Reseña crítica a propósito de Putita golosa: por un feminismo del goce, el último libro de la periodista Luciana Peker.
Luciana Peker es una reconocida periodista que enmarca siempre sus producciones desde una perspectiva de género. Forma parte del equipo del suplemento semanal Las 12, es columnista en Radio Nacional e integra el colectivo Ni Una Menos. En 2017 publicó La revolución de las mujeres no era solo una píldora.
Su segundo libro, Putita golosa: por un feminismo del goce, publicado recientemente por la Editorial Galerna, se presenta provocador, buscando inquietar al lector/a con el uso del diminutivo “putita”, ironizando así lo que suele usarse como insulto contra las mujeres y utilizando el adjetivo “golosa”, que invita a pensar en una insinuación al placer sexual.
Pero el título no es inocente y busca llamar la atención; la autora afirma que en nuestra sociedad “lo que jode es el deseo”, y explica que el goce para ella no es solo aquello que está relacionado con lo sexual, sino que cada mujer busca su propio goce y de esa manera motoriza y pone en acción la “revolución de las mujeres”.
En este libro Peker trata de mostrar que existen tantos feminismos como mujeres habitan este suelo, y que cada una es feminista según su propia subjetividad y experiencia de vida. El feminismo del goce es el “que samba en Río y se viste de blanco junto a las diosas del mar en Bahía, que hace de los cuerpos orgullos”, es el de las tortas “que se besan en la calle y en todos lados”, está en las que “corren en la cancha y en las marchas”, es el que “goza con las gordas que hacen de su cuerpo una expansión de irreverencia contra los moldes”.
Su producción puede inscribe en una tendencia llamada “Feminismo Pop”; ella misma le dedica un capítulo en su libro. “El feminismo Pop es tomar el lenguaje millennial y que la gente joven asimile el feminismo desde el principio y no sienta que tiene que leer toda Simone de Beauvoir para ser feminista (...) el feminismo también es el placer y debería luchar para que las mujeres puedan hacer lo que quieran”, afirma Luna de Miguel, escritora española, a quien Peker cita en su libro.
Esta tendencia permitió que el discurso feminista llegara a diferentes ámbitos de la vida, de la cultura, del lenguaje, del arte, entre otros, al mismo tiempo que instaló la idea de que feminismo puede ser cualquier decisión individual tomada por una mujer. Esto dio paso a un feminismo que se plantea batallas culturales, que pelea por agendas de género y por la ampliación de derechos, pero que tiene la contradicción de haber abandonado la crítica a la sociedad de clases y la perspectiva de la transformación política y social de mano de una organización colectiva en la medida en que muchas veces acepta por acción u omisión las restricciones a los derechos conquistados, de los que solo gozan sectores de mujeres de clase media urbana.
“Lo personal es político”
“Mi cuerpo, mi deseo y mi escritura están decididamente politizados”, afirma Peker y en reiteradas oportunidades utiliza la frase de las feministas de los años 70 “lo personal es político”.
Lo primero que se puede pensar es que las mujeres no son todas iguales, ni todas hacen la misma “política”. El capitalismo es tan miserable que la posibilidad de "goce", que se presenta como lo central en el libro de Peker, es algo bastante lejano para muchas. Dentro de un panorama de precarización y pauperización que atraviesa a la mayoría de las mujeres, que son trabajadoras y pobres, la búsqueda del goce aparece casi como un privilegio para unas pocas.
Esto se comprueba cuando Peker menciona a Dilma, Cristina y Bachelet como mujeres que desafiaron mandatos y que llegaron a ser presidentas, pero que mantienen la contradicción de que en ninguno de esos gobiernos cambiaron las condiciones estructurales de vida de las grandes masas femeninas más explotadas, ni en lo que hace a un derecho mínimo como es el aborto, porque nunca dejaron de representar a la clase social para la que gobernaron.
Si de lo personal se trata, Peker dedica un capítulo entero a la unión entre amor y política, a lo que ella llama: “amor nuevo”. Para ella ese amor no es el “amor compañero”, ni el “amor revolucionario”, sino aquel que surja de “la revolución de las mujeres”, revolución que no hicieron los varones, quienes pretenden mantener sus beneficios sociales y se vinculan desde el “machismo amoroso”. Por eso, para la autora, el nuevo amor es aquel que cada una pueda vivir según su preferencia, aquel que no se presente machista ni cruel: “contra el deseo de las mujeres: a llegar a la presidencia, a pedir aumento de sueldo, a decidir separarse o irse con un chico de la fiesta y encararlo”.
