El día 22 de abril se firmó un nuevo acuerdo en el marco de cooperación entre Argentina y Rusia en materia de energía nuclear, un área estratégica en la arena geopolítica donde se mezclan las necesidades energéticas de países atrasados con las imposiciones de los países que son potencias nucleares. En esta nota realizamos un análisis del mismo.
Martes 5 de mayo de 2015
El día 22 de abril se firmó un nuevo acuerdo en el marco de cooperación entre Argentina y Rusia, entre otras áreas de negociación se hicieron distintos acuerdos en materia de energía nuclear, un área estratégica en la arena geopolítica donde se mezclan las necesidades de desarrollo para el autoabastecimiento energético de países atrasados como Argentina, con las imposiciones de los países que son potencias nucleares. A pesar de que el mayor desarrollo técnico y de volúmenes de producción se encuentra en manos de países imperialistas como Estados Unidos y Francia (para citar los ejemplos de mayor desarrollo), ciertas naciones dependientes pero con juego propio como Rusia que heredaron de la vieja economía nacionalizada una gran capacidad técnica e infraestructura en materia nuclear de producción de energía, los convierten en potencias en el área nuclear. Incluso China se convirtió en uno de los países que más reactores ha desarrollado en los últimos años (en la actualidad tiene 26 reactores en construcción) dado que el constante y febril desarrollo de su economía basada en la exportación y superexplotación obrera obligaba a desarrollar nuevas y diversificadas formas de producción de energía eléctrica para sostener a “la fabrica del mundo” como se le dio a llamar a la economía China en ascenso.
En una sociedad de consumo intensivo de energía, se debería apuntar a una matriz de generación equilibrada que explote al máximo las ventajas de cada región, al mismo tiempo que intenta minimizar el impacto ecológico pero aún las tecnologías "limpias/alternativas/etc." no están lo suficientemente desarrolladas como para poder ser una alternativa inmediata al establecimiento de centrales convencionales. Difícilmente en un futuro podamos prescindir completamente de ellas. Entre las tecnologías convencionales, la nuclear es la más eficiente y genera menor impacto ambiental.
El sueño de la “autonomía o soberanía energética” fue históricamente una bandera de distintos investigadores, científicos y técnicos del área nuclear en Argentina. Las dificultades para el desarrollo de una tecnología de punta como ésta en Argentina son grandes y variadas, entre ellas la sumisión al imperialismo yanqui de los gobiernos nacionales que han abortado o suspendido proyectos de desarrollo y la falta de insumos nacionales que en algunos casos requiere del desarrollo de líneas industriales completas. A pesar de esto, Argentina ha logrado desarrollar parcialmente lo que se llama El Ciclo de Combustible Nuclear, en base a la construcción de reactores productores de energía eléctrica (llamados “de potencia”), que trabajan con combustibles en base a uranio natural o levemente enriquecido y agua pesada, que es el caso de Atucha I y II y la central Embalse, las cuales aportan alrededor del 10% de la energía eléctrica del parque energético del país.
De la mano de los altos costos del petróleo en los tempranos años del siglo XXI y en el marco del ciclo económico de crecimiento mundial, el gobierno de Néstor Kirchner dio vía libre a la reactivación de los proyectos suspendidos durante el mentado “Plan Nuclear”. Pero los años del neoliberalismo no habían pasado en vano y también dejaron su marca en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), institución que controlaba todo el sector y fue descuartizada y semi-privatizada mediante retiros voluntarios y cierres de líneas enteras de trabajo y desarrollo científico, que a duras penas se reactivaron en base a una brutal precarización laboral y sin romper con la dependencia del desarrollo tecnológico de las potencias. De ella surgen empresas como NA-SA, Dioxitec, etc., que hoy manejan parte importante del sector nuclear y, si bien son del Estado, dejan abierta la puerta a su privatización.
Nuevos caminos de la dependencia
El desarrollo nuclear puede ser una solución parcial a la actual crisis energética argentina, pero, en un mundo capitalista, éste se mezcla inevitablemente con las condiciones que imponen las potencias hegemónicas. El ejemplo más claro es el caso iraní. Estados Unidos condicionó durante mucho tiempo el desarrollo nuclear en base a sus necesidades geopolíticas en el Medio Oriente, por temor al surgimiento de una nueva potencia regional que no pueda controlar. Pero las necesidades cambian y hoy parece haber un principio de acuerdo para que Irán continúe con el desarrollo de su plan nuclear de forma restringida y controlada.
