Compartimos una nota del Lic. en Psicología Juan Duarte originalmente publicada en Ideas de Izquierda
Jueves 18 de mayo de 2017
Saving normal. An insider’s look at the epidemic of Mental Illness (2013) es el título original del libro del psiquiatra norteamericano Allen Frances que se acabó de publicar en castellano. Con abundantes datos, se centra en un alegato crítico sobre la mercantilización de la psiquiatría, la medicalización creciente de las conductas, y su utilización como modo de generar ganancias para los capitales aplicados al negocio de la salud mental.
Es sintomático que se trate de una mirada desde adentro mismo del sistema psiquiátrico: Allen fue parte del equipo que redactó el DSM III (1980; siglas en inglés de Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), ocupó importantes cargos en el sistema universitario en las prestigiosas (y poderosas) universidades de Cornell y Duke, y finalmente estuvo a cargo del equipo que redactó el DSM IV (además de provenir del ámbito del psicoanálisis norteamericano).
Se podría decir que se trata de una conciencia arrepentida de “los excesos [de la psiquiatría], parte mea culpa, parte j’accuse, parte cri-du-coeur.” Por lo que es sumamente significativo y admite varias lecturas.
El autor apunta a “’salvar a las personas normales’ y ‘a la psiquiatría’”, ya que “los intereses comerciales se han adueñado de la industria médica”, creando “un frenético festín de diagnósticos, pruebas y tratamientos”, lo que él llama “inflación diagnóstica”.
Los datos son apabullantes: uno de cada 5 adultos en EE. UU. consume al menos un fármaco psiquiátrico; 11 % de los adultos y 21 % de las mujeres tomó antidepresivos en 2010; casi el 4 % de los niños toma algún estimulante; el 25 % de los internos geriátricos han tomado antipsicóticos; el 6 % de la población norteamericana es adicto a psicofármacos, y éstos causan más consultas y muertes que las drogas ilegales.
También lo es la magnitud del negocio: 18.000 millones de dólares de ganancias generaron los antipsicóticos en 2001 (6 % de las ventas totales de medicamentos), 11.000 millones los antidepresivos, y casi 8.000 los psicofármacos para tratar el TDAH (Trastorno por déficit atencional). El consumo de antidepresivos se cuadruplicó entre 1988 y 2008.
El libro está divido en tres secciones. En la primera, Allen defiende el concepto de “normalidad”, que “está perdiendo todo sentido; basta con fijarse lo suficiente para que todo el mundo esté más o menos enfermo”, apoyado en una concepción “pragmática utilitarista”: dado que no hay criterios científicos para diagnosticar los trastornos mentales –explica–, es necesario poner los límites estadísticos donde convenga en términos adaptativos.
Desde allí critica la mercantilización que expande los límites de los diagnósticos para “vender enfermedades psiquiátricas” y píldoras, generando lo que denomina “falsas epidemias“. Si bien se centra en EE. UU., creemos que el fenómeno es mundial, determinado por la globalización de las relaciones capitalistas.
Allen destaca la “inflación diagnóstica” motorizada por “el marketing de la industria farmacéutica”, siendo las “epidemias” de autismo, trastorno bipolar adulto y trastorno de déficit de atención los más flagrantes. Asimismo, ilustra bien los mecanismos de ese marketing: expandir el mercado de fármacos ya utilizados hacia nuevas poblaciones, como los niños (los “clientes perfectos”: 40 veces aumentó el diagnóstico de Trastorno bipolar infantil en los últimos 15 años) y los ancianos (antipsicóticos por ej.), entre otros.
Los gastos en investigación son ínfimos respecto a los de publicidad, y las ganancias son tan monstruosas que las multas que se pagan constantemente son irrisorias 3.000 millones de dólares pagó Glaxo en 2012). Incluso el modo en que placebos generan ganancias millonarias son descriptos.
La utilización de publicidad directa es señalada como clave en la creación de esas “epidemias”, así como el rol nefasto de los médicos de atención primaria recetando psicofármacos (el 80 % de antidepresivos y el 90 % de ansiolíticos). Incluso debe resaltar los lazos de la industria farmacéutica con los creadores del DSM (Allen mismo reconoce que el 56 % de su propio equipo estaba ligado a esos capitales).
El modo en que operan los laboratorios respecto a los psiquiatras (viajes, congresos, dinero, prestigio, y “formación”) también es tratado. El papel de las neurociencias apoyando falazmente nuevas enfermedades con el papel de la “química cerebral” y los escaneos correlacionados es señalado también con insistencia respecto al actual DSM (V).
La sección II aborda las “modas psiquiátricas” y recorre los errores cometidos por el DSM IV (el Trastorno bipolar infantil, por ejemplo, ligado al uso de antipsicóticos en niños de 2 a tres años; o el de “síndrome de Asperger”, que tan bien retratan los guionistas de la serie The Big Bang Theory en Sheldon Cooper).
También los que plantea hoy el DSM V (“trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo”, que podría medicalizar a cualquier niño) y los riesgos futuros de diagnósticos descartados pero que plantean posibilidades concretas a futuro “hipersexualidad”, “trastorno mixto ansioso-depresivo”). Resulta ilustrador el análisis la presión de instituciones judiciales estatales para darle un fin abiertamente punitivo y represivo a la disciplina (violadores).
En la tercera sección se destaca el desarrollo de una serie de propuestas para “domar la bestia de la inflación diagnóstica y salvar al mundo de la devastadora epidemia de enfermedades psiquiátricas”. Aparece aquí la contracara de su visión naturalizadora del orden social (capitalista) esbozada previamente: la ilusión de que se trata de una cuestión de voluntad política y regulaciones legales.
La brecha entre el problema y la “solución” es abismal: Allen se compara –no sin algo de razón– a sí mismo criticando al complejo industrial-médico con Eisenhower respecto al cinismo importante respecto a sus propuestas.
Como críticas podemos señalar la insistencia en la defensa disciplinar de la psiquiatría, lo cual tiende a naturalizar su rol biopolítico y de los manuales estadísticos en la administración de la “normalidad”. Otro punto débil lo constituye el biologicismo de su concepción de las conductas, que serían datos naturales determinados evolutivamente al modo propuesto por Richard Dawkins: el ADN como sujeto del cambio (la cultura sólo tiene un rol superficial).
En esta línea, Allen apoya una concepción utilitarista y pragmática adaptativa de la “normalidad” (la “campana de Gauss” explicaría cualquier fenómeno mental) y de la psiquiatría. Finalmente, brilla por su ausencia la falta de un punto de vista histórico, para nosotros la piedra angular, que implicaría la crítica de conjunto al capitalismo y el rol del Estado y sus instituciones en la modulación de la subjetividad.
Solo partiendo de aquella será posible –y necesario– desnudar los intereses históricos que se juegan en las disciplinas de salud mental, y, fundamentalmente, plantear una perspectiva que vaya más allá de la denuncia testimonial.
Artículo originalmente publicado en la revista Ideas de Izquierda Nº 16
Juan Duarte
Psicólogo y docente universitario en la UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Editó y prologó Genes, células y cerebros (Hilary y Steven Rose), La biología en cuestión (Richard Lewontin y Richard Levins), La ecología de Marx (John Bellamy Foster), El significado histórico de la crisis de la psicología y Lecciones de paidología (Lev Vigotski), La naturaleza contra el capital (Kohei Saito) y León Trotsky y el arte de la insurrección (1905-1917), de Harold Nelson (2017), en Ediciones IPS.