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Red Internacional
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Cultura y experiencia. Tres ensayos del 2022 sobre lo frágil que es la memoria del mundo

Un réquiem para el teléfono, un manifiesto para el cine documental y una película sobre la conservación de las plantas y el cine. Este año se han publicado tres obras de ensayo que, si bien son muy distintas entre sí, comparten un mismo espíritu: la preocupación por el deterioro permanente del mundo y la necesidad de intentar preservarlo. Hablamos de ¿Hola?, de Martín Kohan, Una cierta tendencia del cine documental, de Jean-Louis Comolli y Herbaria, de Leandro Listorti.

Viernes 30 de diciembre de 2022 13:00

Y, sin embargo, el teléfono
«Quisiera saber tu nombre / tu lugar, tu dirección / y si te han puesto teléfono / también tu numeración…»

La famosa canción de Sui Generis permite intuir que el reinado del teléfono en la vida cotidiana de nuestro país no se extiende mucho más que dos o tres décadas. Sin embargo, en ese corto período supo instalarse como la forma predilecta de comunicarse. En pocos años el teléfono ya podía encontrarse en las mesitas de luz, en los livings, en la vía pública, en locutorios, en farmacias, en galerías, en el baño; los teléfonos lograron introducirse al interior de las casas, en lo más íntimo de la vida de las personas. A diferencia de las cartas o el telégrafo, el teléfono ofrecía la posibilidad de comunicarse en tiempo presente, sin esperas ni respuestas diferidas. Es decir, permitía la conversación, específicamente un nuevo tipo de conversación: la conversación telefónica, sin que sea necesaria la presencia corpórea en un mismo espacio. ¿Cómo es posible que algo tan útil, tan cotidiano, sea descartado de manera tan veloz, tan acrítica?

Más allá del olvido
La melancolía está subvalorada como sentimiento. En arte, en general si se habla de una obra como ‘melancólica’, suele ser de manera negativa; por el contrario, se incita siempre a escapar de la nostalgia y explorar lo nuevo, lo original, lo contemporáneo, más acorde al espíritu de época en el que vivimos –la era del descarte, del pasado inexistente, de la novedad, de lo inmaterial–. Se confunde la interpelación al pasado con una añoranza permanente de lo pasado, y por lo tanto una imposibilidad de vivir en el presente. Sin embargo, hay sujetos que han podido esquivar estas dos alas y ubicarse, no en el medio sino a un costado; aportando una visión del mundo «con la mirada fija en su tiempo, para percibir no sus luces sino sus sombras», como diría Agamben. Es el caso de Walter Benjamin, a quien, según la investigadora alemana Miriam Bratu Hansen:

«la realidad le exige posicionarse al mismo tiempo en el propio presente y contra él, asir su ‘núcleo temporal’ en términos distintos de aquellos con los que ese tiempo histórico se piensa a sí mismo (como diría Krakauer), y sobre todo en diametral oposición a cualquier aspecto que se dé por sentado en nombre del ‘progreso’».

Con los pies en el presente pero la mirada hacia atrás, ese podríamos decir que es el enfoque del libro de Martín Kohan. En este caso, ese “cualquier aspecto” del que habla Bratu Hansen, hoy podemos verlo en el caso del celular. –Le seguimos llamando teléfono a un aparato multifuncional, pero lo usamos como linterna, reloj, grabadora, telégrafo, máquina de fotos, radio; no lo usamos como teléfono–, dice Martín Kohan. Se dio por sentado que la nueva tecnología era la continuadora natural de aquel aparato inmóvil, pero en realidad debería hablarse de reemplazo de una tecnología por otra, muy distinta y con otras implicaciones en términos políticos y sociales. Con reminiscencias benjaminianas, Kohan busca rescatar, preservar y analizar esa experiencia que surgía sólo a través del teléfono; ese “poder hablar con otro aunque el otro no esté ahí”.

Fantasmagorías
En sus orígenes, muchos inventos audaces suscitaron reacciones negativas de la sociedad. Para reflejarlo, Kohan utiliza un fragmento de En busca del tiempo perdido de Proust, en el que el protagonista se asusta al escuchar la voz de su abuela por el teléfono, cómo si de alguna manera lo llamara desde un “más allá”. La voz sin cuerpo parecía provenir de otro mundo, le resultaba fantasmagórica. Similares experiencias se pueden encontrar con otros inventos de la época, como el cinematógrafo. En el libro Una juguetería filosófica, David Oubiña recuerda lo que escribe Máximo Gorki luego de asistir a una de las primeras proyecciones del cinematógrafo de los hermanos Lumière:

«La noche pasada estuve en el Reino de las sombras. Si supiesen lo extraño que es sentirse en él. Un mundo sin sonido, sin color. Todas las cosas –la tierra, los árboles, la gente, el agua y el aire– están imbuidas allí de un cielo gris, grises ojos en medio de rostros grises y, en los árboles, hojas de un gris ceniza. No es la vida sino su sombra, no es el movimiento sino su espectro silencioso […]. Esta vida, gris y muda, acaba por trastornarte y deprimirte. Parece que transmite una advertencia, cargada de vago pero siniestro sentido, ante la cual tu corazón se estremece. Te olvidas de dónde estás. Extrañas imaginaciones invaden la mente y la conciencia empieza a debilitarse y obnubilarse…»

El miedo, para Gorki, había cambiado. Ya no se debía a los monstruos y figuras deformadas que formaban parte del entretenimiento de la época, ya no se debía a los excesos de la ciencia (Frankenstein), sino a sus logros, a su desarrollo, a la familiaridad, la cercanía de eso que se proyectaba con la vida real, pero que a su vez era una familiaridad extrañada, como la voz de la abuela en Proust. «La notable capacidad analógica del invento de los Lumière» –dice Oubiña– «no hace más que resaltar la distancia entre ese mundo y el nuestro: es su reconocible familiaridad lo que lo vuelve extraño».

