El 9 de octubre de 1967 el Che Guevara es ejecutado sin juicio previo en una escuela rural en el pueblo de La Higuera, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
Martes 10 de octubre de 2017
Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra.
Walter Benjamin, Tesis sobre filosofía de la historia
El 9 de octubre de 1967 el Che Guevara es ejecutado sin juicio previo en una escuela rural en el pueblo de La Higuera, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Se lo ametralla en las piernas, el brazo y el tórax para simular una muerte en campo de batalla. Después de muerto, es llevado al hospital de Vallegrande y exhibido en un lavadero. Luego, le cortan las manos a la altura de las muñecas y arrojan el cuerpo a una fosa común.
1. En términos filosófico-políticos, el doloroso encadenamiento de hechos que acabo de narrar, puede leerse como la descripción física o anatómica de un proceso político: el de la deconstrucción del «hombre nuevo». Y es que la muerte del Che es algo menos abstracto que una muerte: solo en términos técnico-jurídicos, se trata de una ejecución extrajudicial. Es decir, una muerte pública, a manos del poder público, que se da por fuera del estado de derecho. ¿A quién se da muerte así, en el modo de la ejecución? Se ejecuta al vencido que no se puede juzgar, que no se es capaz de juzgar. No se lo puede juzgar, en el sentido de que la violencia revolucionaria, como decía Benjamin, lo que busca, justamente, es destruir el estado de derecho establecido para abrir una nueva época histórica, para construir una nueva sociedad. Lo que, como observaba Giorgio Agamben, supone abandonar conscientemente las leyes de la sociedad para conformar un bando político. Juzgado por sus vencedores y por el orden sociopolítico que rechaza, el juicio no puede, pues, en el fondo, sino ser un simulacro. Y sin embargo, es un juicio jurídicamente practicable. Pero que no tiene lugar. Y no tiene lugar porque al Che no se lo juzga, se lo ejecuta; no porque no se lo pueda juzgar, sino porque se quiere dar muerte en él al «hombre nuevo», es decir, a un proyecto ideológico-político. Volvamos, pues, a desenterrar este proyecto, a exhumar la palabra política de quienes lo sostuvieron.
2. Puede decirse también que la muerte del Che constituye, en los términos de Sartre, una “muerte horrorizada”: una muerte que el vencedor no puede cerrar, una muerte que queda abierta, como una nada inasimilable, afásica, un “agujero en la historia”. Y si la historiografía oficial no puede asimilar al mártir como un elemento más en el conjunto de su representación hegemónica del tiempo, es en tanto su muerte se ha convertido en un valor-sujeto o, también, en términos benjaminianos, en una historialización interrumpida en un “tiempo-ahora” (Jetztzeit), es decir, este 9 de octubre como símbolo que representa una posibilidad histórica no realizada y, sin embargo, posible aún, un umbral al que se ha llegado pero que no se ha podido cruzar. De lo que se trata entonces es de establecer una cita revolucionaria en la discontinuidad histórica: antiguamente, símbolo aquello que permitía un reconocimiento entre dos personas a través del tiempo, que hacía presente una relación. Y es que los calendarios, en tanto representan el tiempo como tiempo-contenido y no como tiempo-forma, posibilitan la experiencia subjetiva de un tiempo jalonado de memoria y angustia, un tiempo astillado, en el que se han cristalizado las miradas fijas de las víctimas de la historia y que ya no se pertenecen más, sino que ya sólo nos pertenecen a nosotros. Lo que no quiere decir, por otro lado, que no haya un calendarización del tiempo por el poder político, en tanto que no sólo los vencidos rememoran, sino que también y sobre todo lo hacen los vencedores, en el modo de la conmemoración: los vencedores se han apoderado del tiempo y, al hacerlo, de la conciencia histórica. Con lo que se trata pues, de hacer saltar la armazón temporal del poder, de darnos nuestra propia agenda para una contrahistoria, ya inscribiendo en ella fechas como el 9 de octubre, ya invirtiendo el sentido de fechas-hito existentes (como el 12 de octubre, por ejemplo).
3. Otra cuestión de la que quisiera hablar en torno al 9 de octubre, es la idea de fracaso. El Che fracasó en Bolivia, se dice, más aún: fue a fracasar. Y, entonces, el fracaso deviene absoluto: es todo lo que es, jamás pudo haber sido otra cosa, sino el devenir de lo que ya era. Pero esta lógica es circular y regresiva: se toman las cosas por el final y, luego, se pretende descubrir ese final en el comienzo. Y en tanto que los hechos están ya dados y no pueden introducirse variaciones históricas, es forzosamente lógico que no sea posible otro resultado, con lo que lo irrepetible y lo irreversible del acontecimiento histórico se instituye como fatalidad en una estructura falseada de razonamiento. Y una vez fatalizado (el Che tenía que fracasar porque estaba equivocado), un fracaso histórico particular se extiende al pensamiento político del Che Guevara en su conjunto. Pero he aquí el presupuesto iluminista de esta teorización: se confunde el fracaso con el error. Que el que es vencido no tiene razón, que la razón es del que vence. Pero es que, ¿no “se puede ser vencido y tener razón”, como decía Sartre? Y es que en una lucha no se fracasa necesariamente por falta de razón: se fracasa, sobretodo, por falta de fuerza. Y hoy, quizás más que nunca, en medio de la tiranía de lo real, haga falta volver a preguntarse si el Che no tenía razón aun habiendo fracasado, si tenemos que dar a lo existente el estatuto ontológico de lo verdadero, de lo inexorable.