Trabajo asalariado femenino, precariedad y explotación. Fenómenos que crecen unidos bajo los patrones de la división sexual del trabajo. Contrapuntos sobre interpretaciones del marxismo y la opresión de género a propósito del libro De criada a empleada, de Ulla Wikander.
La obra De criada a empleada. Poder, sexo y división del trabajo (1789-1950), de Ulla Wikander, fue publicada en 1998, pero desde que fue editada por Siglo XXI para lengua española en 2016 –hoy se consigue ya en las librerías de Argentina–, se ha convertido en una de las obras de mayor referencia sobre la incorporación de la mujer al mundo laboral en Europa. Un tema que no abunda y en el cual confluyen “20 años de investigación sobre el trabajo asalariado de las mujeres y la división laboral según el sexo”, como explica la autora.
La hipótesis fundamental del libro parte de que si bien las mujeres han conquistado importantes derechos democráticos y políticos, donde más se mantienen las desigualdades es en el mercado laboral. A partir de aquí, Ulla Wikander estudia los cambios en las condiciones de trabajo asalariado femenino desde 1800 hasta la actualidad, centrándose en la transición del siglo XIX al XX en los países centrales de Europa, escandinavos, los Países Bajos y Suecia, debido al origen de la autora.
El libro explica la interrelación entre dos fenómenos: uno, la división sexual del trabajo que tuvo como consecuencia la subordinación femenina; dos, la intensificación de la emancipación e independencia económica de la mujer, aunque en permanente situación de desigualdad y discriminación en el mundo laboral.
La autora da cuenta de cómo las transformaciones económicas de un capitalismo en auge requerían de más mano de obra femenina poniendo en cuestión todo el aparato ideológico, la religión y la ciencia, que buscaban impedir que la mujer se convierta en asalariada. Pero a la vez, el trabajo asalariado femenino se fue acrecentando bajo los mismos patrones ideológicos de la división sexual y complementariedad de los sexos para justificar mayores desigualdades, discriminación y desjerarquización del trabajo de la mujer fuera del hogar.
El acertado diagnóstico de Wikander: un siglo XXI de mayor precariedad y explotación laboral para las mujeres
La autora deja abierto el interrogante sobre cómo influirá la crisis económica y el paro masivo de la década del noventa en el trabajo asalariado femenino hacia períodos siguientes. Un diagnóstico que predicaba lo que ocurriría en pleno siglo XXI, en el que el modelo laboral capitalista, confeccionado en la década en que se publica esta obra, llevaría a una rebaja exponencial de las condiciones laborales, a un modelo de precariedad laboral en el que las mujeres estarían sobrerrepresentadas. Y también a la llamada “crisis de los cuidados”: si históricamente las mujeres trabajadoras ya cuentan con las tareas del hogar o de reproducción como una “doble carga” al salir de su centro de trabajo, los recortes en servicios sociales han provocado que se extienda esa gran “fábrica de masas” invisible de trabajos dispersos en millones de hogares que, como hace siglos, continúa recayendo en las mujeres de forma gratuita.
Cobra mucha actualidad el modo en que analiza Wikander la discriminación o desigualdad de género, un análisis que no está atado a una cuestión exclusivamente cultural o abstraída del contexto histórico, político y social.
Destaca en su análisis una visión crítica sobre cómo intervienen los Estados europeos para proteger a la familia de la “amenaza al orden social” que implicaba que la mujer se convierta en asalariada; ya sea regularizando el marco laboral, obstaculizando su independencia económica e imponiendo políticas salariales estatales, además del derecho matrimonial, bajo el cual el hombre podía disponer de los ingresos de la mujer. ¿Acaso no son los gobiernos los que continúan legislando reformas laborales que arrastran a la mayor precariedad a las mujeres y al conjunto de la clase trabajadora?
Otra cuestión importante a destacar es su análisis transversal sobre las diferencias de clase entre mujeres casadas y solteras. Solo muy pocas las mujeres casadas, de clase media o alta, que accedían a estudios, trabajaban de maestras o en hospitales. Las trabajadoras de condiciones más humildes o inmigrantes continuaban de criadas en las casas de familias burguesas. Una situación que también es necesario actualizar respecto a la situación de las mujeres inmigrantes que habitan en los países europeos, cuya fuerza laboral tiene mucho peso en sectores de servicios y empleo doméstico.
Apuntes sobre las interpretaciones y críticas al marxismo de Ulla Wikander
Actualmente son muchas las autoras feministas que abordan las consecuencias de la crisis capitalista hacia las mujeres trabajadoras, retomando al marxismo como herramienta de análisis. A pesar de aspectos que hoy están en debate o críticas parciales, el marxismo sigue siendo, incluso para muchas mujeres referentes del feminismo, el marco ideológico y político más adecuado para problematizar la opresión de género.
Al respecto, merece una crítica especial la mención de Wikander sobre el marxismo o el “socialismo científico”, que la autora hace de manera rápida y sin profundizar, cuando afirma que
… apenas se distinguían del resto de la sociedad a la hora de marcar las “naturales” diferencias entre hombres y mujeres. En el socialismo científico desapareció el discurso socialista acerca de la igualdad de los sexos. El análisis marxista de la sociedad puso el acento en las contradicciones de clase y menospreció otras formas de opresión, particularmente la ejercida por los trabajadores sobre las trabajadoras y sobre sus esposas e hijas.
Si bien excede a este artículo un desarrollo profundo sobre la evolución del marxismo en su pensamiento en la cuestión de género, conviene sintetizar algunos apuntes que al menos dejen fuentes fundamentales como contrapunto a estas premisas.
