La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos representa un grave peligro para la comunidad hispanoparlante del país. A 15 días de su mandato ya se vislumbra una reconfiguración de la política lingüística en el país.
Sábado 4 de febrero de 2017
En Estados Unidos viven más de 54 millones de latinos, nada más y nada menos que aproximadamente el 17% de la población total. De ellos, al menos 40 millones hablan español de forma nativa y el resto son bilingües, siendo así la comunidad hispanoparlante más importante después de México. Hoy por hoy se habla más español en suelo estadounidense que en España.
¿Qué puede significar para la comunidad hispanoparlante -aunado a todas las medidas xenófobas y racistas que ya se vienen implementando en materia de migración- la llegada de Donald Trump al poder?
Según algunos analistas mucho. Recién tomó posesión de los asuntos públicos la versión en español de la página web de la Casa Blanca fue dada de baja. Eso no es de extrañar si consideramos que excluyó de su gabinete, el cual cuenta con famosos magnates y supremacistas blancos –como Rex Tillerson, director de Exxon Mobile durante 41 años-, cualquier participación hispana. En un debate durante el 2015 exclamaba sin mayor reparo: “Tenemos un país donde, si te quieres integrar, tienes que hablar inglés. Necesitamos que haya integración para tener un país. No soy el primero en decir esto. Este es un país donde hablamos inglés, no español”.
Toda política conlleva un lenguaje, todo lenguaje es político. El lenguaje dista mucho de ser sólo un medio para la comunicación: produce y ordena la realidad. En un clásico análisis Gilles Deleuze y Félix Guattari señalaban cómo la inflación en Alemania de 1918 afecta al cuerpo monetario y hace posible una transformación semiótica: surgen los Rentenmark. Asimismo, Lenin daba una importancia extraordinaria al lenguaje -escribe en 1917 su texto “a propósito de las consignas”- y su relación con la realidad cambiante. Ahí señala que la consigna "Todo el poder a los soviets", era acertada sólo entre el 27 de febrero y el 4 de junio. Según Deleuze y Guattari, las consignas de tipo leninista hacen posible un cuerpo: el partido bolchevique.
El monolingüismo no sólo es imposible –la historia de las lenguas muestra que éstas no pueden cerrarse sobre sí mismas- sino políticamente comprometido. Aunque a primera vista todos estos mandatos resulten inoperantes y contradictorios, no hay que pensar que Trump y sus asesores son simplemente los defensores de una política enloquecida. Como garantes del imperialismo saben que lo político –bien lo señaló el jurista nazi Carl Schmitt- necesita de la distinción entre amigo y enemigo, entre nosotros y ellos, como criterio para delimitar la intensidad y la hostilidad en un campo de fuerzas.
La afirmación de lo idéntico mediante la exclusión de la diferencia, la cual debe constituirse como enemigo a combatir, no es más que una estrategia para asegurar la gobernabilidad mientras los mismos de siempre siguen llenándose los bolsillos a costa de las grandes mayorías en los Estados Unidos. En ese sentido, la tarea más urgente hoy es la solidaridad entre todos los explotados y oprimidos, sin importar la procedencia.
A las deportaciones, la xenofobia y el racismo hay que oponerles la unidad, no nacional, sino de los de abajo a ambos lados del muro. Eso implica también luchar contra toda enunciación que criminalice a los hablantes de otros idiomas. No hay internacionalismo consecuente sin la más amplia hospitalidad lingüística.