Si el teléfono acercaba lo lejano, el cine logró lo opuesto. Alejar lo que parece cercano.

Una cierta tendencia
Es interesante esta comparación con el cine porque comparte los interrogantes acerca de la continuidad, de la resistencia al paso del tiempo, de la insistencia en permanecer. Así como ¿Hola? aborda la desaparición de la conversación telefónica, otros autores han abordado el desplazamiento del cuerpo, o su virtualización.

Escrito en parte durante la pandemia, el último libro de Jean-Louis Comolli Una cierta tendencia del cine documental, se interroga sobre el desvanecimiento del cuerpo en el cine contemporáneo. «Filmar a alguien que habla es una especie de milagro», –dice Comolli– «sin duda eso quedó reducido a nada, a intercambios sin valor. Hubo una devaluación muy violenta del lugar del cuerpo, y también del cuerpo parlante».

Según Comolli, la virtualización del cuerpo es un paso más en la virtualización del mundo a la que nos lleva el capitalismo actual. La experiencia cotidiana con el afuera necesita, cada vez más, la intermediación de las pantallas, y por lo tanto de la conectividad permanente. Al mismo tiempo, es cada vez menos esencial la interacción con objetos. Desde cajeros automáticos a entradas de recitales, la escritura, las consultas médicas, no hay experiencia que no se haya visto modificada por lo virtual. Es una crisis para el cine porque necesita del cuerpo, de las miradas, de los movimientos y, por supuesto, de las palabras. Necesita de la interacción de los cuerpos en los espacios y con las máquinas, de la puesta en escena. Al mismo tiempo, esta fobia al cuerpo que plantea Comolli no ha generado un contrapeso en una vuelta a la conversación telefónica, por ejemplo, lo cual nos genera el escalofrío de imaginar un futuro en el que se pierde tanto el cuerpo como la palabra.

Por suerte, estamos hablando de tendencias y no de hechos consumados. Pero ya no alcanza con transformar el mundo, nos dice Comolli parafraseando a Marx. También, o antes que nada, es necesario preservarlo de la destrucción. La tarea que le asigna al cine documental es audaz: tiene que salvar de la desaparición a un mundo que desaparece.

Herbaria
Algo de eso hay en la película Herbaria, de Leandro Listorti, estrenada ahora en diciembre. Un ensayo audiovisual que aborda el deterioro y la conservación, en este caso de las plantas, especialmente las que están en peligro de extinción. La situación es similar a la del cine mudo, del que en nuestro país ha desaparecido casi el 90%.

Como trabajador del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, Listorti se ocupa de la preservación y el rescate de una gran parte de lo que hoy es el archivo de cine mudo. Un trabajo imprescindible y arriesgado, especialmente con las enormes dificultades que implica la preservación del fílmico en Argentina. Acá, la transmisión generacional resulta indispensable, como también el trabajo manual, artesanal. En cada fotograma salvado viven fragmentos de un mundo pasado. En esta tarea, hay algo de recuperar el aura, de reconstruir la memoria. Nunca se sabe qué fotograma podría cambiar la forma en la que entendemos la historia.

«La importancia de quién decide, de quién decide qué preservar (y qué descartar) y por qué».

La conexión con la naturaleza resulta realmente hermosa, y nos permite prestar atención a la cantidad de descartes invisibles en todas las áreas de la vida. La destrucción de la naturaleza y posible extinción de la raza humana como destino posible, es cada vez menos un tema de la ciencia ficción: ya lo es en el documental. Sin embargo, también es posible ver que hay una lucha compartida, una preocupación cada vez mayor. Muchos trabajadores –tal vez algunos sin saberlo– aportan sus vidas al trabajo de la preservación, sabiendo a su vez que la mejor forma de mantener vivos, no solo un objeto o un ser vivo sino también la experiencia, es mantener las condiciones climáticas, el saber acerca de esa tecnología (los reparadores de aparatos viejos), los espacios –las tierras protegidas, los ecosistemas, los cines, los laboratorios, una cinemateca–. Para una vez recuperados los materiales, poder dar vida a nuevas obras y volver a ser vistos, como en este caso.

Cultura y experiencia
En esta nota hablamos de experiencia en términos de lo que plantea Miriam Bratu Hansen, en relación a Benjamin:

«…el término Erfahrung alude no solo a la organización de la percepción sensible, sino de manera crucial a la memoria (individual y colectiva, consciente e inconsciente), a la imaginación y a la transmisión generacional

La palabra en alemán Erfahrung, explica Hansen, viene de la palabra fahren (viajar) y Gefahr (peligro). En español, la palabra experiencia esconde en sí la palabra latina periri, (perecer). La experiencia es cambiante, es tránsito, es lugar de lo inesperado, de lo colectivo o de la memoria colectiva. Pero también es posibilidad de peligro, deterioro o extinción. Dentro de ella, las dos alas conviven en contradicción.

Preservar la belleza del mundo como forma de convencer en la importancia de defenderlo. Conservar no lo oficial, lo hegemónico; sino conservar lo olvidado, lo roto, lo desechado. Ese es el espíritu que recorre estos ensayos.