En Argentina también existieron y existen los condicionamientos del imperialismo para el desarrollo de la autonomía energética. Lo que entra en discusión ahora, es si los acuerdos con potencias nucleares como Rusia o China, en los cuales la letra chica es desconocida como fue el caso de Chevron, son la vía para romper la dependencia o se transforma en un cambio de dependencia. En el caso del acuerdo firmado con China, el gobierno nos advierte que entre el 70 y el 80% de la financiación económica de la cuarta central nuclear sería para productos elaborados en el país. Pero nada dice de quien controla la transferencia de tecnología, quien califica a los proveedores, o qué rol va a cumplir la CNEA, la institución con más tradición en el área. Del acuerdo con Rusia conocemos aún menos; la página Web de CNEA ratifica los acuerdos firmados y la provisión de uranio metálico para la realización de proyectos nacionales y de exportación, y la cooperación en el desarrollo de los elementos combustibles para la nueva central de potencia que sería en base a uranio enriquecido y agua liviana (PWR). Esto confirma, de mínima, que la nueva tecnología que adquirirá Argentina en la quinta y sexta central, china y rusa respectivamente, marcará una nueva dependencia en cuanto a la provisión de material metálico (uranio enriquecido) para la producción de combustibles. El resto de las centrales nucleares argentinas utiliza otra tecnología, en base a uranio natural y agua pesada (PHWR). Incluso la primer central nuclear de origen chino (la futura Atucha III) manejará la misma tecnología; ¿por qué entonces ahora se opta por un desarrollo que nos es virtualmente desconocido? La respuesta inmediata es que, a groso modo, los PWR producen el doble de energía que los PHWR. La contraparte es que Argentina no tiene cerrado el ciclo de combustible que utiliza uranio enriquecido, lo que nos haría dependientes del uranio metálico ruso. Esto en el caso en que el combustible se produzca aquí; ya nada garantiza hoy que la provisión de elementos combustibles no sea parte del acuerdo. Es verdad que Argentina tiene autorización para enriquecer uranio a niveles bajos, pero lo que existe hoy son proyectos en desarrollo y sin alcance de producción industrial, lo que hace que en lo inmediato la dependencia de Rusia sea un hecho. Por otro lado, quedan en el aire proyectos aún sin acabar como el CAREM, que es un reactor de potencia íntegramente fabricado en Argentina, y que perdería sentido con la competencia de estas dos nuevas centrales de potencia en base a una tecnología distinta.
Hasta aquí sólo hemos hablado de la producción de energía, pero los últimos acuerdos incluyen a los llamados “reactores de investigación”, que son los que se usan para la producción de radioisótopos usados en la medicina nuclear. Hoy en día, la producción de combustibles para estos reactores y los radioisótopos que se obtienen, están en parte en manos del Estado a través de la CNEA, que incluso produce tecnología para la exportación, pero su distribución en Argentina la realiza Tecnonuclear, una empresa privada que se queda con las ganancias generadas por años de investigación estatal y deja a gran parte del pueblo trabajador y pobre sin acceso a estos tratamientos médicos de alta complejidad. No hay razón para pensar que esta situación se vaya a revertir a través del “trabajo conjunto” con Rusia.
El gobierno kirchnerista tiene un discurso para la tribuna, donde cacarea con el imperialismo yanqui y trata de negociar condiciones buscando acuerdos con otros países de menor escala como China y Rusia, también en el área nuclear. Pero estos acuerdos, hasta el día de la fecha dejan más dudas que certezas ya que marcan una nueva dependencia de ramas estratégicas de la economía, como lo es la provisión de energía.
Es necesario que la organización de los científicos, técnicos y empleados del sector nuclear sea puesta en función de cuestionar estos acuerdos que generan una nueva dependencia tecnológica y así desenmascarar el discurso kirchnerista. A su vez está planteado pelear por un sistema energético y científico nuclear que ponga todo el desarrollo y conocimiento logrado al servicio de las necesidades de los trabajadores y el pueblo pobre gestionando, de manera común con organizaciones obreras y ambientales independientes, un establecimiento armónico entre el desarrollo de la tecnología nuclear y el medio ambiente, aún sabiendo que problemas de la ecología no se pueden solucionar en un sistema que consume recursos en la producción de mercancías para la generación de ganancias y no para la satisfacción de las necesidades de la gente. Sólo con una economía planificada se podrá terminar con el gran desperdicio de recursos que genera la lógica del mercado.