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Red Internacional
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A 79 AÑOS DEL ASESINATO DE TROTSKY. Todos nosotros contra la banalidad del tiempo

Reseña de la última novela de Kike Ferrari. En las 280 páginas del libro, el escritor trenza con éxito una aventura de medidas épicas: evitar el asesinato del líder León Trotsky en 1940, en México, para salvarnos a todos. Sí, a todos nosotros.

Martes 20 de agosto de 2019 10:12

Todos nosotros (Alfaguara) es una novela que discute con el tiempo. Trabaja sobre la obsesión y lo hace de manera ambiciosa, no sólo por su construcción literaria sino por el fuerte sentido político que la atraviesa. Kike Ferrari ―autor de las novelas Operación Bukowski y Lo que no fue― trenza con éxito en las 280 páginas del libro una aventura de medidas épicas: evitar el asesinato del líder León Trotsky en 1940, en México, para salvarnos a todos. Sí, a todos nosotros.

La primera pelea que da Ferrari es contra los tiempos políticos. En un mundo que obliga a moverse al ritmo de la bestia capitalista, que invita a parasitar sus sobras como si fueran un manjar, que se empecina en romper las redes que alguna vez se llamaron proletariado para encaminarlas hacia la soledad especuladora, emprendedora y monotributista, Ferrari propone el regreso a lo colectivo como única manera de construir una sociedad sustentable. Si la amistad es “el primer comunismo”, entonces Todos nosotros puede leerse como la página del manifiesto destinada a no olvidar ese sentido primario de comunión, de hermandad, de camaradería. Además de ser el ideólogo del plan trosko que asegura poder “apagar la vida de un tipo que se llamó Ramón. Ramón Mercader” para torcer el destino de la clase obrera, Felipe “El Gordo” Caballero es el motivo por el que amigos desperdigados en el tiempo y en el espacio se entrecruzan. Y Mario, en el rol de mejor amigo del díscolo protagonista, será quien reúna sus relatos en su documental “Proyecto Coyoacán”.

La segunda batalla que libra el autor es dentro del terreno de la literatura. Es ahí donde completa la maniobra para hacer un doble juego y donde la máquina de ficción redefine lo que entendemos por imposible. ¿No son acaso los viajes en el tiempo los que nos roban una gran porción del pensamiento a nuestras cabezas inquietas, agotadas, insatisfechas? ¿No vivimos acaso, y de manera casi constante, desplazados del presente, preguntándonos por lo que pudo haber sido o lo que podrá ser si? Es Felipe ―el segundo personaje omnipresente en la novela junto a Trotsky― quien decía: “está muy sobrevalorada la realidad, Mario, igual que la Historia. No es trosko eso. La revolución es romper los límites de lo posible, ¿cómo nos vamos a dejar aplastar por algo tan banal como el tiempo?”. En ese sentido, Todos nosotros no se rinde y no se ciñe a ninguna regla porque está dispuesta a “poner todo en estado de pregunta”, a valerse de la duda como herramienta revolucionaria. La novela convierte al lector en uno más del círculo afectivo de Felipe, uno más que elige creer, en nombre de un pasado compartido, en un bien común. Por más delirante que parezca, El Gordo promete que el plan será posible gracias a su Máquina. Cada voz dentro de la novela se presenta como un elemento conformante para evocar en la memoria al dueño de la “epifanía troska” desde esa muerte de Ritalin, Adderall, Finedal, Methedrine y Obeclox que lo alcanzó confiado. “La muerte nos encuentra convencidos de la victoria”, dice un Felipe que se percibe a sí mismo como muchos y por eso se designa en plural y que, paradójicamente, muere de la peor pandemia del capitalismo: consumido en y por su propio consumo.

El autor salva del cliché la operación de la regresión al pasado porque evita en todo momento que la historia pierda el rumbo en la neurosis contrafáctica. Con la pericia de un domador, contiene los hechos dentro del ámbito de la ficción con un propósito firme: el de no reescribir más allá del resultado del encuentro entre el sicario stanilista y Mario, ya en la piel de un tal Miguel Di Liborio. Ferrari distingue, de manera responsable, con ojo político, el potencial de un evento del peso insoportable de la historia. Y subraya, a través de la romería de personajes que arman la novela como un rompecabezas, que todos somos fundamentales, todos nosotros, cuando lo que nos proponemos bordea la utopía. No importa si el de al lado se droga hasta las muelas, si es un escritor sin obra que padece de disfunciones eréctiles, si nació en cuna burguesa. No importa si es un dealer, un borracho, un delegado gremial o si busca en el periodismo esa nota perfecta que marcará un antes y un después en el miserable mundito cultural. Distinto a lo masivo, en lo colectivo hay tanta fe como en un salto al vacío. Hay dolores singulares que al ser compartidos se presumen capaces de lograr lo imposible.

Los escenarios que Kike Ferrari elige para insertar su historia corresponden a los bajos fondos porteños ―asunto que, no casualmente, se empata con los mundos habituales del escritor brasilero Rubem Fonseca, mencionado en la novela― en los cuales “la revolución social, la literatura gótica y la mala leche” se mezclan para dar espesura. Una sala de ensayo, un departamento roñoso en Almagro, un local de la Juventud del MAS, el barcito de la esquina de Virrey Ceballos y Estados Unidos. Asambleas, huelgas, proyectos truncos. Motorhead, AC DC, Iron Maiden, Judas Priest, Black Sabbath. El universo estético de Todos nosotros no solo describe imágenes o sonidos sino también el recuerdo de una época combativa de “la hermandad proletaria del metal”. La novela padece por momentos de un “jet lag espacio temporal”; merodea los rincones de la memoria con algo de nostalgia y revisa constantemente, a través de lo testimonial, las heridas de lo que alguna vez fuimos y los trapos de lo que somos. “¿Cómo viajan los recuerdos hacia atrás?”, pregunta Kike Ferrari, quizás a sí mismo, quizás al lector.

Entonces la historia acelera, entre tensiones, para aterrizar en agosto de 1940, en Coyoacán. Lo que ocurrirá ahí, lo que ocurrirá entonces, toma la forma de duelo, en al menos dos sentidos. El duelo a muerte que pretende salvarle la vida a Trostky es el mismo que puede darle al duelo por la muerte de Felipe Caballero el color de la honra. Todos nosotros duela porque sabe que “lo único real es la muerte”. Kike Ferrari encuentra el punto final de su novela en el momento exacto donde comienza a girar la rueda neurótica del lector porque rinde honor a las palabras delirantes (aunque acertadas) de Felipe: “no podemos pensar en que un solo golpe vaya a mover el amperímetro de la historia”. Los infinitos mundos imaginarios del ¿qué hubiera pasado si…? quedan cuando ya no quedan páginas por leer. Las penas del contrafáctico son de nosotros, de todos nosotros. Las vaquitas, de momento, siguen siendo ajenas.