Pero, de esta manera, le saca filo a aquello que planteaban las feministas de la Segunda Ola, quienes popularizaron la consigna “lo personal es político” permitiendo pensar la vida cotidiana de las mujeres, lugar donde se expresa la opresión, que es algo que no puede separarse del ámbito de lo público ni verse como una problemática individual. Por ejemplo, ¿cómo analizaríamos sino el trabajo doméstico que recae mayoritariamente sobre la vida de las mujeres, cada día, en cada casa? ¿No es ese un problema público, político, social y colectivo? La doble o triple jornada laboral es algo que comienza a discutirse en nuestro país debido a las masivas movilizaciones de mujeres, tema que Peker casi no aborda en su libro.
También en este capítulo, afirma que “ninguna pretendida revolución ya se yergue como una meca frente a la cual arrodillarse (...) el pasado no puede ser un lugar a dónde caminar para atrás o imitar una mística revolucionaria como un pastiche caído del catre” y nombra a la Rusia actual, pero pasa por alto experiencias valiosas como el ejemplo de la Revolución rusa. Allí se demostró hace cien años que lo personal se puede convertir en político para grandes masas femeninas que se contaban entre las más oprimidas y explotadas: la Revolución rusa fue donde más se avanzó en materia de derechos para las mujeres, donde más se transformó la vida cotidiana de millones. No solo porque fueron las primeras en legalizar el aborto, sino porque las mujeres conquistaron la posibilidad de salir de su rol único como madres y amas de casa, el trabajo doméstico se convirtió en un trabajo social bajo responsabilidad del Estado obrero y esto liberó cabezas para pensar en el amor como un sentimiento que debe cultivarse libre de toda atadura económica o de propiedad. Como no podía ser de otra manera, estas conquistas fueron colectivas.
“Por un feminismo del goce”
En el “feminismo del goce”, ser feminista sería una experimentación individual y “a la carta”. Pasaría de ser un pronunciamiento político a una marca de estatus, que puede manifestarse tanto en una elección de vida, como en un estilo de ropa; tanto en una expresión artística, como educativa o, eventualmente, en las calles.
Bajo esta idea, que pareciera integrar a todas y al mismo tiempo liberarlas, se esconde el peligro de adoptar una perspectiva individualista y se quita filo a todo aquello que pueda sonar a lucha colectiva de las mujeres, convirtiendo el feminismo en una postura, una forma, una estética; que rápidamente puede ser vaciada de contenido y, por qué no, de sujetos.
El feminismo del goce sería aquel que esté motorizado por las ganas de “gozar”, que se experimentan de forma individual y que tiene solo como un horizonte algo borroso la necesidad estratégica de reunirse con otros/as.
Si esta idea del feminismo fue “bienvenido” en las últimas décadas –cuando el avance neoliberal intentó moldear un feminismo light–, plantearlo hoy, cuando se manifiestan nuevas energías de las mujeres (sobre todo de las más jóvenes) que irrumpen en las masivas movilizaciones de Argentina y el mundo, puede convertirse en una postura escéptica, que incluso podría ser pasada de moda.
La historia demostró que no hay salidas individuales para enfrentar el patriarcado. El feminismo surge como un movimiento político de las mujeres que busca poner en cuestión la opresión y la explotación que ellas viven en su forma más aguda, bajo el sistema capitalista. Este movimiento supo encontrarse en las calles con quienes cuestionaban la sociedad de clases y querían transformarlo todo de forma revolucionaria, poniendo a desnudo la íntima relación que siempre existió entre patriarcado y capitalismo. Supo también proyectarse en una nueva sociedad, sin explotación ni opresión.
Y la misma realidad del movimiento de mujeres vuelve a demostrar hoy que no hay necesidad de resistir individualmente. Es en las calles donde se pueden conquistar derechos, como en Argentina, donde gracias a la lucha histórica y las últimas movilizaciones se logró la media sanción de la ley que permitiría que el aborto sea legal. ¿Quién dijo que las mujeres no pueden ir por más?
El capitalismo busca colonizar todos los rincones de la actividad humana y someter todas las relaciones sociales (públicas y privadas) a su dominación, por eso, la suma de voluntades individuales para una transformación social no es suficiente; de lo que se trata es organizar una fuerza poderosa que tenga la perspectiva de construir una sociedad liberada de la explotación y de toda opresión, donde el goce, la sexualidad y el amor puedan expresarse libremente, sin ataduras, ni roles, ni estereotipos.
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