El primer contrapunto es que el socialismo científico de Marx y Engels ha sido totalmente innovador y libertario respecto a la emancipación de la mujer. En el Manifiesto comunista hicieron un análisis científico sobre la familia burguesa, que tuvo continuidad en otro estudio científico de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado donde analiza la dominación de las mujeres a través de la institución de la monogamia. A la vez, han dedicado especial estudio a las condiciones de trabajo de las mujeres, de brutal explotación bajo el capitalismo, como se puede observar en la temprana obra de Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra. Cuestión que más tarde retoma Marx en El capital haciendo un análisis científico sobre la fuerza de trabajo femenina –el cheap labour– en la extracción de plusvalía. También es Marx el que brinda los elementos y el marco teórico, en el mismo El capital y en los Grundrisse, para abordar el lugar que cumplen centralmente las mujeres en lo que llaman la "reproducción social", es decir, el trabajo doméstico que reproduce todos los días la fuerza de trabajo que explota el capitalista.
Otra premisa de Wikander es que “los socialistas estaban muy lejos de buscar la destrucción de la familia”, y que
… socialdemócratas de uno y otro sexo (…) Clara Zetkin y Augusto Bebel, defendieron el derecho de la mujer al trabajo, especialmente en la industria, pero su alegato no pasó de ser defensivo. Eran muy conscientes del malestar de muchos socialistas varones ante el trabajo de la mujer. No cuestionaron la importancia social de la familia.
Efectivamente, no todos los socialistas dentro de la II Internacional defendían estas ideas. Sin embargo, fueron Augusto Bebel (en su libro La mujer y el socialismo) y Clara Zetkin los que se enfrentaron a quienes rechazaban la incorporación de las mujeres al trabajo y a sus derechos democráticos, como el sufragio. Tras intensos debates entre los partidos socialistas, acabaron siendo los primeros en incorporar estas demandas en su programa, tal como Ulla Wikander reconoce y describe.
Como plantea la autora, Clara Zetkin se opuso hasta 1889 a cualquier legislación que protegiera la maternidad que fuera utilizada como excusa de la clase dominante para despojar a las mujeres de la producción bajo fundamentos misóginos. Fue en el Congreso de la II Internacional en París, en 1889, cuando planteó: “Como no queremos separar absolutamente nuestra causa de la de los trabajadores en general, no pedimos ninguna protección particular”, para después sostener que “admitimos apenas una excepción, en beneficio de las mujeres embarazadas, cuyo estado exige cuidados particulares”.
Sin embargo, Clara cambiará de posicionamiento. Como señaló Andrea D’Atri en la compilación Señoras, universitarias y mujeres 1910-2010 (2010):
… al comprender que no se puede combatir una situación de desigualdad inicial solo con igualdad de derechos. Es así como el socialismo incorporará en sus demandas la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres, las licencias pagas por maternidad, la protección del trabajo femenino en determinadas ramas de la producción que se creía que podían afectar a su salud, etc., en una época en la que había trabajadoras que llegaban a tener jornadas semanales de ¡ciento doce horas!
La crítica de Wikander es que el cambio de Zetkin se debía a la presión de “obtener el asentimiento de su partido al derecho de la mujer al trabajo” o “un compromiso del discurso de la maternidad y la familia” que mantenían por igual, según Wikander, “el movimiento feminista socialista que el burgués”. Nada más lejos. Clara Zetkin, una de las principales dirigentes marxistas junto a Rosa Luxemburgo, defendía sus ideas de forma implacable. El debate sobre la incorporación de las mujeres en la producción tenía una enorme complejidad y era el reflejo del mismo combate entre reformistas y revolucionarios al interior de la socialdemocracia. Además, el contexto del debate político tenía otro centro de gravedad que Wikander no tiene en cuenta: Clara Zetkin se enfrentaba a posiciones de un ala socialista que planteaba que el derecho al voto garantizaba la emancipación femenina de forma automática. Mientras que para Zetkin, gran organizadora de las mujeres trabajadoras, se trataba de un mero derecho democrático formal si no se luchaba contra un sistema de explotación y opresión, muy lejos del ideal de familia del “feminismo burgués”.
“Las mujeres nunca han gozado de la ‘libre elección’”
Wikander ha publicado su libro a finales de una de las décadas que más derrotas ha sufrido la clase trabajadora, cuando se fomentaba la idea de un capitalismo triunfante ante el fracaso del “socialismo real” confundido con el socialismo revolucionario tan ensuciado por el estalinismo, siendo este una verdadera ruptura con el marxismo revolucionario.
Por ello, a pesar de los grandes contrapuntos sobre el análisis del marxismo que podemos tener con la autora, su libro tiene el mérito de mostrar una visión crítica y a contracorriente de la mayoría de las corrientes feministas de esa década, que daban por hecho que los derechos formales conquistados por las mujeres eran suficientes para la emancipación de las mujeres y que por tanto los cambios para continuar con su liberación deben partir de “elecciones individuales”.
La reflexión final de Wikander y sus pronósticos para el siglo XXI sobre la profundización de la desigualdad y discriminación de las mujeres, manifestada en el ámbito laboral, es profunda y se podría trasladar plenamente a la realidad actual:
Las mujeres no han gozado nunca de la “libre elección”, tantas veces mencionada, entre trabajo asalariado y la existencia protegida como ama de casa y madre. La mayoría de las veces tuvieron que buscarse sus ingresos y se les adjudicaron los trabajos peores y peor pagados.
Una reflexión que, implícitamente, lleva a la idea de que no se puede luchar contra las múltiples desigualdades y opresiones del sistema patriarcal si no es con la perspectiva de acabar con el sistema se explotación que de él se sirve para perpetuarse. Una perspectiva sobre la que el marxismo revolucionario ha sido pionero y que en tiempos de crisis se muestra la herramienta más adecuada para confeccionar estrategias de emancipación de la mujer.
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