punto, hay que preguntarse ¿a qué propósito sirve el enfoque que domina en los grandes medios de comunicación a pesar incluso de que haga caer su audiencia? La respuesta no es otra que al mantenimiento del statu quo capitalista. En un mundo donde solo existen las catástrofes resulta imposible imaginar otra realidad distinta. No hay alternativa. Las guerras, las pandemias y las crisis económicas se muestran como fenómenos imparables sin ninguna capacidad por nuestra parte para acabar con ellos, ya que eso depende de los Estados y las empresas, aunque por supuesto no son la solución, sino la causa. El sentimiento de impotencia conduce a la pasividad, imponiendo una derrota antes de que exista siquiera margen para la lucha.
En este contexto, Netflix y sus categorías sobre mundos distópicos, post-apocalípticos y ciberpunks o las novelas del tipo "Los Juegos del Hambre" han contribuido a un pensamiento muy peligroso: la distopía ya no es un futuro imaginable, sino una predicción de futuro inevitable.
Pero esta sensación de "no hay alternativa" no es solo un producto mediático o cultural. El rol que han jugado corrientes políticas como Podemos en el Estado español – y otros fenómenos de centroizquierda en Grecia, Francia, Gran Bretaña o EEUU – o el procesismo en Catalunya ha sido el de instaurar una rebaja constante de expectativas y educar en que a lo más que se puede aspirar es a pequeñas reformas que no cambian nada sustancial y a una claudicación de todo intento de atacar las bases del sistema y sus regímenes políticos.
Noticias contra la distopía
Esta idea de la distopía inevitable es tan peligrosa porque nos impide ver la otra cara de la realidad. Hablamos de procesos, experiencias o luchas que, si las conociéramos, pondría ayudarnos a poner en cuestión el sentido común capitalista.
No se trata de negar las guerras, las pandemias o las crisis económicas, sino de hacerlo desenmascarando cuáles son sus verdaderos responsables, las falsas soluciones que solo perpetúan este orden de cosas y cómo podemos combatirles.
Podíamos hablar del coronavirus, no para inocular un shock paralizante y disciplinados, sino señalando como su aparición está ligada al modo de producción capitalista que destruye ecosistemas mientras los Estados se negaban a liberar las patentes, priorizando los beneficios de las farmacéuticas.
O de cómo durante el confinamiento se demostró por la positiva la enorme fuerza de las y los trabajadores, quienes demostraron que son ellos y ellas quienes mueven generan la riqueza y no los Amancio Ortega, Elon Musk y compañía.
Los medios de comunicación transmiten la ideología capitalista sobre la naturaleza egoísta, individualista y competitiva del ser humano. Se nos inculca una mentalidad donde, aunque nosotros nos consideremos cooperativos, tenemos tal imagen egoísta del resto que nos empuja a competir contra nuestros hermanos y hermanas de clase.
Sin embargo, la clase trabajadora da muestras de solidaridad en sus luchas. Así se observa en cada huelga, como en Barcelona el año pasado los conductores y mecánicos de los autobuses de TMB salieron a luchar no solo por recuperar lo perdido por la inflación, sino para generar nuevos puestos de trabajo, estabilizar a los temporales y mejorar la calidad del servicio para los usuarios que lo usan cada día.
Además, las luchas de las y los trabajadores por trabajar menos horas reflejan que existe otra pulsión distinta a la del beneficio económico. Se trata de esa pulsión ligada al deseo humano de liberarnos del trabajo para tener más tiempo libre que dedicar a la cultura, el arte, los seres queridos y, en definitiva, el disfrute de la vida y sus más amplios placeres. Y de cómo la lucha de la clase trabajadora, aliada a la juventud y otros sectores populares, abre el camino para arrancarle a los capitalistas estos derechos.
En Francia, los obreros de la petrolera GrandPuit se pusieron en huelga para evitar sus despidos y el cierre de las plantas que la empresa presentaba como una “reconversión ecológica”. La lucha despertó la solidaridad de trabajadores de otros sectores, incluso se alió con el movimiento ecologista. Así, la lucha de quienes producen también es capaz de expresar el deseo de proteger el planeta en el que vivimos.
En el mismo sentido podríamos recoger los ejemplos de las fábricas recuperadas en Argentina como Zanon y Madygraf que funcionan sin patrones bajo control de sus trabajadores en cooperación con profesionales y técnicos. Con democracia obrera de base planificar y decidir sobre la producción y la administración, permitiendo liberar una gran creatividad y solidaridad; con elección directa de las autoridades de la fábrica y con rotación en los puestos de dirección. Imaginemos qué pasaría si esa esencia la extendiéramos a la organización de toda la sociedad a nivel estatal internacional.
Politizar el malestar, no idiotizarlo
Lejos de quienes confunden huir de la distopía y el catastrofismo de los medios con el peligro de caer en el sensacionalismo, el clickbait y la despolitización, la clave está justamente en lo contrario: politizar el malestar.
Hay que combatir el sentido común liberal que hace creer a un sector de la juventud que su salida es convertirse en tu propio jefe. Pero también hay que ir más allá de quienes dibujan un monstruo del capitalismo abstracto. Incluso, debemos superar la mera descripción de la situación de precariedad y falta de perspectiva de futuro de la juventud.
Pongamos nombres y apellidos a los responsables de nuestra situación: desde el sistema capitalista generador de explotación y opresión hasta los partidos que lo legitiman. Señalar sin miedo a la derecha de Vox y el PP como aquello que son: los máximos defensores de la LGBTIfobia, el machismo, el imperialismo español y esta democracia para ricos.
Hagamos caer las caretas del reformismo de Unidas Podemos que prometieron combatir todo lo anterior para acabar de la mano del PSOE aumentando el gasto militar para defender el imperialismo español y sus fronteras, asegurando el empobrecimiento de la clase trabajadora con los salarios por debajo de la subida de los precios y regalando millones a las energéticas y los bancos.
El peligro no son las malas noticias, sino quienes hacen creer que son la única realidad posible o nos hacen confiar en las opciones políticas equivocadas para cambiar la situación.
Por eso, quienes escribimos en Izquierda Diario queremos contribur a desmontar el discurso neoliberal de los cryptobros, la distopía de Netflix y el sentido común de que nos tenemos que conformar con pequeñas reformas de cierta izquierda que conduce a la pasividad. Humildemente, defendemos un periodismo militante, socialista y revolucionario para pensar una sociedad distinta.